La teoría del feedback (de la retroalimentación) facial propone que los movimientos faciales asociados a cierta emoción pueden influir en las experiencias afectivas. Es una de las teorías más representativas del estudio psicológico de las emociones y la cognición, por lo que continúa siendo discutida y experimentada constantemente.
En este artículo veremos qué es la teoría del feedback facial, cómo se definió y cuáles han sido algunas de sus comprobaciones experimentales.
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Teoría del feedback facial ¿el movimiento del rostro crea emociones?
La relación entre cognición y experiencias afectivas ha sido ampliamente estudiada por la psicología. Entre otras cosas se ha intentado explicar cómo ocurren las emociones, de qué manera las hacemos conscientes, y cuál es su función tanto a nivel individual como social.
Una parte de la investigación en este campo sugiere que las experiencias afectivas ocurren después de que procesemos cognitivamente un estímulo asociado con una emoción. A su vez, esto último generaría una serie de reacciones faciales, por ejemplo una sonrisa, que dan cuenta de la emoción que estamos experimentando.
No obstante, la teoría del feedback facial, o teoría de la retroalimentación facial, sugiere que también puede ocurrir el fenómeno contrario: realizar movimientos con los músculos faciales relacionados con cierta emoción, repercute significativamente en cómo la experimentamos; incluso sin necesidad de que exista un procesamiento cognitivo intermediario.
Se le llama teoría de la “retroalimentación” facial, precisamente porque sugiere que la activación muscular del rostro puede generar una retroalimentación sensorial hacia el cerebro; cuestión que finalmente nos permite experimentar y procesar conscientemente una emoción.
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Antecedentes e investigadores relacionados
La teoría del feedback facial tiene sus antecedentes en las teorías de finales del siglo XIX, que priorizan el papel de la activación muscular con la experiencia subjetiva de las emociones.
Estos estudios continúan hasta nuestros días, y se han desarrollado de manera importante desde de la década de los 60’s, momento en el que las teorías sobre la afectividad cobran especial relevancia en las ciencias sociales y cognitivas.
En una recopilación sobre los antecedentes de la teoría del feedback facial, Rojas (2016) reporta que en el año de 1962, el psicólogo estadounidense Silvan Tomkins propuso que la retroalimentación sensorial llevada a cabo por los músculos del rostro, y las sensaciones de la piel, pueden generar una experiencia o estado emocional sin necesidad de intercesión cognitiva. Esto representó el primer gran antecedente de la teoría de la retroalimentación facial.
Posteriormente se sumaron las teorías de Tournages y Ellsworth, en 1979, quienes hablaron de la hipótesis de la modulación emocional mediada por la propiocepción, lo que constituye otro de los grandes antecedentes de la definición de esta teoría. De la misma década son también reconocidos los trabajos realizados por Paul Ekman y Harrieh Oster sobre emociones y expresiones faciales.
Entre las décadas de los 80’s y 90’s siguieron muchos otros investigadores, que han realizaron numerosos experimentos para comprobar si efectivamente los movimientos musculares pueden activar experiencias afectivas determinadas. Desarrollaremos a continuación algunos de los más recientes, así como las actualizaciones teóricas que han derivados de estos.
El paradigma del bolígrafo sostenido
En 1988, Fritz Strack, Leonard L. Martin y Sabine Stepper realizaron un estudio en donde le pidieron a los participantes que observaran una serie de caricaturas divertidas. Mientras tanto, a una parte de ellos se les pidió sostener un bolígrafo con sus labios. A los demás se les pidió lo mismo, pero con los dientes.
La petición anterior tenía una razón: la postura facial que se realiza al tener entre los dientes un bolígrafo contrae el músculo cigomático mayor, que usamos para sonreir, lo que favorece la expresión facial sonriente. Por el contrario, el movimiento facial realizado con el bolígrafo entre los labios contrae el músculo orbicular, lo que inhibe la actividad muscular necesaria para sonreir.
De esta manera, los investigadores medían la actividad facial asociada con la sonrisa, y quería ver si la experiencia subjetiva de la alegría se relacionaba con dicha actividad. El resultado fue que las personas que sostuvieron el bolígrafo con los dientes reportaron que las caricaturas eran más divertidas que aquellas personas que sostuvieron el bolígrafo con los labios.
La conclusión fue que las expresiones faciales asociadas con alguna emoción efectivamente pueden transformar la experiencia subjetiva de dicha emoción; incluso cuando las personas no están totalmente conscientes de los gestos faciales que están llevando a cabo.
¿Se inhibe la retroalimentación facial cuando somos observados?
En el año 2016, casi tres décadas después del experimento de Strack, Martin y Stepper, el psicólogo y matemático Eric-Jan Wagenmakers, replica junto con sus colaboradores el experimento del bolígrafo sostenido.
Para sorpresa de todos, no encontraron evidencia suficiente que sostuviera el efecto de la retroalimentación facial. En respuesta, Fritz Strack explicó que el experimento de Wagenmakers se había realizado con una variable que no estuvo presente en el estudio original, lo que seguramente había afectado y determinado los nuevos resultados.
Dicha variable era una cámara de video que grababa la actividad de cada uno de los participantes. De acuerdo con Strack, la experiencia de sentirse observado provocada por la cámara de video, habría modificado significativamente el efecto de la retroalimentación facial.
El efecto de la observación externa en la experiencia afectiva
Ante la controversia anterior, Tom Noah,Yaacov Schul y Ruth Mayo (2018) replicaron nuevamente el estudio, primero utilizando una cámara y después omitiendo su uso. Como parte de sus conclusiones proponen que, lejos de ser excluyentes, los estudios de Strack y Wagenmakers son consistentes con las teorías que explican cómo el sentirse observado afecta las señales internas relacionadas con la actividad más básica; en este caso con la retroalimentación facial.
En sus investigaciones comprobaron que el efecto de la retroalimentación facial se presenta notoriamente cuando no hay un dispositivo electrónico grabando (con lo cual, los participantes no están preocupados por el monitoreo de su actividad).
Por el contrario, el efecto disminuye cuando los participantes saben que están siendo monitoreados mediante la cámara de video. La inhibición del efecto se explica de la siguiente manera: la experiencia de sentirse observado genera la necesidad de ajustarse a expectativas externas, para las cuales, la información interna no está disponible o no está preparada.
Así pues, Noah, Schul y Mayo (2018) concluyeron que la presencia de la cámara llevó a los participantes a adoptar la postura de una tercera perspectiva sobre la situación, y en consecuencia, generaron menos sintonía ante la retroalimentación facial de sus propios músculos.