La capacidad de gestionar nuestras emociones de manera efectiva es un componente fundamental del bienestar psicológico. Mucho se ha hablado de la gestión emocional, pero, ¿a qué se refiere a nivel práctico y cómo se relaciona con nuestras experiencias pasadas?
Las relaciones personales y sobre todo las más cercanas son las que nos activan las heridas o cosas pendientes del pasado. Una clienta me decía que cuando su marido no le hacía caso, ella se sentía muy dolida igual que cuando su padre la mandaba a su habitación de pequeña porque estaba demasiado ocupado para jugar con ella. Otra clienta que había vuelto de adulta a vivir a casa de sus padres mayores para cuidarlos no podía soportar cómo su madre se metía en sus cosas cómo cuando tenía 15 años.
Otro cliente sentía que su hijo adolescente no paraba de faltarle al respeto y al él exigirle, acababan las interacciones entre ellos en grandes peleas. ¿Qué tienen en común todos estos ejemplos? A todas estas personas se le activaban asuntos pendientes de su infancia que les impedía regular sus emociones. Todos hemos tenido esta experiencia en algún momento. Sabes que tu reacción no es la mejor en ese momento pero sientes que no puedes evitarlo. Y generalmente los patrones son ya tan profundos que nos salen sin darnos ni cuenta.
El impacto de los traumas infantiles en las relaciones de pareja
Los traumas infantiles tienen un impacto profundo en la salud mental y afectan diversos aspectos de la vida, incluyendo el trabajo, las amistades y las relaciones de pareja. En estás últimas tendríamos ejemplos cómo cuando yo necesito conexión emocional con mi pareja pero dudo de él o ella. Cuando un niño experimenta abuso o carencias afectivas, es común que desarrolle un estilo de apego ansioso ambivalente o desorganizado en la edad adulta.
Esto se manifiesta en la relación de pareja de varias maneras, incluyendo una aparente autonomía emocional combinada con una necesidad constante de afecto. Pueden tener dificultades para confiar y temen ser heridos o abandonados. Otra característica común de personas que han experimentado traumas infantiles es que a menudo magnifican los problemas cotidianos en sus relaciones. Pequeños gestos de su pareja pueden interpretarse como un acto de rechazo, lo que hace que se sientan sobrepasados por cualquier desafío.
También debido a su dificultad para gestionar las emociones y comunicarse eficazmente, es común que eviten el conflicto en la relación. Optan por el silencio en lugar de enfrentar los problemas. Otra característica de las personas que han sentido falta de amor en la infancia es que a menudo tienen baja autoestima y dudan constantemente del amor de su pareja, lo que puede sabotear la relación. Por último, el sufrimiento pasado puede llegar a aislar a la persona y crear una sensación de soledad continua en la relación.
Curar las cicatrices de la infancia
Puede que darnos cuenta de todas estas consecuencias del trauma nos resulte abrumador en un principio pero precisamente así empieza el camino de recuperación. Empezamos conociendo y tomando conciencia de nuestros patrones y reacciones y a partir de ahí podemos introducir cambios conscientes. Cuando sentimos que hemos tenido una reacción desproporcionada, debemos identificar la herida que nos está tocando y reconocer lo que es del pasado y lo que pertenece al presente.
Un área en particular dónde se manifiesta el trauma de no habernos sentido vistos, escuchados y atendidos a nivel emocional de niños es en el manejo de la frustración. Por ejemplo, cuando yo de adulto decido expresarle algo a una persona y esta lo rechaza, hay un momento clave ahí siempre y cuando esté más atento a lo que pasa en mi interior que al exterior.
Si miro dentro de mí veré que me empiezo a sentir frustrado generalmente activado por una de mis heridas no resueltas de mi infancia y eso me lleva a intentar gestionar mi dolor a través de manipular la reacción del otro a través de presionar, insistir “a ver si se entera” “si sólo tiene que escucharme y hacerme caso” “seguro no le cuesta nada”, etc… Y de lo que no nos damos cuenta es de que ya nos hemos enganchado y entonces la persona que tenemos enfrente reacciona a la defensiva o atacándonos y ya sabemos en qué termina eso.
Pero hay otra opción, en ese momento clave antes de frustrarme puedo intentar reconocer que yo ya he dicho mi verdad y que ahora el resultado está fuera de mi mano. La reacción del otro es su responsabilidad y yo no puedo controlarlo por lo tanto suelto el resultado y así mantengo mi calma y no me frustro. Claro que a la vez puedo decidir alejarme o poner límites pero a nivel interno estaré bien y tendré la claridad mental para actuar de la mejor manera. Y quien sabe igual el otro al tener espacio y no sentirse atacado, estará más dispuesto a darme lo que necesito. Cuando dejamos de presionar, la gente suele reaccionar positivamente. Y al regularnos emocionalmente también les estamos dando ese ejemplo de gestión emocional a los demás.
Conclusiones
En resumen, el trauma infantil deja una huella a través de creencias y patrones de comportamiento que se mantienen en el tiempo y que hacen más difícil encontrar y mantener relaciones auténticas y satisfactorias. Reconocer y abordar los traumas no resueltos es un paso esencial para sanar y mejorar tus relaciones. Puede ayudarte a establecer límites sanos, comunicarte de manera efectiva y tomar decisiones más maduras. La terapia es una herramienta muy eficaz para trabajar los traumas y la gestión emocional.