Colexificación: un concepto clave en antropología y lingüística

Este fenómeno muestra cómo diferentes culturas utilizan conceptos que se solapan con los de otras.

Colexificación

Las palabras tienen el poder de abstraer, en un sonido más o menos sencillo y/o articulado, situaciones complejas que cualquier individuo enfrenta tanto fuera como dentro de él. Desde objetos materiales hasta afectos sutiles, todos pueden ser representados con ellas.

No obstante, la manera en que moldeamos las palabras depende de cómo la sociedad en la que nacimos y nos desarrollamos percibe las realidades a las que aluden, otorgándole unos matices sujetos a las relaciones que se forjan con el medio.

Es por ello que, pese a que el amor disponga de una palabra concreta en todas las culturas que hoy en día se reconocen, es muy posible que denote experiencias distintas en cada uno de los casos (puesto que podría conectar con "estados" muy dispares, tales como el orgullo, la vergüenza o la alegría; según el lugar y sus tradiciones).

La colexificación describe cómo una palabra se asocia, a un nivel semántico y comparativo, con otros vocablos diferentes en una o en varias comunidades. Así, y dado que todas albergan un evidente valor simbólico, se trata de un fenómeno que condiciona el modo en que procesamos y valoramos nuestra vida interior.

¿Qué es la colexificación?

El vocabulario del ser humano es riquísimo en matices, pues persigue el propósito de traducir una realidad compleja y prácticamente infinita a símbolos visuales o acústicos, mediante los que se abstrae y se comparte lo que a veces no se puede captar con los sentidos. De igual forma, los afectos disponen también de sus propios términos concretos, con los que los miembros de la sociedad comunican su vida interior: del llanto a la risa, de la tristeza a la alegría; todas ellas son palabras distintas a lo que señalan.

El estudio sobre las emociones ha llegado a la conclusión de que existe un conjunto limitado de afectos básicos e irreductibles, universales y procedentes del bagaje genético de nuestra especie: la alegría, el miedo, la ira, la tristeza, la sorpresa y el asco. No obstante, pese a que todas las personas pueden sentirlos en algún momento de sus vidas, los matices vivenciales que les confieren su pleno significado están sujetos a influencias culturales únicas, que se desprenden del entorno social en el que nos desarrollamos como individuos.

Y es que, definitivamente, con el uso del verbo se construye la realidad que cada uno ostenta para entender el mundo en el que habita. Esta forma de constructivismo precisa directamente de las relaciones que se forjan con los demás, incluyendo el uso de un idioma común que se inspira en la experiencia de los pueblos y en la historia que cimienta su sentido de identidad. Así, pueden usar determinadas palabras para identificar una emoción, pero esta se vinculará también a otros conceptos afines de un modo potencialmente distinto al que sucede en otros colectivos.

Lo que ha podido observarse, en la totalidad de las sociedades, es que sus miembros usan gestos parecidos para expresar lo que tienen dentro. Y que además de ello, disponen de las palabras necesarias para contar a los demás qué cosas están sintiendo en un determinado momento, para lo que traducen su experiencia a través de códigos verbales y no verbales. Es precisamente este proceso de elaboración el que condimenta con matices antropológicos al término, y el motivo por el que la palabra que se use para etiquetar la emoción puede tener significados distintos en función del lugar en el que se pronuncie.

Extrayendo a colación un supuesto hipotético, podría resultar que en una sociedad concreta se privilegiara la "valentía" como el rasgo más deseable de todos los posibles, por lo que el "miedo" se relacionaría con la "vergüenza" o incluso con la "deshonra". Por otra parte, en una región distinta y lejana, donde tal emoción no tuviera esa misma consideración social, se podría relacionar con ideas opuestas (como la "compasión", por ejemplo); e incluso la propia morfología de la palabra sería distinta. Estas formas diferenciales de aludir al miedo, que se hunden en el terreno de lo cultural, fomentan prismas diametralmente distintos de vivirlo.

El grado de colexificación de dos términos, en culturas diferentes, alude a su equiparación no solo en términos formales, sino también a las covariaciones con otros constructos. De esta manera, cuando dos palabras tienen una alta colexificación se asumiría que las sociedades en la que se utilizan han construido la realidad a la que aluden de modo similar, o lo que es lo mismo, que comparten fundamentos de orden antropológico (historias, cultura, costumbres, etc.).

Cómo se construyen las palabras en una sociedad

Como se ha señalado con anterioridad, todas las emociones son universales, pero el modo en el que se transformarán en palabras (y las conexiones que trazarán con otros conceptos) se asociarán a dimensiones culturales en gran medida. Uno de los principales propósitos de quienes han investigado estos asuntos ha sido precisamente descubrir cómo este proceso se desarrolla, y si existen mecanismos comunes a todas las sociedades que puedan dar cuenta de ello.

Lo primero que se ha podido saber es que, en todos los casos, las emociones se organizan como clusters, en los que se aprecia un nodo central (ellas mismas) al que se adhieren otros vocablos que albergan entre sí algún grado de congruencia. De esta manera, al "miedo" (o a cualquier otra emoción básica) se le asociarán atributos diferentes, aunque orientados hacia la misma dirección y muy raramente opuestos entre sí. Estas conexiones son específicas en cada colectivo humano.

Se ha probado que, en todas las sociedades, las palabras comparten dos coordenadas para su construcción. Ambas permiten dotarlas de un sustrato básico: hablamos de la valencia y la activación emocional. La primera de ellas se refiere a la categorización dicotómica entre lo agradable y lo desagradable, y la segunda al grado de activación fisiológica (o arousal) que propician. Así, existirían emociones "positivas" y "negativas" (en el sentido de su tono afectivo y/o su agradabilidad), y que provocan un alto o bajo grado de activación autónoma y motriz.

Asimismo, se ha estudiado con profundidad si otras dimensiones de estructura bipolar, como la aproximación/distanciamiento (tendencia a la búsqueda o a la evitación), también podrían contribuir a todo ello. En cualquier caso, estas parecen explicar solo una mínima varianza del fenómeno, destacando sobre todas las demás la valencia y el grado de activación. Con estos hallazgos se comprueba que tanto la emoción como su experiencia fundamental son claves compartidas por nuestra especie, pero que lo social es necesario para arrojar luz en toda su diversidad.

La colexificación de cualquier término en dos sociedades distintas se asocia estrechamente a su proximidad territorial, pero también a las tradiciones de intercambio que con el discurrir de los años han motivado su mestizaje cultural y lingüístico. Con ello se hace evidente que la vivencia de las emociones, por su connotación adicional vinculada al constructivismo social, es un factor muy importante para comprender matices de la experiencia de cada uno de los sujetos que forman parte de un grupo.

Pese a que las palabras que utilizamos para describir una emoción existen por el hecho de que todos los mamíferos compartimos algunas experiencias internas, su significado profundo no se puede reducir a la biología. Esto ocurre así principalmente en las palabras polisémicas (o que tienen más de un significado), puesto que son también las de mayor abstracción. No sucede igual en las que describen realidades inequívocas y/o tangibles (objetos que pueden ser apresados por los distintos órganos de los sentidos). Veamos algunos ejemplos.

Algunos ejemplos de colexificación

Son muchas las personas bilingües que dicen sentirse de un modo distinto cuando usan una u otra lengua para comunicarse, y quizá a ello pueda subyacer precisamente la colexificación como fenómeno sociolingüístico. Y es que las infinitas formas en que un término covaría con otros imprimen sobre él los matices esenciales que lo dotan de sentido para la comunidad de hablantes que lo utiliza.

La palabra "pena", en español, hace alusión a emociones muy variadas, como la "tristeza" o la "ansiedad". No obstante, en la cultura persa existe el término ænduh para describir a la vez la "pena" y el "arrepentimiento", mientras que en el dialecto Sirkhi se usaría el de dard para apresar la "pena" y la "ansiedad". De todo ello se deduce, por tanto, que la "pena" tendrá en cada uno de estos idiomas un trasfondo muy distinto, puesto que el vocablo que la describe se relaciona de forma muy diferente con otras palabras ("arrepentimiento" para el primero de los casos y "ansiedad" para el segundo).

Otro ejemplo puede hallarse en la palabra que se usa para describir la propia "ansiedad". Los hablantes de las lenguas Tai-Kadai la asocian al "miedo", mientras que los usuarios de todas las lenguas austroasiáticas la vinculan de una forma más estrecha al "arrepentimiento", de lo que se desprende que en un caso se vivencia como un temor prospectivo (de forma similar a como la entiende la ciencia occidental) y en el otro como el resultado de actos que se sienten como indebidos (y a conceptos tales como el karma o la providencia).

También pueden encontrarse diferencias para la palabra "ira" en distintas culturas. Por citar un ejemplo, en las lenguas que proceden de la República de Daguestán (Rusia) esta covaría con la "envidia", mientras que en los idiomas que provienen de los pueblos austronesios se asocia con el "odio" y un genérico "malo". De nuevo, será evidente que las experiencias de sus hablantes con la "ira" serán distintas en buena medida, e incluso que podría detonarse ante situaciones también dispares.

Un caso muy interesante lo encontramos en la palabra "amor" de las lenguas austronesias, pues la asocian estrechamente con la palabra "vergüenza". Esto significa que el "amor", en su forma de entenderlo, tiene acepciones más negativas que las que suelen otorgarle otros pueblos, que lo relacionan con la "alegría" y la "felicidad".

En definitiva, cada idioma es muy flexible y dota a la realidad de matices diversos para cada una de las colectividades humanas, pese a que la naturaleza de aquello que define (en términos objetivos) sea equiparable para todos. Es, por tanto, una categorización imprecisa y ambigua de la experiencia, que cede un margen amplio para que los aspectos sociales se inmiscuyan de un modo decisivo.

Referencias bibliográficas:

  • Jackson, J.C., Watts, J., Henry, T.R., List, J.M., Forkel, R., Mucha, P.J, Greenhill, S.J., Gray, R.D. y Lindquist, K.A. (2019). Emotion Semantics show both Cultural Variation and Universal Structure. Science, 366: pp. 1517 - 1522.
  • Pericliev, V. (2015). On Colexification among Basic Vocabulary. Journal of Universal Language, 16: pp. 63 - 93.

Doctor en Psicología Clínica

Joaquín Mateu-Mollá (Valencia, 1985) es Psicólogo General Sanitario y Doctor en Psicología Clínica por la Universidad de Valencia. Cuenta con estudios de postgrado en Psicopatología (Máster Oficial), y se dedica tanto a la docencia como a la investigación y la divulgación científica.

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