Vivimos en los tiempos de la interacción y de la comunicación. El avance tecnológico, al que estamos inevitablemente sometidos, posibilita que cualquier persona acceda a una cantidad ingente de información en apenas unos pocos segundos. Desde la comodidad del lugar en el que vive y sin mayor esfuerzo.
Este trepidante desarrollo ha permitido que los hechos que acontecen en cualquier lugar del planeta se extiendan a velocidades de vértigo, convirtiéndose inmediatamente en un tema de conocimiento global del que resulta muy difícil mantenerse ajeno. Es un escenario totalmente novedoso en la historia de la humanidad, para el que no se conoce todavía su impacto en lo relativo al modo en que interpretamos lo que nos rodea y la veracidad que podemos otorgar a nuestros "saberes sociales".
Si bien se trata de una cuestión que despertó la curiosidad de muchos filósofos en tiempos pretéritos, la coyuntura histórica que vivimos nos impele a retomarlos con renovado interés. Por ello, en el presente artículo abordaremos una de las teorías explicativas más populares sobre este extremo: la ley de la recurrencia de Clear.
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¿Qué es la ley de la recurrencia de Clear?
Las ideas, entendidas como la representación de un fenómeno en términos subjetivos, tienen la capacidad de mantenerse impasibles frente el devenir del tiempo. Quienes deciden asumir cualquier idea, en su condición de seres vivos, acaban claudicando a la inexorable finitud a la que todos estamos condenados. No obstante, estas perduran más allá de la muerte de quien las defiende, como si fuera un simple vehículo para dotarlas de la fortaleza que precisan para transitar desde la boca de quien las pronuncia hasta los oídos de quien las escucha.
Las ideas pueden adoptar formas infinitas, así como estar confeccionadas por cualquiera de los tejidos que conforman la realidad humana: política, ciencia, religión o cualquier otro. Más aún, tienen el poder de unir a las personas en cualquier propósito cuando se alinean en una misma dirección, pero también de provocar el más infranqueable de los abismos entre ellas. Es por esto que se dice que los individuos con creencias similares tienden a sentirse atraídos o que, en cualquier caso, acaban siendo cada día más parecidos a medida que comparten el tiempo.
Pese a que todas las ideas son merecedoras de respeto siempre y cuando no perjudiquen a terceros, existen también algunas de ellas que directamente son falsas o que no se adecúan a la realidad del mejor modo posible. A veces, esta imprecisión (deliberada o no) extiende su influjo negativo a personas o grupos amplios, que se ven degradados por el estereotipo o el estigma. Esto ha ocurrido con frecuencia entre personas que sufren determinados trastornos de salud mental, injustamente etiquetadas por los demás como violentas o irracionales.
Otro ejemplo interesante de ello se desprende de lo que ha venido a llamarse recientemente como fake news (o noticias falsas). Se trata de rumores dudosos, o directamente de mentiras, que adoptan visos de veracidad por publicarse en medios de comunicación reconocidos o por haber sido revelados (supuestamente) por una persona sobre la cual la sociedad proyecta las mejores expectativas.
Lo más habitual es que tras ellas acabe descubriéndose un interés de terceros (rivales políticos, enemigos íntimos, etc.), por lo que la intención original suele ser abiertamente maliciosa.
Determinadas ideas, bien por ser fake news o por estimular el debate social, suelen ser la causa de acaloradas discusiones en las que raramente alguna de las dos partes está dispuesta a abandonar su posición. Y es que la evidencia nos dice que el propósito que persiguen tales fricciones dialécticas jamás es conciliar las posturas para buscar un equilibrio entre ambos contendientes, sino que se limita a "lograr la razón". Todo ello puede explicarse por el sencillo hecho de que a menudo son contrapesos enormemente distanciados en el espectro de opinión sobre el asunto que se está tratando, por lo que se minimiza cualquier posibilidad de persuasión o influencia.
La ley de la recurrencia de Clear postula algo que, sin duda, es una muy mala noticia para la parte que se opone a la idea que se debate o se discute, para el extremo de la balanza que abogaría por "extirparla" de la conciencia de todo ser humano: el porcentaje de personas que creen en cualquier idea es directamente proporcional al número de veces que esta se ha repetido a lo largo del último año (pese a que sea falsa)
Así, en el instante en el que decidimos participar en una discusión con otra persona cuyo pensamiento juzgamos como "aborrecible", perpetuamos su perspectiva de las cosas en el "lienzo blanco" de la opinión social.
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¿Qué trascendencia tiene esto?
El fenómeno que acabamos de describir, para el que existe abundante evidencia empírica en el ámbito de la psicología social, es importante sobre todo en la era de Internet en la que hoy vivimos. Y esto es así porque los espacios en los que antaño se desplegaban las debates se han desplazado hasta un entorno enteramente virtual, en el que la mayoría de los sujetos que interactúan son absolutos desconocidos.
Esta ausencia de información facilita que se genere una atribución venenosa para quienes dicen algo que nos ofende, de tal forma que la idea sobre la que discrepamos se extiende al resto de rasgos de la persona que la defiende, a la que acabamos juzgando de forma equivalente a la reacción emocional que nos provocan sus convicciones.
En situaciones que ocurren en la vida "real" es mucho más probable que, de un modo u otro, lleguemos a saber un poquito más de quienes tenemos frente a nosotros. Esto hace que sea más sencillo persuadir eficazmente al "rival", o que sea este el que nos convenza a nosotros con sus argumentos, sobre todo si percibimos similitud en la personalidad o los valores. Esto se diluye en las conversaciones online, puesto que el desconocimiento y la incertidumbre que se tiene respecto al otro se "rellena" mediante inferencias de lo que dice, encarnándose en él todo lo malo que atribuimos a la idea desnuda que esgrime. En definitiva: "si piensa esto es porque, a falta de más datos, se trata de una mala persona".
Esto hace que, con el objetivo de mantener la razón y enarbolar las ideas que consideramos más válidas o éticas, participemos en intensas e irreconciliables discusiones que aumentan el número "bruto" de veces en que el asunto que pretendemos "atacar" se muestra ante los ojos de los demás. Como resultado directo de esto aumentaría también el porcentaje de personas que creen en él; puesto que todo ello (según la ley de la recurrencia de Clear) se relaciona con su disponibilidad y su reincidencia.
En definitiva, de esta ley se desprende que los intentos por combatir creencias que juzgamos negativamente (pseudociencias, orientaciones políticas, etc.) no solo resultan ineficaces en la gran mayoría de ocasiones, sino que también contribuyen a su indeseada expansión entre la población (pues aumentan la disponibilidad en el escenario donde se suelen publicar). De tal manera, sin advertirlo siquiera, alimentamos a través de la repetición al monstruo terrible que deseábamos derrotar.
Este es uno de los mecanismos mediante los que se refuerza la viralidad de las fake news u otros sucesos de cuestionable credibilidad que devienen populares en la red. Esto es todavía más evidente en el caso de plataformas (como Twitter) que permiten visualizar los asuntos de los que más se habla en un momento dado (o trend topic), pues su simple aparición en estas listas los dota de cierto prestigio sin necesidad de que se profundice mucho más en el motivo por el que se encuentran ahí.
En conclusión, las nuevas tecnologías son un marco idóneo para la difusión de todo tipo de ideas, atendiendo a que en ellas se facilita un intercambio de opiniones que raramente llega a resolverse por consenso y que solo aumenta el número de veces en las que el asunto (para bien o para mal) es mencionado. Con ello, por fin, se estimularía también la credibilidad que las personas le otorgan.
Entonces, ¿cómo se combate una idea?
Las ideas son entes abstractos, esto es, no se hallan objetivamente en la realidad de quienes suelen tratar con ellas. En ese sentido, solo se encuentran en el pensamiento del ser humano y se hacen evidentes para los demás a través de la palabra hablada o escrita, siendo este el único ecosistema en el que se mantienen con vida. El silencio es un ambiente tóxico para las ideas, pues en él carecen de nutrientes de los que alimentarse y de creencias afines con las que reproducirse. Es decir, el silencio es quien las asesina. Lenta, pero inmisericordemente.
Si queremos luchar contra una idea, porque la consideramos opuesta a nuestros principios y valores más íntimos, la mejor manera de llevar a cabo esta tarea es ignorándola. Pero no solo eso, sino que también será necesario dotar de voz a nuestras convicciones más profundas, y dejar que estas lleguen a los oídos de quienes deseen escucharlas. Lo mejor de todo es que, en este proceso, todo ataque que se reciba no será más que un valioso aliado.