Síndrome de San Jorge Jubilado: qué es y cómo se plasma en la sociedad

Veamos qué es el síndrome de San Jorge Jubilado, vinculado al mundo de las reivindicaciones.

Síndrome de San Jorge Jubilado

¿Qué le pasó a San Jorge después de matar al dragón? Pues que se jubiló pero, bueno, el hombre tenía que encontrar algo con lo que entretenerse y empezó a ver dragones por todas partes, con escabrosos resultados.

Esto mismo le sucede a los activistas de determinados movimientos sociales que, tras conseguir el noble propósito por el que luchaban en un principio, acaban encontrando algo nuevo por lo que luchar que, a veces, no es tan noble e, incluso, fomenta la desigualdad que en un principio pretendían combatir.

A este fenómeno se le llama el síndrome de San Jorge Jubilado, peculiar suceso que vamos a ver a continuación no sin antes explicar qué le pasó a San Jorge, el matadragones, tras haber acabado con la vida de su enemigo reptil.

La historia de San Jorge jubilado

San Jorge el Matadragones está relajado en su casa. Se lo ha ganado. Ha conseguido matar al dragón y salvado a las buenas gentes del reino. Ahora es un auténtico héroe, un hombre de leyenda que quedará inmortalizado para siempre en la historia de la aldea: canciones, cuentos al lado de la chimenea, crónicas escritas… todas ellas serán formas con las que se narrará su proeza.

Nunca antes el reino había visto tanta prosperidad. Desaparecido el vil reptil el miedo se esfuma de las vidas de los aldeanos como lo hizo el último humo exhalado de las humeantes fauces del dragón. La paz y la alegría se sienten entre las gentes del pueblo, y todos ellos se lo agradecen generosamente al bueno de Jorge. ¡Qué gran hazaña! ¡Y qué satisfacción! Muerto el dragón a nuestro héroe le ha llegado su merecido descanso: es hora de la jubilación.

San Jorge el Jubilado está en la comodidad de su hogar, calmado y disfrutando de su nueva condición. Sin dragón que matar ha llegado la hora de guardar la armadura, dejar que la pesada espada decore encima de la repisa de la chimenea y reposar las cansadas nalgas sobre una cómoda butaca. Relajado, decide mirar a través de la ventana el cielo azul, tratando de poner la mente en blanco y disfrutar del momento viviendo el “flow”.

Por muy bonito que sea el cielo no deja de ser un poco aburrido, así que decide bajar la vista y mirar hacia su precioso jardín. Parece que todo está en orden cuando, de repente, nota algo. De primeras no parece que sea nada aunque ese estímulo le hace sentirse... incómodo. Un momento… parece que es una silueta, algo se mueve entre los arbustos. No es una hoja movida por el viento, sino más bien parece… No, espera, no puede ser. ¿Acaso es? ¡Es un dragón!

San Jorge se frota los ojos y vuelve a mirar, pero esta vez se levanta precipitado de su cómodo sillón y se asoma por la ventana para ver mejor. No, no es un dragón. ¡¡¡Son cientos de ellos por todas partes!!! Pequeños, rápidos y coloridos lagartos que se mueven entre los arbustos, sacando burlonamente sus lenguas y tomando el sol en este apacible día. Apacible para los lagartos, pero no para el bueno de Jorge quien al ver a tanta alimaña reptiliana renacen sus antiguos temores.

Ver a tanta lagartija suelta hace que San Jorge lo tenga claro: toca salvar al pueblo de nuevo. Los lagartos son pequeñitos, inofensivos y hasta monos pero en la mente de nuestro héroe no puede evitar hacer comparaciones odiosas con el gran dragón que antaño mató. “La aldea vuelve a necesitar de mi heroica acción” se dice San Jorge sacudiendo el polvo de su espada y armadura y se engalana para hacer lo que mejor sabe hacer: matar dragones.

Nuestro santo sale a la calle e, invadido por el poder, la pasión y las ganas de luchar valientemente, coge su espada y mata uno a uno los pequeños dragoncillos que se encuentra a su paso. Ninguno le hace daño pues, además de indefensos, no ven venir la rápida pero mortal estocada de la inclemente espada de San Jorge. El odio ciego que despertó en él el viejo dragón, que sí mataba a personas, ha hecho que San Jorge no tenga ni piedad ni vacilación en su nueva misión: deben morir todos los dragones, da igual su tamaño.

San Jorge vuelve por la noche, ya un poco cansado pero sintiéndose verdaderamente realizado. Muchos, muchos pequeños lagartos han muerto. Casi todos. Se ha motivado tanto matando a lagartijas que ha extinguido a varias especies endémicas de la zona. Un desastre para los ecologistas pero, ¿a quién le importa lo que opinen? Lo importante es que San Jorge lo ha vuelto a hacer, ha salvado al pueblo de la amenaza del dragón.

El reino vuelve a reconocer a San Jorge por su hazaña. Cierto que los dragones que ha matado no habían hecho nada pero, ¿y si tenían pensado hacerlo? “Mejor prevenir que curar” se dicen los ciudadanos del reino y, motivados por la nueva proeza de su más ilustre vecino, le organizan un segundo homenaje en la plaza principal, bien delante del castillo real: un banquete con suculentos platos, tenderetes con arte local, hogueras y gente bailando y cantando a su alrededor la gesta de San Jorge. Otra vez la felicidad inunda al pueblo.

San Jorge se sienta bien al lado del rey, presidiendo el banquete en su honor pero pese a que todo el mundo está feliz, él no parece estarlo. Hay algo en el ambiente, lo puede sentir. Algo no marcha bien. No, no los ha matado a todos, sigue notando la presencia de los dragones... ¡Tienen que haber más dragones que matar! ¡No es posible que los haya matado a todos! Nuestro héroe se altera, empieza a gritar y los demás asistentes del evento lo miran preocupados.

El rey oye lo que dice San Jorge y le dice “Honorable San Jorge ¿qué decís? ¿más dragones en mi reino? No es posible pues vos habéis matado hasta el último de ellos. Relajaos, disfrutad del banquete.” Pero San Jorge no se relaja, más bien al contrario, se preocupa todavía más de hecho, ¿cómo no lo había pensado? Deben haber dragones entre los aldeanos y justo lo que acaba de decir el rey es lo que uno de ellos diría estando disfrazado de hombre. Hay que volver a la acción...

La fiesta se convierte en una masacre sangrienta. San Jorge coge su espada y degolla a su rey, convencido de que es otro dragón, mientras que el resto de los asistentes quedan horrorizados por la terrible escena. Estocada por aquí, decapitación por allá. El miedo se apodera de las gentes. San Jorge se ha vuelto loco pues ve dragones en vez de hombres como cuando Don Quijote creía ver gigantes en vez de molinos. Nadie escapa de la ira de San Jorge. Hombres, mujeres, niños e incluso mascotas. Todos, absolutamente todos, son víctimas de la enajenación del que un día fue un héroe para la aldea...

¿Qué es el síndrome de San Jorge Jubilado?

La peculiar historia que acabamos de contar nos sirve para ilustrar muy bien un fenómeno que recibe el nombre de nuestro enajenado héroe. El síndrome de San Jorge Jubilado es un concepto que fue comentado por vez primera por el filósofo australiano Kenneth Minogue en su libro “The Liberal mind” (1963) para referirse a ese tipo de persona, muy extendido en la actualidad, que quiere estar siempre en la primera línea de batalla de cualquier movimiento social.

Los “san jorges jubilados” son personas reivindicativas que están profundamente convencidas de la necesidad de seguir con una lucha social determinada, aunque las demandas principales del movimiento ya se hayan satisfecho. Es decir, a pesar de que en el último siglo son muchas las victorias sociales que se han conseguido, quienes sufren el síndrome de San Jorge Jubilado no se ven del todo satisfechos con ello, pidiendo que se logren reconocimientos y derechos que, quizás, rozan lo absurdo o carecen de sentido alguno.

A estas personas les hubiera gustado formar parte de grandes eventos históricos que sí han traído mayor libertad, igualdad y derechos a diferentes colectivos que estaban oprimidos. Los “san jorges jubilados” actuales hubieran sido de ayuda de haber participado en las marchas a favor de los derechos civiles en Estados Unidos, las revueltas de Stonewall inn o protestar al lado de las sufragistas en Gran Bretaña. Sin embargo, como esos eventos ya son cosa del pasado y como son pocas las luchas genuinamente legítimas en las que participar la gente se busca la primera reivindicación social que se encuentre.

Profundizando en el fenómeno

Desde la década de los 1960 vivimos en una época en que todas las grandes opresiones han ido derrumbándose. Por medio de la lucha social se ha podido hacer frente a desigualdades que, antaño, eran incuestionablemente vistas como naturales: el racismo, la misoginia, la homofobia e, incluso, la esclavitud, son aspectos que por medio de los movimientos sociales y la acción organizada del pueblo han conseguido superarse. Cierto que no se vive en una sociedad perfecta y utópica puesto que siguen habiendo desigualdades pero estas son más leves de lo que jamás han sido.

Por regla general, cuando aparece un movimiento social este se mantiene hasta que consigue aquello que se ha planteado. Tras lograr su objetivo se entra en una situación paradójica: por un lado, se ha conseguido aquello por lo que el movimiento surgió y se siente realización y satisfacción, pero por el otro se da un vacío, una falta de objetivo común entre sus activistas, lo cual genera malestar y no calma las ganas de seguir con el espíritu revolucionario.

Tanto los antiguos seguidores del movimiento como sus miembros más recientes están deseosos de acción y, no conformes con que se entre en un período de calma, deciden llenar ese vacío con un nuevo reclamo. Como el primer objetivo social a conseguir dejó el listón muy alto en cuanto a que era muy noble y legítimo, los nuevos objetivos son menos trascendentales. Puede que el nuevo objetivo a conseguir sea una soberana tontería o, incluso, contribuya a generar más desigualdad solo que ahora lo que se hace es convertir a los privilegiados en oprimidos.

Ejemplo del fenómeno: llevar rastas y ser blanco

Una particularidad de quienes viven el síndrome de San Jorge Jubilado es su habilidad para hacer de una cuestión mundana y poco importante en un verdadero problema que, de no solucionarse, lo percibe como una verdadera injusticia, algo que hace que el mundo sea un verdadero infierno opresor. Un ejemplo muy claro de este fenómeno lo tenemos con la controversia reciente de llevar rastas y no ser de raza africana, especialmente si se es blanco.

En la actualidad el racismo está muy mal visto e, incluso, está penalizado legalmente en multitud de países. Ningún país occidental que se precie prohíbe votar a las personas si son de una raza u otra y la segregación racial en Europa carece de estatus legal. Obviamente, siguen habiendo racistas por el mundo y hay diferencias entre personas blancas y personas negras en cuanto a sus derechos y reconocimientos en multitud de contextos, pero la situación es muchísimo mejor de lo que era en, por ejemplo, los años 1950.

El movimiento antirracista ha cumplido con su principal objetivo que era el hacer que se reconociera la igualdad legal de las personas independientemente de su raza. Las luchas posteriores se han encargado de igualar a las personas de diferentes razas en diferentes cuestiones más pequeñas pero no por ello menospreciables, como la diferencia de salarios entre blancos y negros en EE.UU., los ghettos, la falta de representación de negros en la televisión, acabar con el Ku Klux Klan...

Sin embargo, algunas personas que se hacen llamar antirracistas, invadidas por el síndrome de San Jorge Jubilado han hecho lo mismo que el héroe de nuestra historia. Estas personas, en vez de matar a inocentes lagartijas, la han tomado con aquellas personas blancas que llevan rastas, afirmando que este peinado solo pueden llevarlo las personas de raza negra. Bajo su “lógica” estos supuestos antirracistas dicen que si un blanco lleva rastas está oprimiendo a las personas negras.

Lo curioso de opinar esto y de acosar a las personas blancas que se peinan así es que, curiosamente, se está cometiendo opresión. Por un lado se está oprimiendo en tanto que se le dice a las personas qué pueden y no pueden hacer con su propio cuerpo y aspecto. Por el otro se cae en discriminación racial, prohibiendo a todas las personas que no sea de raza negra llevar determinados peinados, en especial a las personas de raza blanca.

Estos “antirracistas” prefieren enfocarse en una cuestión que ni remotamente parece ser racista en vez de centrarse en problemas que sí tienen que ver con la cuestión de raza y suponen desigualdad real, como son las diferencias socioeconómicas entre blancos y negros en EE.UU.

Consecuencias sociales

La principal consecuencia negativa de sufrir el síndrome de San Jorge Jubilado es contribuir a que haya más desigualdades en la sociedad, siendo un efecto muy lejos de lo que supuestamente se pretende conseguir. Los “san jorges jubilados” están tan obsesionados con seguir luchando, aunque sea algo absurdo y perjudicial para la sociedad, que se olvidan de todo lo que sí han conseguido los verdaderos héroes de la historia.

La balanza de la igualdad se desequilibra muy fácilmente, ya sea para un lado o para el otro. Los que un día fueron oprimidos pueden convertirse en muy poco tiempo en opresores pero que, amparados por la historia, le reprocha a los otros el haberlos oprimido cuando ahora están haciendo ellos lo mismo, sea una cuestión de raza, género, orientación sexual, origen étnico, religión o lengua.

A su vez, este síndrome conlleva a que haya contrarrespuestas, haciendo que haya más personas partidarias justo de lo contrario, es decir, que todos los avances en diferentes cuestiones sean eliminados y se vuelva a la situación de hace varias décadas. Si levantas un extremo del garrote, también levantas el otro, o sea si un determinado movimiento social opta por posturas extremistas y que están lejos de la igualdad que en un inicio promulgaba, el otro lado opuesto va a ganar seguidores.

Por ejemplo, dentro del colectivo feminista, cuyo objetivo es conseguir la igualdad entre hombres y mujeres en todos los aspectos, hay posiciones que tiran hacia el hembrismo e, incluso, son partidarias de vengarse de los varones por miles de años de opresión. Por culpa de estas “san jorges jubiladas” quienes no se definen como feministas creen que el feminismo implica privilegiar a las mujeres. Como resultado, muchos hombres se ponen en contra del feminismo, diciendo lo típico de “ni machismo ni feminismo, igualdad” sin saber realmente que, en principio, eso es el feminismo, igualdad.

Pero lo peor de la contrarrespuesta al hembrismo es el machismo más recalcitrante y anticuado. Temiendo que van a perder absolutamente sus privilegios y derechos muchos hombres se ponen en una postura radicalmente opuesta a los avances que el feminismo ha conseguido, sintiendo nostalgia por aquellos tiempos en los que “se tenía bien controladas a las mujeres”. En otras palabras, el síndrome de San Jorge Jubilado contribuye a generar más desigualdad por ambos lados y generando una peligrosa dinámica que puede acabar en tragedia.

Referencias bibliográficas:

  • Minogue, K. (1963) The Liberal Mind. Indianapolis: Liberty Fund.
  • Joludi (2020). El Síndrome de San Jorge Jubilado. Joludi.blog.wordpress. Recuperado de: https://joludiblog.wordpress.com/2020/06/24/el-sindrome-de-san-jorge-jubilado/.
  • Milián-Querol, J. (26 de septiembre de 2020). Sant Jordi no se jubila. ABC. Recuperado de: https://www.abc.es/espana/catalunya/abci-juan-milian-querol-sant-jordi-no-jubila-202009261041_noticia.html.

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Postgrado de Actualización de Psicopatología Clínica en la UB.

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