La experiencia de soledad pesa como una losa para muchas personas, sobre todo de avanzada edad, pues provoca una sensación de abandono y de falta de apoyo anímico. Quien vive en soledad, sobre todo si no es por elección propia, tiene más probabilidades de sufrir una serie de trastornos mentales o de ver incrementados los que ya padece.
Sin embargo, con un poco de conciencia y esfuerzo personal se puede transformar la soledad en una grata experiencia de desarrollo personal y de autoconocimiento.
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La relación entre la soledad y la sensación de desamparo
Como seres sociales que somos los seres humanos, nuestra tendencia natural no es a estar solos. El hecho de necesitar cuidados y atención continua durante nuestros primeros años de vida constituye una evidencia biológica de esta tendencia natural a sociabilizar.
Cuando estamos solos, y esa soledad no es algo buscado voluntariamente, las probabilidades de padecer depresión aumentan, las tendencias suicidas son mayores, e incluso se ha demostrado científicamente que la incidencia de sufrir algún tipo de dolencia cardiaca es superior a la de quiénes tienen un apoyo social directo. Pareciera, por tanto, que la soledad debería ser algo a evitar, y un aspecto a evaluar y solucionar por los diversos servicios sociales y sanitarios.
Pero la realidad es diferente. El estado, y el propio individuo, disponen de unos recursos limitados, y la sociedad no siempre va a estar dispuesta a prestarnos la compañía que necesitamos, o que creemos necesitar.
Esto puede provocar una fuerte sensación de desamparo, que nos puede hacer conjeturar sobre amenazas futuras derivadas, por ejemplo, de que suframos algún accidente y de que no haya nadie que nos ayude en ese momento. Esta angustiosa experiencia es el germen de los problemas de ansiedad, que se nutren del miedo a posibles desastres futuros.
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El apoyo social percibido
Diversos estudios apuntan a que la sensación de soledad que hemos descrito se atenúa con el apoyo social, pero no con el apoyo social real y objetivo, sino con el apoyo social percibido. Es decir, no importa que uno tenga una red social de ayuda o no, lo que importa es que uno crea que la tiene y que habrá alguien a quien poder recurrir en caso de necesidad.
Por ejemplo, si tengo algún vecino de avanzada edad que vive solo, no es necesario que yo vaya todos los días a ayudarle o a charlar con él, sino tan solo hacerle saber que estoy ahí al lado para lo que necesite. Que tenga mi número de teléfono y que sepa que puede llamarme para solicitar mi ayuda puede ser suficiente para aumentar la ayuda social percibida. Y esto, solamente esto, puede atenuar su sensación de desamparo.
Pero ¿y si soy yo el que vive solo? ¿Cómo puedo aumentar mi percepción de apoyo social? Hay que tener en cuenta que no en todos los sitios hay personas dispuestas a ayudar. Puede que no sean mis familiares ni mis amigos más cercanos (que quizá no son tan amigos como yo creo), pero se puede recurrir a asociaciones creadas para tal efecto, o a vecinos que me resulten más cordiales para solicitar una vía de ayuda en momento de necesidad.
Por supuesto, esto requiere muchas veces aplacar el orgullo personal, y tener la humildad necesaria para crear la disposición personal de solicitud de apoyo. Y es aquí donde comienza el proceso de desarrollo personal y de autorrealización, en aprender a reconocer que, como el resto de seres humanos, yo también necesito o necesitaré ayuda en algún momento.
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Los fantasmas de la soledad
En soledad uno se enfrenta a sus propios pensamientos. Se puede recurrir a la televisión, la radio o internet, pero la falta de una relación directa con alguien acaba por confrontarnos con nosotros mismos. Esto supone la toma de conciencia de nuestros pensamientos más recurrentes, de nuestros miedos e incertidumbres, y también de nuestros deseos frustrados.
A menudo, puede constituir una avalancha de recuerdos incómodos que transforman un momento de calma y tranquilidad en una nerviosa experiencia de desasosiego. Y todo eso está dentro de nosotros, y sólo nosotros, con o sin ayuda, podemos transformarlo en una vivencia personal más agradable.
Quien no es capaz de estar cómodo en soledad, tampoco acaba de tener un buen ajuste social. Las inseguridades personales suelen detonar en conflictos con otras personas que son las que, normalmente, evidencian con su conducta esas inseguridades. Y es en soledad donde podemos tomar conciencia de todo ello, y conseguir que deje de ser un elemento que haga de nuestra soledad una angustia, y de nuestras relaciones algo que condicione negativamente nuestra sociabilidad.
La soledad trasformadora y el desarrollo personal
En casi todas las culturas han existido, y existen, ritos de transformación personal que implican momentos de soledad y aislamiento. En las religiones, por ejemplo, el silencio y la clausura se han fomentado como modo de experimentar la divinidad y de trascender la conciencia hacia un estado de mayor sintonía con lo espiritual.
Doctrinas tan diversas como el cristianismo y el budismo proponen momentos de aislamiento para mejorar la unión del ser humano con la creación, con la naturaleza o con el universo. Y esta experiencia supone una especie de “terapia de choque” en la que aprender a sentirte “parte del todo”, pasando previamente por una vivencia en la que “te aísles de todo”.
Aunque nuestra soledad no sea voluntaria, sino fruto de nuestra situación vital, podemos convertirla en una experiencia transformadora que nos ayude a sentirnos en armonía con el mundo en que vivimos. No es un desafío fácil, ni mucho menos sugerente, para la mayor parte de la gente. De hecho, es una propuesta que en terapia psicológica no cualquiera acepta de buen grado, pero todo psicólogo, de una u otra manera, plantea en algún momento a sus clientes estar solo para tomar conciencia de aquellos aspectos de su forma de ser que resultan incómodos o que condicionan sus relaciones sociales.
Conclusión
En definitiva, la experiencia de soledad puede fluctuar desde el más angustioso desamparo hasta la más revitalizante herramienta de autoconocimiento, convirtiéndose incluso en una vivencia mística en la que uno puede encontrar su lugar en el mundo, dar sentido a su vida y convertirse cada vez más en aquello que realmente quiere ser, dejando así de ser un mero espectador de una sociedad en la que no se siente a gusto.