Cuando hablamos de bullying como evento traumático, quizás estemos ante uno de fenómenos que más literatura ha propiciado en los últimos tiempos desde los ámbitos tanto terapéuticos, como sociales e incluso políticos.
Es por eso que nos gustaría abordar esta terrible plaga desde otro ángulo, intentar otra manera de mirar, de abordar el dolor y las secuelas de aquellas personas que han atravesado el infierno del acoso físico y/o psicológico durante su infancia y adolescencia.
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La huella emocional del bullying
La traducción de la acepción inglesa de “bullying” sería algo así como “acoso, o intimidación en el ámbito escolar”. Se produce por lo tanto en un momento muy concreto y muy crítico, a la vez, del desarrollo tanto fisiológico como psicológico de la personalidad del adolescente.
En la primera infancia se desarrolla la base del Yo, el apego, en función del vínculo que el niño/a establece con sus cuidadores y que posteriormente, en la adolescencia ese Yo se pondrá un "traje u otro" en función de sus primeras experiencias relacionales con el entorno, especialmente con sus semejantes. Este traje será la “identidad”. El Yo saldrá de la adolescencia a la vida adulta con un "traje", una identidad definida, para bien o para mal, funcional o disfuncional.
Aparentemente ya no estamos en aquellos tiempos en los que si el niño se quejaba en casa de que le “pegaban en el cole” la respuesta era casi siempre “es cosa de críos” o como mucho “¡pégales tú también!”. Sin embargo, y a pesar de que los síntomas son a menudo más que evidentes (depresión, soledad, ansiedad, baja autoestima y sobre todo rechazo a ir al colegio, sin olvidar sintomatología fisiológica del tipo dolor de cabeza, de estómago, cansancio o trastornos alimentarios) en la mayoría de las ocasiones el hecho pasa desapercibido tanto para la institución escolar, como para la familia.
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¿Cómo aparece el problema?
Cómo hemos dicho, no nos queremos extender en la definición, detección y abordaje terapéutico del problema, sino intentar ponernos en el lugar del niño o niña sometido a este tipo de acoso, menosprecio e intimidación.
En primer lugar, prácticamente todos nosotros, terapeutas incluidos, hemos sido testigos de vivencias de este tipo en nuestro entorno de niños o adolescentes. Y a fuer de ser sinceros, no siempre defendimos al despreciado, en el caso de que nosotros mismos no fuéramos los despreciados.
Este fenómeno grupal en el desarrollo de la personalidad e identidad del niño desde la misma infancia parece ser consustancial con nuestra naturaleza como seres humanos. Sin olvidar, por supuesto, que también la búsqueda del bien social es consustancial al ser humano. Es decir, en nuestro desarrollo como “yoes” diferenciaremos, seremos válidos, o sea, “de los buenos” en contraposición con los no válidos, los distintos, los torpes. En cierto modo esto es inevitable y hay muchos experimentos psicológicos y sociales que así lo demuestran.
Así pues, no debemos llamarnos a engaño y entender que la sombra del bullying subyace en casi toda relación grupal que tiene lugar en la adolescencia, en el tránsito de niño a adulto, en el proceso de conformación de su personalidad. La alerta social, por tanto, es imprescindible, y la respuesta ineludible, ante el menor indicio de acoso entre iguales. “Mirar para otro lado” no es de recibo, ni para instituciones ni para familias. Suponer que el problema se solucionará solo y no dejará huella es de una gran ingenuidad.
Por otro lado, existe un fenómeno, que muchas veces pasa desapercibido. En muchísimos de los casos, el rechazo comienza con compañeros o compañeras que hasta ese momento eran precisamente de los mejores amigos. Nada más terrible que el oprobio comience precisamente con la persona a la que he abierto mi corazón y en la que he depositado toda mi confianza. La depositaria de mis secretos más íntimos se “vuelve” contra mí, e incluso se aprovecha de ese “saber de mí” para envilecer aún más el acoso de los demás.
En estos casos el impacto de este fenómeno en la autoestima, en la noción que el niño va elaborando de sí mismo, es demoledora. Que me aíslen los populares, los “abusones” o los fuertes es ya de por sí terrible, pero que me ponga en la picota el amigo más querido no “cabe” en la cabeza del acosado, y como pasa siempre en cualquier tipo de trauma, la víctima, al no poder comprender, no poder explicarse de manera racional lo que sucede, acabará concluyendo que el raro o rara es él, o ella, y en definitiva la victima será finalmente la culpable.
La terapia aplicada al bullying
En Vitaliza abordamos este fenómeno tan complejo desde todas sus vertientes, como no puede ser de otra manera. La herida como tal, el trauma, lo abordamos principalmente con un abordaje EMDR que implica el reprocesamiento de la experiencia de una manera funcional por medio de la estimulación bilateral.
Pero antes de dicha intervención preparamos a la persona estableciendo previamente un sólido vínculo terapéutico, reduciendo su respuesta de ansiedad a base de entrenamiento en biofeedback y neurofeedback y dotándolo de herramientas de consciencia plena, a través de nuestro programa de mindulness terapéutico que le permitan regularse en los escenarios que antes le resultaban desbordantes.
Regulación a través de bio y/o neurofeedback, auto consciencia a través del trabajo de atención plena y abordaje de la herida traumática con una de las herramientas probadas más eficaces como es EMDR es el triángulo de intervención de nuestro centro, con resultados más que esperanzadores.
Autor: Javier Elcarte, Psicólogo Experto en Trauma.
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