Platón decía que aprendiendo a morir se aprende a vivir mejor. Y, si lo pensamos, a este pensador no le faltaba razón: la idea de morir es un ruido de fondo que nos acompaña a lo largo de la vida y que hay que saber gestionar. A veces, evitamos lidiar con el malestar que nos produce esta realidad, y optamos simplemente por no pensar en ella. Pero llega un momento en el que es necesario plantearse la pregunta: ¿cómo afrontar la muerte?
En este artículo repasaremos algunas reflexiones y claves psicológicas útiles para saber cómo convivir con la idea de que algún día tanto nosotros como nuestros seres queridos desapareceremos.
- Artículo relacionado: "El papel de la Psicología en los procesos irreversibles: 5 actitudes ante la muerte"
Varias claves para saber cómo afrontar la muerte
El miedo a la muerte es, por lo que se sabe, un fenómeno universal. Está presente en todas las culturas que han sido estudiadas y, curiosamente, no se salvan de ella ni las personas con unas creencias religiosas más fuertes. De hecho, una investigación reciente ha mostrado que los monjes budistas que viven en monasterios tienen un mayor miedo a la muerte que la media, a pesar de que teóricamente la doctrina que siguen les lleva a no centrarse en el “Yo” y por consiguiente a no preocuparse por su propia desaparición.
Ahora bien, que sea prácticamente imposible valorar positivamente la muerte no significa que debamos resignarnos a sufrir por esta hasta límites insospechados. Hay varias maneras de hacer que el impacto negativo del fin de la vida quede amortiguado, y todas ellas pasan por la aceptación. Veámoslo.
1. No tomarse la vida como una lucha
Hace ya tiempo que se viene criticando que nos refiramos al hecho de tener cáncer como una “lucha” contra la enfermedad. Esto es así porque pensar en estos términos lleva a asumir un marco de referencia según el cual quienes sobreviven son los fuertes, y quienes perecen son los débiles: no han sido capaces de sobreponerse y han perdido una batalla.
Lo mismo puede aplicarse a cualquier causa de muerte, incluyendo la muerte por causas naturales. Como seres humanos no tenemos ninguna capacidad de controlar voluntariamente todos los procesos biológicos necesarios para mantenernos con vida; es algo que, simplemente, escapa a nuestros intereses, y por consiguiente por mucho que nos esforcemos no podemos evitar que el fin de la vida nos alcance.
2. Asumir que lo normal es no vivir
A causa de nuestra tendencia a construir un fuerte sentido de la identidad formado por la memoria autobiográfica de cada uno, damos por sentado que lo normal es existir, poder mirar de tú a tú a la misma naturaleza que seguirá estando ahí durante cientos de millones de años. Sin embargo, esto es una ilusión, y por otra parte es una de las cosas que nos llevan a sufrir más cuando la idea de la muerte se acerca a nosotros.
Si creemos que por defecto nosotros mismos estamos en la categoría de “lo que existe”, el fin de nuestra ida es algo que socavará los cimientos de todas nuestras creencias. No solo tendremos que enfrentarnos al temor de sufrir físicamente; además, nos puede llevar a una crisis existencial.
Por consiguiente, es necesario asumir que nuestra consciencia y sentido de la identidad no son más que frágiles realidades montadas sobre un complejo entramado de procesos corporales que no tienen por qué funcionar siempre.
3. Cerrar nuestra historia personal, pero no del todo
En los procesos de muerte, se da una paradoja: es bueno que quien va a morir pase por fases de despedida, si puede ser tanto de sus seres queridos como de lugares y objetos por los que siente apego. Sin embargo, a la vez es bueno que no se limite a esperar la muerte. La inactividad absoluta lleva a la rumiación y a los pensamientos obsesivos, y de este modo la ansiedad se mantiene siempre muy alta.
Es bueno sentir que hay siempre algo que hacer, en la medida de las posibilidades de uno mismo. Eso significa que ni siquiera es necesario tener un buen grado de movilidad. Si uno quiere, es posible encontrar cosas que hacer. Eso sí, nadie debe insistir en que una persona enferma haga cosas simplemente por seguir este principio; es uno mismo quien debe elegir.
4. Conocer la naturaleza del miedo
Por definición, nadie sufre por el hecho de estar muerto. Lo que produce malestar es tanto la perspectiva de dejar de existir y de sentir sufrimiento físico, por un lado, como el dolor emocional que produce en los seres queridos la muerte de alguien, por el otro. Buena parte de lo que significa perecer tiene que ver con cómo experimentamos la muerte de otros, algo que en la mayoría de los casos nos hace sentir muy mal.
Sin embargo, en lo que respecta a la muerte de uno mismo, la muerte ni siquiera tiene por qué llegar con sufrimiento físico. Su efecto sobre nosotros puede ser el mismo que perder la consciencia, algo que ocurre cada noche cuando empezamos a dormir. Mucha gente sufre más por experiencias de las que sale viva que por la propia muerte. Hay que asumir que las emociones a gestionar están relacionadas más bien con la vivencia comunitaria de la muerte, y con el hecho de ser la persona que está en el centro del ritual del duelo de los demás.