Según los datos aportados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) más de 800.000 personas mueren anualmente por suicidio y otras muchísimas más cometen la tentativa sin éxito. En 2001 los suicidios registrados en todo el mundo superaron a las cifras de muertes por homicidio (500.000) y por guerras (230.000) mientras que, en la gran mayoría de países, constituye la primera causa de muerte no natural por delante de los accidentes de circulación o de asesinato.
Queda claro que hablamos de un gravísimo problema de salud pública, el cual, aún hoy en día, sigue siendo un tema tabú para la mayoría de gobiernos y sociedades que lo padecen, así como en las familias involucradas. ¿Qué se está haciendo para evitar que parte de la población termine con su propia vida? A continuación veremos cuáles son las medidas conocidas para reducir la tasa de suicidios.
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El estigma y el tabú del suicidio
En primer lugar, para saber cómo intervenir sobre la generalización de los intentos de suicidio hay que tener en cuenta que es complicado investigar sobre este tema, ya que está cubierto por el tabú y el estigma. De los datos que hemos visto, se presuponen muchos más casos a los oficialmente notificados a raíz de que la muerte por suicidio consiste en un asunto muy sensible, incluso ilegal en algunos países, y puede permanecer mal clasificado bajo muertes por “accidentes de conducción” o “paradas cardíacas”.
Estudios sobre este aspecto, como los del psicólogo Thomas Joiner, dilucidan que más del 40% de la gente que ha perdido a un ser querido a causa del suicidio mentiría sobre ello para ocultar la verdad.
El registro de un caso de suicidio es un procedimiento complicado que involucra a varias autoridades diferentes entre policías, personal sanitario, familiares y medios de comunicación, que no siempre afrontan los hechos con la transparencia e información necesarias para coordinar su prevención.
El efecto Werther y la restricción informativa
La parte focal de estas dificultades reside en el estigma asociado a los trastornos mentales y a las conductas suicidas, promovido mayormente por el miedo y el desconocimiento. Uno de los principales pilares de la desinformación recae sobre el conocido efecto Werther.
El efecto Werther (o sus variantes “copycat”, “dominó”, “llamada”, entre otras) versa de la novela Las penas del joven Werther escrita por Johann Wolfgang Von Goethe en 1774, en donde el protagonista sufre tanto por amor que decide poner fin a su vida. Esta conducta fue copiosamente imitada por muchos jóvenes de la época, hasta el punto en que la novela fue prohibida por las autoridades.
Posteriormente el sociólogo David Phillips elaboró un estudio análogo entre 1947 y 1968 demostrando que cuando el New York Times publicaba una noticia relacionada con un suicidio, estos se incrementaban en todo el país al mes siguiente.
En realidad, la idea de que el suicidio tiene un aspecto “contagioso”, es decir, que si una persona famosa se quita la vida o una noticia similar sale a la luz llevará a otros a considerar el suicidio como una opción deseable, es muy difícil de demostrar, y los estudios que la dan a conocer resultan contradictorios. Las tasas de suicidio se mantienen estables a lo largo del tiempo y así lo corroboran las estadísticas consultables a partir del siglo XIX, lo que ha permitido llegar a un acuerdo mundial entre todos los especialistas acerca de las causas más comunes.
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Las principales causas del suicidio
Entre los principales factores de riesgo destacan: la enfermedad mental, los trastornos por depresión y psicosis, así como el consumo de drogas y las adicciones, las enfermedades medicas crónicas cursadas con dolor y, finalmente, grandes crisis vitales, siendo la más frecuente con el 60% de los casos, la ruptura de pareja (al final, nos seguimos suicidando por amor), precedida por problemas en el entorno familiar y los problemas económicos.
Es también necesaria la mención al aislamiento social, el desarraigo y la carencia de vínculos afectivos con los semejantes.
Así pues, ¿hasta qué punto hablar del suicidio puede ayudar a personas que se encuentran en estas tesituras y pensando en ello de forma recurrente? Ciertamente informar y sensibilizar puede impulsar a una persona que ha concebido poner fin a su vida pasar a la acción como esa gota que colma el vaso, pero a su vez, es la única forma de que la gente sepa que puede pedir ayuda cuando ha llegado a este punto y la única respuesta que encuentra es el silencio.
De acuerdo con la psiquiatra y experta en suicidología Carmen Tejedor, responsable del primer plan de prevención de suicidios llevado a cabo en España, para prevenir hay que permitir que la gente pueda hablar del suicidio.
Las tentativas de poner fin a la propia vida
Nadie quiere morir; la idea de que el suicidio es un acto de libre albedrío entendido como que la persona decide voluntariamente sobre sus actos deriva de un concepto romántico de la libertad de la persona. No hay libertad en el suicidio, solo la desesperación constante e intensa hasta que el individuo considera su muerte como la única forma de evadir el sufrimiento.
Por cada suicidio consumado hay entre 20 y 30 personas que ponen en juego su vida para intentar ponerle fin. Estas tentativas son las aproximaciones que hace el individuo, ensayos, para ver cómo afrontar el miedo, el dolor físico y la ruptura con su propio sentido de la autoconservación. Es falsa la expresión: “quien no ha conseguido matarse es porque realmente no lo iba a hacer”. Si una persona ha intentado suicidarse una vez, es muy posible que lo intente de nuevo, pudiendo ser que al siguiente intento le salga bien.
Intervención psicológica y prevención
Ante la mayoría de tentativas o intentos fallidos pueden abrirse opciones que incluyen tratamientos farmacológicos y psicológicos mediante los cuales muchas personas descubren nuevas razones para seguir viviendo. Se ha estimado que sin un plan de prevención de suicidios adecuado un 30% de afectados repetirá el intento, pero gracias a una intervención especializada tan solo lo hará el 10%.
El papel de la sociedad es crucial, actualmente unos pocos países han incluido la prevención del suicidio entre sus prioridades sanitarias y sólo 28 países han notificado que cuentan con una estrategia nacional de prevención del suicidio.
Las medidas más directas han consistido en la restricción informativa y la restricción de medios letales (como la selección de la divulgación de la información sobre suicidios, medicamentos sin prescripción médica, detener el uso de barbitúricos...). Está demostrado que, si una persona inicia una conducta suicida, pero esta se ve interrumpida o resulta inaccesible, no tiende a correr hacia otro sitio para terminarla. Limitar el acceso a un medio letal se traduce a la práctica en instalar barreras físicas en las zonas de riesgo como ventanas de determinados hoteles y puentes.
Sin embargo, hay que ir más allá y apostar por la coordinación de instituciones. En primer lugar, informar de forma responsable desde los medios de comunicación para romper el estigma, particularmente en torno a los trastornos mentales y el suicidio. La falta de dicha responsabilidad imposibilita a las personas que piensan en quitarse la vida o han tratado de hacerlo recibir la ayuda que necesitan.
En segundo lugar, con relación a lo mencionado, disponer de una información fiable cuyos datos permitan profundizar en el estudio de las conductas suicidas de cara a su prevención (sólo 60 Estados Miembros disponen de datos de registro civil de buena calidad que se pueden utilizar directamente para estimar tasas de suicidio) incluyendo registros civiles de suicidios, registros hospitalarios y estudios representativos a escala nacional.
Finalmente, hay que destacar que el primer informe mundial de la OMS sobre el suicidio “Prevención del suicidio: un imperativo global” publicado en 2014, persigue concienciar a la población de la importancia de los suicidios y los intentos de suicidio, así como la necesidad urgente de desarrollar estrategias integrales de prevención en el marco de un enfoque multisectorial de la salud pública de manera que los Estados Miembros hayan conseguido estabilizar las tasas nacionales de suicidio en un 10% para el año 2020.