Nuestro estado anímico es como una montaña rusa: en unos tramos estamos arriba y en otros abajo. Los seres humanos experimentamos todo un amplio abanico de emociones que incluyen a las positivas y a las negativas.
Alegría, euforia y felicidad son emociones que nos gusta sentir, mientras que la tristeza, la desmotivación o la desgana las consideramos como desagradables.
Cuando nos decimos “estoy de bajón” muchos lo vemos como algo malo, pero realmente es totalmente sano sentirlo, mucho más que convencerse de que debemos estar felices todo el tiempo. Veamos por qué.
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Estoy de bajón: ¿qué hago?
Nuestro estado anímico nunca es estable. Hay momentos en los que estamos más animados y en otros momentos en los que nos sentimos más hundidos. Puede que sea solo por unas cuantas horas, puede que dure algunos días, semanas o, incluso, algunos meses, sea como sea siempre habrá algún momento, llenos de desmotivación y tristeza, en el que nos diremos “estoy de bajón”.
Se han apagado las ilusiones, no tenemos ganas y no queremos hacer absolutamente nada. Nos da pereza todo, pero no porque seamos unos vagos ni porque queramos procrastinar un poco. No, es una pereza de falta de humor, de “ahora no, que no me apetece”. Una pereza que no es ni egoísta ni de descanso, simplemente es que no hay fuerzas emocionales ni psicológicas para mantener el mismo ritmo que llevábamos antes.
Es completamente normal y sano sentirse así de vez en cuando. No podemos sentir alegría las 24 horas del día. Sentir tristeza, desmotivación y pocas ganas de hacer cosas en algún momento del día o durante unos cuantos días seguidos es síntoma de que estamos vivos, y que no somos personas atrapadas en una constante vorágine de euforia patológica. Todo lo que sube tiene que bajar, por eso en la vida hay muchos altibajos. No desesperes, que estás sano.
La tiranía de la felicidad
Si hacemos una búsqueda rápida sobre cómo ser feliz encontraremos un montón de artículos, vídeos e incluso guías de autoayuda en donde se detalla las estrategias y pasos para conseguir ser feliz el resto de nuestra vida. Nos prometen no vivir ni un solo segundo de tristeza, nos hacen creer que es una emoción malísima, perjudicial para nuestra salud y nuestras relaciones personales. Estar triste es malo, disfuncional. Vade retro, tristeza.
Vivimos en un mundo en el que se han demonizado las emociones negativas, haciéndonos ignorar el hecho de que, por muy desagradables que puedan ser, son necesarias. Como decíamos, son signo de disponer de una buena salud mental, y no se puede pretender ocultar ni tampoco ignorar nuestras emociones. La tiranía de la felicidad promovida por los gurús de la autoayuda y otras corrientes en apariencia psicológicas han vendido la idea de que el ser humano tiene la necesidad de ser feliz a todas horas, y que cualquier emoción “mala” debe ser erradicada.
El problema de los que promueven estas ideas es que ofrecen unas estrategias que ni son realistas ni funcionan a largo plazo. Además, el estar en contra de la vivencia de emociones negativas es neutralizar la propia naturaleza humana. No es posible estar feliz en situaciones tremendamente desagradables como pueden ser la muerte de un familiar, la pérdida del empleo o cuando nos partimos una pierna. La idea de que debemos estar contentos sí o sí ante la adversidad, tratar de verle siempre el lado positivo a las cosas e ignorar lo malo es anestesiar nuestra forma de ser.
Es por este motivo que a continuación no vamos a hablar de formas de evitar o deshacerse del bajón. La idea no es eliminar esta emoción ni impedir que vuelva a ocurrir.
Consejos para gestionar este sentimiento
Aunque sí que se puede evitar sentir tristeza en el futuro por algunas cosas, es normal que sintamos un poco de bajón de vez en cuando y, lejos de combatirlo, se debe vivirlo. Puede que sea por algo que hemos hecho o porque simplemente nos hemos levantado de mal humor, pero es una emoción, y como tal tendrá su función, su importancia en nuestra vida.
1. Aceptar la emoción
Estoy de bajón, ¿qué es lo primero que hago? Muy habitualmente la primera reacción ante esta emoción es negarla. Para ello hacemos de todo para distraernos, luchando contra esta sensación desagradable. Nadie quiere sentirse triste, y es lógico que intentemos deshacernos de la experiencia de esta emoción lo antes posible.
Pero debemos hacer justo lo contrario. En vez de ignorar que estamos de bajón, debemos aceptar lo que está ocurriendo. ¿A qué es extraño? Pese a que pueda hasta parecer contraintuitivo, debemos entender que cuando hablamos de emociones, resistirnos a ellas lo único que conseguirá es que cuando le prestemos atención en el futuro vuelva con más fuerza, haciendo que sea más difícil ocultarla.
De hecho, uno de los pilares fundamentales de la psicoterapia es que las emociones negativas afloren, que el paciente las reexperimente en la consulta con el objetivo de que sea consciente de ellas, las acepte, las pueda identificar y, consecuentemente, se pueda trabajar sobre ellas.
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2. Apoyarse en nuestras relaciones sociales
Mejorar la calidad de nuestras relaciones sociales tiene un impacto directo sobre nuestra felicidad, ayudándonos a gestionar mejor nuestras emociones negativas como la tristeza o el enfado. Las amistades sanas son un gran motivador cuando se está pasando por un período de bajón, animándonos a sentirnos mejor sin ignorar aquello que nos ha llevado a estar como estamos.
Un buen amigo nos apoya estando ahí, escuchándonos contarle cómo nuestra pareja nos ha dejado, cómo nos han despedido o qué ha pasado que nos ha hecho estar tan mal. Sea lo que sea lo que nos ha hecho estar tristes, él o ella nos escuchará activamente, haciendo que nos sintamos mucho mejor por el simple hecho de transmitirle cómo nos sentimos. No nos forzará a que estemos mejor dándonos consejos vacíos del estilo “no te olvides de ser feliz”.
Por ello, debemos contar con otras personas en las que confiemos y que nos hagan sentir apoyados, fundamental para sentirnos bien. También cabe decir que las relaciones sociales nos ayudarán a evitar caer todavía más hondo, puesto que la soledad puede contribuir a que nuestro bajón baje todavía más.
3. No abandonar nuestros objetivos
Hemos comentado que debemos vivir nuestras emociones y no intentar distraernos activamente para ocultar estos sentimientos. Lo suyo es vivirlos, pero sin que esto nos haga abandonar por completo todo lo que conforma nuestra vida diaria, algo que es bastante común que nos pase cuando estamos de bajón.
Un mal día lo tiene cualquiera, y es normal que ese día en concreto no queramos seguir con nuestro proyecto, sea este ponerse en forma, aprender un idioma o acabar una carrera.
Sin embargo, hay que hacer un esfuerzo, e incluso focalizarse todavía más en esa meta. Esto no es intentar distraerse, sino intentar ser constante, vivir la emoción pero a la vez vivir nuestra vida. Puede que necesitemos tomarnos un descanso de vez en cuando, pero no debemos escudarnos en que estamos mal para abandonar.
En caso de que sigamos con nuestros proyectos a pesar de estar de bajón, estaremos creando un muy poderoso precedente. Habremos creado el recuerdo en el que recordamos que, pese a la adversidad, pese a no tener ganas ni estar de humor, fuimos tenaces y continuamos haciendo aquello que queríamos conseguir. Sentíamos emociones negativas, pero no nos impidió ser fuertes y seguir adelante. Es esta mentalidad la que nos hará felices en el futuro, y no la filosofía de la autoayuda barata de que debemos ser felices porque sí.
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Diferencias entre estar de bajón y tener una depresión
En el lenguaje popular es común decir “estoy depre” para referirse a que se está triste o de bajona. Es difícil combatir contra esta expresión y pretender educar a todo el mundo para que deje de usarla en su lenguaje cotidiano, incluso si hacemos alusión a que puede ser irrespetuoso comparar el tener un mal día con padecer un trastorno psiquiátrico que implica mucha discapacidad a las personas que lo padecen. De todas formas, recomendamos no usarla por respeto a quienes padecen depresión.
Hay que tener en cuenta que la depresión clínica es una patología, un trastorno mental, algo que implica una gravedad significativa y que nadie quiere tener. La depresión no es adaptativa, dado que quien la padece ve gravemente perjudicadas áreas significativas de su vida como la familia, el empleo, los estudios e incluso sus aficiones. Una persona deprimida no sale del bache intentando animarse, haciendo un poco de deporte o simplemente saliendo de fiesta un día.
La depresión es una oscura y amarga compañía que puede sumirla en la más profunda de las tristezas durante años. Implica bajo estado de ánimo durante un largo período de tiempo, sin un desencadenante específico. Entre los síntomas que predominan en este cuadro podemos encontrar distorsiones cognitivas, falta de iniciativa, pensamientos suicidas y, sobre todo y como síntomas más característicos, tristeza constante y apatía.
Un “bajón” se diferencia de la depresión clínica en la temporalidad y la intensidad. Los bajones duran poco tiempo, como muchísimo un mes y no son para nada tan intensos como lo es una depresión. Esta emoción no nos invita a ser productivos ni tampoco a motivarnos, pero no implica un alto grado de alteración y podemos dejar de sentirlo en cuestión de pocos minutos. Además, estar de bajón no nos impide seguir haciendo nuestra vida normal, aunque es indudable que no nos sentimos bien.
Lo que debemos entender entre ambos es que la depresión requiere intervención psicológica para que el paciente adquiera las herramientas necesarias para poder gestionar su psicopatología, mejorando su estado de salud y aprendiendo a superar las adversidades. En cambio, si estamos padeciendo un bajón no es que no sea recomendable acudir a un psicólogo, siempre es recomendable la psicoterapia, pero es un problema mucho menor, que seguramente acabe desvaneciéndose con el paso del tiempo. Los bajones son solo los valles en la montaña rusa de nuestra vida, y siempre vienen antes de una subida, la alegría.