Salimos de casa y la luz del sol nos ciega, teniéndonos que esperar unos momentos para que nuestros ojos se ajusten al nivel de luminosidad. Por la noche nos enfocan con una lámpara o linterna en los ojos y los cerramos, de nuevo molestos y con los ojos algo irritados.
Se trata de situaciones que todos hemos vivido en alguna ocasión y en el que el nivel de luz nos ha producido cierta sensación de molestia. Aunque por lo general es algo normal, existen muchas personas para quienes la exposición a la luz es una molestia frecuente o que son especialmente sensibles a ella. Se trata de aquellos que padecen fotofobia.
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¿Qué es la fotofobia?
Se considera fotofobia a la presencia de una elevada sensibilidad ante la estimulación lumínica que genera una sensación de dolor o malestar ante la exposición a fuentes de iluminación de intensidad variable. Quien la padece encuentra molesta la luminosidad propia de algunas fuentes estimulares. Puede aparecer en diversos grados, yendo desde una molestia superficial ante fuentes de luz muy intensas a la intolerancia de la mayor parte de fuentes lumínicas.
Dichas fuentes lumínicas pueden ser tanto naturales como artificiales. Suele notarse especialmente en aquellas situaciones en las que se da una transición brusca entre ambientes con diferentes luminosidades.
Ante la exposición a fuentes de luz intensas el sujeto suele sentir la necesidad de cerrar los ojos, lagrimeo y enrojecimiento de los ojos. Es frecuente que el sujeto con fotofobia presente síntomas tales como mareo, cefalea (siendo esta muy prevalente), problemas de visión o problemas gastrointestinales como náuseas e incluso vómitos.
Síntomas y efectos
Ello puede generar la presencia de alteraciones en la vida diaria de la persona con fotofobia, pudiendo generar problemas adaptativos sociales e incluso laborales (por ejemplo ante la luz emitida por ordenadores) que conlleven la evitación conductual, el aislamiento o sensaciones de inadecuación o baja autoestima ante las consecuencias de la fotofobia. También puede generar situaciones de gran peligro ante la facilidad para ser deslumbrados en entornos en que se esté trabajando con maquinaria pesada o se requiera de gran precisión y coordinación oculomanual.
La fotofobia es un problema muy frecuente que generalmente no es producida por ninguna afección y no supone mayor problema, pero en ocasiones y especialmente cuando aparece de forma brusca o ante niveles bajos de iluminación puede hallarse ligada a la presencia de otra alteración de gravedad variable, siendo entonces un síntoma de un trastorno a tratar.
Posibles causas y contextos de aparición
Se considera que la fotofobia está causada principalmente por la activación de los nociceptores o receptores del dolor provenientes del nervio trigémino ante la presencia de luminosidad excesiva. Dicha activación es la que provoca la sensación de malestar y dolor ocular que se produce ante la exposición lumínica.
Entre los elementos que pueden generar dicha activación solemos encontrar en primer lugar la presencia de problemas o enfermedades del propio globo ocular tales como la presencia de conjuntivitis, inflamación del ojo debido a una infección como la del herpes, enfermedades como el glaucoma o las cataratas o la presencia de lesiones, arañazos, heridas quirúrgicas o quemaduras (incluyendo las derivadas de la exposición prolongada a la luz solar). El uso habitual de lentillas facilita su aparición. También suele aparecer tras la realización de cirugías oculares.
Además de alteraciones directamente vinculadas al ojo, es posible y habitual que se presente fotofobia ante elementos, lesiones y enfermedades que afectan al encéfalo. Un ejemplo lo encontramos en la meningitis, o en tumores meníngeos o cerebrales. También es habitual en personas con migraña (siendo la fotofobia el motivo por el que suelen encerrarse a oscuras hasta que pasa el dolor de cabeza). Es frecuente en otras situaciones como la intoxicación por drogas o alcohol (en la resaca es bastante habitual) o el envenenamiento por sustancias. Otras enfermedades como el botulismo o el sarampión también pueden generarla.
Pero no solo encontramos elementos vinculados a trastornos y lesiones, sino que también existen variables biológicas innatas y no nocivas que también influyen en la probabilidad de padecer fotofobia. Una de ellas es la pigmentación de los ojos: se ha manifestado que aquellas personas con los ojos de color claro tienden a ser más intolerantes a la intensidad lumínica. Lo mismo sucede con las personas con albinismo. Igualmente es muy frecuente que con la edad, ante el envejecimiento del ojo aparezca un cierto grado de fotofobia. Por último, también puede aparecer ante el uso de determinados medicamentos, como aquellos que provocan dilatación pupilar o algunos antibióticos.
Tratamientos
El tratamiento de la fotofobia debe tener en cuenta que lo primordial en primer lugar es determinar sus causas, puesto que en algunos casos podría derivarse de problemáticas serios de salud. Por lo general el tipo de tratamiento va a ir ligado al fenómeno o causa de su aparición.
Si se debe a una infección, es habitual el uso de colirios con contenido antibiótico que puedan pararla, así como antiinflamatorios. En el caso de problemas como cataratas o glaucoma podría ser necesario recurrir a la cirugía.
En el caso de tumoraciones en el ojo o el encéfalo la resección o eliminación mediante cirugía, radio y/o quimioterapia puede reducir en gran medida los síntomas. Si la fotofobia se da ante lesiones, heridas quirúrgicas o abrasiones, será necesario realizar el tratamiento específico para cada tipo de lesión. En algunos casos, como por ejemplo ante una herida superficial o después de una intervención quirúrgica, el problema se acabará resolviendo con el tiempo.
De cualquier manera, en todos los casos es recomendable evitar la exposición a luces intensas, a menudo preescribiéndose el uso de gafas de sol tanto en exteriores como en interiores. Asimismo es habitual que se indique la necesidad de rebajar el nivel de luz del entorno habitual si este da problemas. Es necesario que el ojo esté limpio y correctamente hidratado, recurriendo a lágrimas artificiales de ser necesario. También se recomienda el consumo de vitamina B12 en nuestra dieta habitual. Si se da por sí sola y en ausencia de otra condición médica que la provoque y deba ser tratada, puede ser útil y recomendable aplicar procedimientos de desensibilización de cara a que el paciente pueda poco a poco ir soportando una mayor luminosidad.
Dado que no es raro que para algunas de estas personas la fotofobia y las medidas tomadas para ello supongan un nivel de alteración de su vida, puede ser necesario la aplicación de terapia psicológica en los casos en que se presenten síntomas depresivos o de ansiedad. Igualmente, dependiendo de las condiciones por la que se presente (por ejemplo un tumor cerebral) también puede ser de utilidad el asesoramiento psicológico y la psicoeducación del afectado y de su entorno.
Referencias bibliográficas:
- Sharma, R. & Brunette, D.D. (2014). Ophthalmology. En: Marx ,J.A., Hockberger, R.S.; Walls, R.M. y cols. Rosen's Emergency Medicine: Concepts and Clinical Practice. 8th ed. Philadelphia, PA: Elsevier Saunders.
- Kanski, J.J. (2004). Oftalmología Clínica. 5 ed. Madrid: Elsevier.
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