Todos los humanos tenemos algo en común y, sin embargo, cada persona es absolutamente única. Nos cuesta recordarlo.
En el ir y venir del día a día nos sorprendemos a nosotros mismos mirando el reloj, subiendo, bajando, disfrutando, haciendo, trabajando, descansando, comiendo… Y casi no queda espacio para percibirnos a nosotros mismos. Tanto es así, que durante un solo día las emociones se suceden como una montaña rusa, pasando de momentos de estar muy bien, haciendo lo que nos "toca", a momentos de contratiempos que nos pueden llevar a sentir disconformidad, enfado, tristeza e incluso dolor.
Asimismo, las risas de un momento concreto, un encuentro inesperado, una sorpresa, un niño o niña o un ser querido nos pueden llevar a sentir alegría, despreocupación e incluso una felicidad que se siente plena y real en tan solo un instante.
Y así pasamos la vida, viviendo un día tras otro con un objetivo (o no); y cada uno de nosotros lo vive a su manera, tan personal e intransferible que es imposible clonar las emociones sentidas. Puede haber dos personas que hacen exactamente lo mismo en sus días, pero no lo viven de la misma manera. Aun así, todos, absolutamente todos y cada uno de los seres humanos, tenemos un final, aquí, la muerte, que supone el final conocido a este andar por un camino lleno de vivencias que experimentamos y que nos tocan, que nos cambian, que van completando lo vivido.
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El malestar forma parte de la vida
En nuestro andar -de todos es bien conocido y aceptado socialmente- visitamos a diferentes profesionales de la salud; nuestro cuerpo se deteriora o sufre circunstancias que necesitan de atención. Y se la damos.
Vamos a los médicos, por ejemplo a un médico de cabecera para que nos ayude a afrontar un dolor inusual, a un digestivo para que vea qué pasa con esos retortijones de barriga diarios, a un traumatólogo por un dolor en un músculo o una fractura en los huesos, a un neumólogo por una infección en el sistema respiratorio, a un oncólogo cuando sabemos que nuestro cuerpo sufre de un cáncer... y así la lista de profesionales de la salud dedicados al “cuerpo” “físico” se expande como un amplio abanico, atendiendo y tratando enfermedades que dañan nuestro cuerpo, que nos debilitan y nos hacen sentir mal.
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¿Y qué pasa cuando es nuestra mente la que sufre?
¿Qué hacemos cuando ya no podemos más con lo que estamos sintiendo y viviendo "por dentro"? No es algo que se ve, solo uno lo sufre. Ese “pesar” que va por dentro y cómo lo entendemos (o no) nos acompaña cada momento y nos hace daño. Pueden ser circunstancias rutinarias por las que pasamos que se nos hacen difíciles de manejar; pueden ser situaciones repentinas que nos ocurren y no logramos procesar; pueden ser tantas cosas como humanos en el mundo hay, "cosas" que nos cargan emocionalmente, haciendo la vida más pesada, más difícil, más oscura.
Todo lo que nos ocurre tiene un impacto en nuestro cuerpo, pero también en nuestra mente, afectando a nuestra forma de pensar, de actuar, de sentir. Hay experiencias que percibimos como insoportables que tienen un efecto directo en nuestra forma de ser, nos marcan y dejan (literalmente hablando) huella. Estas huellas nos hacen también quienes somos, sobre todo cuando podemos mirarlas de frente y aceptarlas. Me refiero no solo a las huellas metafóricas, sino literalmente a las huellas ‘físicas’ en nuestro cerebro, que igual que en nuestro cuerpo, pesan y se hacen notar. Tanto que incluso marcan nuestra forma de ver la vida, de interactuar con los demás, de percibir el mundo que nos rodea.
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La importancia de la salud mental
Tan aceptado está que el cuerpo se deteriora y siendo el cerebro una parte fundamental del mismo, aún hoy -aunque por suerte menos cada día- sigue siendo tabú el tomar responsabilidad de lo que sentimos, el admitir que nos cuesta, que no podemos o no queremos seguir.
Es natural pasar por momentos menos buenos. También es natural enfrentarse a situaciones que no buscamos y ocurren, y no queremos aceptar. Y también es natural sobrecogernos con momentos y circunstancias que nos roban el equilibrio y la paz.
Si tu cuerpo se queja con el paso del tiempo, tu mente, que lo acompaña cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, cada año de tu vida, desde que abres los ojos al venir a este mundo hasta que los cierras para marcharte de él… Tu mente se duele también. Y cuando tu mente puede encontrar tranquilidad y sosiego viviendo lo que vives, entonces tu cuerpo también responde. Somos seres en los que la dualidad es simbiótica, una carretera de doble dirección que necesita ser vista.
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El papel que cumple la Psicología
Hay diferentes especialidades en Psicología. Como un médico oculista no está especializado para decirte qué tipo de fractura tienes en un hueso, un psicólogo tampoco. Pero sí hay diversas especialidades, como ocurre en la medicina, con diferentes técnicas, modelos y terapias estructuradas que han sido investigadas y muestran eficacia en diferentes dolencias emocionales y/o en las llamadas enfermedades mentales.
Es acertado acudir a un profesional cualificado para abrirte puertas al entendimiento e integración de lo que estás pasando, es tu derecho a buscar opciones que puedan aportarte algo más para superar lo que estás viviendo.
Alia Pérez
Alia Pérez
Psicóloga y Psicoterapeuta de Pareja e individual.
Y yo sigo preguntándome, desde hace ya muchos años: ¿Cuándo hablaremos de un "psicólogo de cabecera"?