Tacofobia (fobia a la velocidad): síntomas, causas y tratamiento

Este tipo de fobia específica afecta a quienes se sienten mal al experimentar la velocidad.

Tacofobia

Las fobias describen miedos muy intensos e irracionales, a veces invalidantes, que surgen al exponernos a estímulos o situaciones concretos. Constituyen un grupo prevalente de trastornos de ansiedad, y suelen presentarse de manera comórbida a otros problemas de la misma categoría (ansiedad generalizada, por ejemplo).

A pesar de lo reseñado, este temor no suele motivar la consulta a especialistas, pues quien lo padece desarrolla estrategias para evitar el escenario en el que suele tener lugar (por lo que se minimiza su interferencia).

En algunos casos, no obstante, es difícil eludir tales encontronazos, por lo que la vida de la persona se deteriora rápidamente en muchos ámbitos diferentes (entre los que se incluirían el académico o el laboral). En este artículo abordaremos la tacofobia, una fobia específica relativamente común en niños y adultos. Se detallarán sus síntomas, causas y tratamiento; según la evidencia actual sobre la cuestión.

¿Qué es la tacofobia?

El término tacofobia procede del griego, y más concretamente de las palabras “tachýtita” y “phobos”. La primera de ellas hace referencia a la velocidad (una medida física que describe la variación en la posición de un cuerpo según una unidad temporal concreta) y la segunda se traduce como “miedo” o “aversión”. Cuando ambas se unen forman un vocablo diseñado para describir la experiencia de miedo fóbico que concurre cuando alguien se expone a situaciones en las que aprecia una velocidad excesiva.

Una de las características nucleares de todas las fobias, que sirve como distintivo respecto al miedo normal, es su fundamento irracional (reconocimiento de su intensidad excesiva en contraste con la amenaza que representa el estímulo temido a nivel objetivo).

No obstante, la velocidad puede suponer un riesgo real, por lo que solo se considerará fóbico aquel miedo que impida las actividades esenciales para el desarrollo de la cotidianidad (subir en un tren, viajar en coche, etc.) o que resulte claramente desproporcionado (se desencadena incluso a velocidades muy bajas).

Síntomas

Los síntomas de la tacofobia emergen cuando el sujeto participa en actividades que implican exposición a altas velocidades. Estas pueden ser muy variadas, e incluyen tanto aquellas en las que se tiene un rol activo (conducir, por ejemplo) como las que implican una actitud de mayor pasividad (subir en una montaña rusa, ocupar la posición de copiloto, viajar en tren o avión, etc.). Así, se trata de un miedo que va más allá de la inseguridad a perder el control y sufrir consecuentemente un accidente, como sucede en la amaxofobia.

En los casos severos, el miedo a la velocidad se extiende a los espacios más ordinarios. Por ejemplo, un individuo podría sentir un intenso malestar en el momento en el que decidiera correr, o incluso cuando estuviera expuesto a situaciones en las que notara que “las cosas suceden demasiado deprisa”. También se han descrito episodios de tacofobia durante la observación de un objeto que se desplaza rápida y/o erráticamente, pese a que no exista riesgo alguno de colisión con la persona que lo teme (en una película, por ejemplo).

En conclusión, la tacofobia implica respuestas de miedo intenso en las que la velocidad es la protagonista, sobre todo cuando el cuerpo se expone a un proceso de aceleración creciente.

Seguidamente exploraremos algunos de sus síntomas centrales. Para este fin se hará una distinción entre las tres dimensiones básicas de la ansiedad, a saber: cognitiva, conductual y motora.

1. Expresión cognitiva

Las personas con tacofobia pueden mostrarse preocupadas ante la expectativa de exponerse a una situación de velocidad. Esta anticipación ansiosa impide que se lleven a cabo viajes en los que sea necesario utilizar algún medio de transporte, puesto que no serían capaces de predecir su movilidad. Cuando tal "periplo" es inevitable, la sensación de amenaza puede extenderse durante semanas o incluso meses, creciendo a medida que se acerca el día en que se prevé partir.

Cuando el momento llega, en pleno trayecto, emerge una atención excesiva a sensaciones viscerales asociadas al movimiento del cuerpo (sensibilidad cinestésica): ajustes en el eje de gravedad si se viaja de pie, por ejemplo. Esta hipervigilancia también puede posarse en el exterior, por lo que se haría especial énfasis atencional sobre los marcadores externos usados para "calcular" la velocidad relativa a la que nos desplazamos: líneas discontinuas de la carretera, objetos estáticos en el margen de la vía, etc. Así, el sujeto se mantendría expectante a todo lo que sucediera en su cuerpo (o fuera de él) y que pudiera sugerir movimiento.

Esta agudización de las sensaciones visuales y cinestésicas forma un estímulo complejo que se interpreta de modo catastrófico, y excesivo respecto al peligro "real". Es común en este contexto que surjan pensamientos como “nos vamos a matar” o “voy a desmayarme si no se queda parado ya”, los cuales contribuyen a la valoración de amenaza y a la exacerbación de las reacciones fisiológicas de miedo.

Por otra parte, la persona suele albergar creencias irracionales respecto a la velocidad, sobreestimando el riesgo de accidente pese a que no se cumplan condiciones propiciatorias y percibiéndose incapaz de tolerar aquello que teme. Estas creencias actúan como la base en la que se erigen los pensamientos concretos, de tipo catastrófico, que se describieron con anterioridad.

2. Expresión fisiológica

Las sensaciones corporales que la persona experimenta son similares a las de un ataque de ansiedad (pánico), y son resultado de una hiperactivación simpática (la rama del sistema nervioso autónomo que detona las respuestas de lucha o huida al percibir una situación de riesgo). Se trata de una experiencia muy perturbadora para quien la siente. En el caso de esta fobia, la reacción de mareo o de vértigo agudiza el temor, pues es vivida como un movimiento subjetivo.

La respuesta más común es una aceleración de la respiración (taquipnea) y del propio ritmo cardíaco (taquicardia), tecnicismos que hacen uso de la misma raíz helénica que el trastorno que nos ocupa (taqui en este caso significaría “rápido”). Además, se evidencia un aumento en el diámetro pupilar (midriasis) que enturbia la agudeza visual e incrementa la sensibilidad lumínica (fotofobia). También suele observarse temblor, sudoración y hormigueo en la región distal de las extremidades (sobre todo en los dedos de las manos).

En algunos casos llegan a concurrir síntomas disociativos agudos, los cuales sorprenden a la persona por erigirse como experiencias que se juzgan extrañas o profundamente irreales. Destacan la despersonalización (sensación de distanciamiento respecto a procesos mentales y corporales) y la desrrealización (percepción de que el entorno ha cambiado de algún modo o que ha perdido su cualidad distintiva).

3. Expresión motora

Las experiencias cognitivas y fisiológicas que se han descrito hasta este momento resultan tan aversivas que la persona lleva a cabo un esfuerzo deliberado por eludirlas en ocasiones sucesivas en las que pudieran aparecer.

De este modo, tomará decisiones para evitar una situación relacionada con la velocidad en que se reprodujera la vivencia, lo que se traducirá en un hondo alivio emocional a corto plazo. Tal mecanismo de afrontamiento, no obstante, es el que mantiene el problema a medio/largo plazo (por un sistema de refuerzo negativo).

Causas

La causa más común para la tacofobia suele ser, según las distintas investigaciones que se han desarrollado al respecto, el haber vivido un accidente de tráfico en el que la velocidad estuviera particularmente implicada. Cuando el origen radica en la infancia se identifican experiencias muy aversivas relacionadas con movimientos bruscos (atracciones de feria o de parques temáticos, por ejemplo), las cuales precipitan un miedo que a posteriori se extiende a vehículos que se desplazan más o menos rápido (y a la propia adultez).

Estos miedos son más habituales en personas que tienen disposición biológica a la ansiedad. Parece ser que el trastorno es más prevalente en sujetos que muestran una vulnerabilidad de base, y que además han vivido una situación difícil relacionada con el movimiento. La unión de genética y ambiente es el eje sobre el que gravita este problema de salud mental, pese a que aún se desconoce la aportación relativa de cada una de ellas.

Por último, existe la posibilidad de que este miedo se adquiera por un aprendizaje de tipo observacional (atestiguar a alguien sufriendo un accidente mientras circula a alta velocidad) o social (asimilar semejante miedo mediante la convivencia con un familiar que lo padece). En todo caso, quienes sufren tacofobia tienen algo en común: la percepción de que los diferentes elementos móviles están sujetos al caos y al erratismo, por lo que son peligrosos e impredecibles.

¿Cuál es el tratamiento de la tacofobia?

Existen abordajes psicológicos eficaces para la tacofobia, generalmente procedentes de los modelos cognitivos y conductuales. El que ha mostrado mayor eficacia es sin duda alguna la exposición, que consiste en una presentación programada (y a veces gradual) de estímulos relacionados con la velocidad, con el fin de estimular cambios en las expectativas sobre ellos y en las reacciones que provocan (por un proceso de habituación y extinción).

La exposición puede llevarse a cabo de muchas formas: desde el uso de vídeos relacionados con escenas de velocidad a la imaginación guiada combinada con alguna técnica de control de la activación (como la respiración diafragmática o la relajación muscular progresiva de Jacobson). Estos últimos procedimientos están diseñados para estimular la acción del sistema nervioso parasimpático, el cual se opone a la del simpático y promueve un estado de relajación.

También puede ser útil diseñar una jerarquía de situaciones relacionadas con la velocidad, ordenadas según el potencial ansiógeno que les atribuye el sujeto (procedimiento conocido como desensibilización sistemática), de forma que puedan ser presentadas en imaginación de una manera estructurada y ordenada. Así, la exposición avanzaría de escenas inocuas (como entrar en un garaje) a otras mucho más sensibles y relevantes (como circular por la autovía).

Por último puede ser muy importante llevar a cabo estrategias de reestructuación cognitiva dirigidas a detectar pensamientos irracionales relacionados con la emoción de miedo, y así poder sustituirlos por otros más ajustados a la realidad objetiva (debate racional). El proceso supone una exploración de la vida interior y de algunas concepciones que se han forjado a lo largo de los años; por lo que puede requerir tiempo y el uso de herramientas para registrar la situación, el pensamiento y la emoción.

Referencias bibliográficas:

  • Maples-Keller, J.L., Yasinski, C., Manjin, N. y Olasov, B. (2007). Virtual Reality Enhanced Extinction of Phobias and Post-Traumatic Stress. Neurotherapeutics, 14(3), 554-563.
  • Steimer, T. (2002). The Biology of Fear and Anxiety related Behaviors. Dialogues in Clinical Neuroscience, 4(3), 231-249.

Doctor en Psicología Clínica

Joaquín Mateu-Mollá (Valencia, 1985) es Psicólogo General Sanitario y Doctor en Psicología Clínica por la Universidad de Valencia. Cuenta con estudios de postgrado en Psicopatología (Máster Oficial), y se dedica tanto a la docencia como a la investigación y la divulgación científica.

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