En 1522, los ratones de Autun, en la Borgoña francesa, son llevados a juicio. El “crimen”: devorar las cosechas de aquel año y dejar a los campesinos sin recursos alimenticios. El encargado de la defensa de los ratones fue el abogado Barthélemy de Chasseneuz (o de Chassenée), reconocido por su destreza a la hora de defender a los animales juzgados.
Chassenée se tomó muy a pecho la defensa de los pobres ratones de Autun. Cuando fueron declarados “en contumacia” porque no se presentaron al lugar del juicio, el abogado arguyó que no se les había citado correctamente. Más tarde (cuando, de nuevo, los ratones no comparecieron), alegó que los gatos que pululaban por las calles no les permitían el acceso. Al final, el juicio se declaró fallido y Chassenée resultó vencedor. Bueno, y los ratones, por supuesto.
A pesar de que algunos historiadores como Michel Pastoureau (n. 1947) ponen en duda la veracidad de este relato (que, por cómico, resulta casi increíble), lo cierto es que en la Edad Media y la era moderna abundan anécdotas parecidas. Si os habéis quedado sorprendidos, seguid leyendo. En este artículo os hablamos de los juicios a animales que se realizaron en el pasado, sus características y las posibles causas que motivaron este curioso y rocambolesco fenómeno.
- Te recomendamos leer: "¿Cómo se vivía en los monasterios medievales?"
¿Por qué se juzgaba y condenaba a los animales?
Para nuestra mentalidad, estos juicios son absolutamente desconcertantes. Así es; en la actualidad no se duda de que los animales, a pesar de ser seres sintientes, no tienen capacidad moral y, por tanto, son incapaces de distinguir el bien del mal. Nuestro compendio legal recoge la idea de que el ser humano es el único que puede ser juzgado, en tanto que es la única criatura que se rige por unas directrices morales. Como vemos, no era así en tiempos pretéritos.
Pero ¿por qué se juzgaba y condenaba a los animales en el pasado? ¿Qué motivos existían para que los cerdos, caballos, gatos, perros, e incluso plagas de orugas y de langostas fueran juzgadas escrupulosamente, condenadas y, muy a menudo, excomulgadas?
Si bien existe la creencia de que este tipo de juicios sólo se dieron en la Edad Media, la realidad es que tenemos documentación de que ya en la antigua Grecia se juzgaba y condenaba a los animales. Conocemos incluso el lugar: el antiguo tribunal criminal de Atenas, situado en la Acrópolis, donde se realizaban juicios al aire libre y donde los animales hallados “culpables” eran condenados, a menudo al destierro, para alejar la “contaminación” del crimen de la comunidad.
No sólo los animales eran objeto de juicio en Atenas. También los objetos podían ser juzgados: por ejemplo, si una columna se cernía sobre una persona y le causaba daños o incluso la muerte, la columna debía ser debidamente enjuiciada. Javier Alfredo Molina Roa recoge todos estos aspectos en su interesante ensayo Sobre los juicios a los animales y su influencia en el derecho animal actual, donde repasa cronológicamente este tipo de fenómenos.
Todo parece apuntar, pues, que al menos en el caso griego, los actos criminales “ensuciaban” a la comunidad y, por tanto, debían ser juzgados, fuera quien fuese su perpetrador. Más tarde, el jurista Graciano (siglo XII) manifestaba, en referencia a los juicios a animales, que estos no eran necesarios porque los animales fueran culpables, sino porque no podía existir un crimen que quedase impune. Esto nos vuelve a conectar con la idea de la expiación social de la “mancha” que representaba el crimen en sí. En estos casos, no era tan importante quién lo cometía, sino qué es lo que había sido cometido.
El ser humano como “propietario” de la creación
Uno de los segundos motivos que explican la profusión de juicios contra animales en el pasado (concretamente, durante la época cristiana) es la base bíblica de que el ser humano es la criatura principal de la creación divina. En la Edad Media, pensadores como Tomás de Aquino o San Agustín (muy influenciados, por otra parte, por Aristóteles) manifestaban la irracionalidad de los animales, de los que decían eran incapaces de distinguir entre el Bien y el Mal y, por tanto, debían permanecer bajo la “tutela” del ser humano. En realidad, esta “tutela” iba mucho más allá, puesto que las creencias cristianas medievales convertían al animal en mera posesión del humano, en tanto que se creía firmemente que Dios había hecho a los animales para el servicio del hombre y de la mujer.
Siguiendo esta idea, que un animal atentara contra su “propietario” era rebelarse contra el orden divino y, por tanto, contra su misma esencia. En los siglos medievales y parte de la Edad Moderna el orden establecido por la divinidad era algo muy serio que no podía tomarse a broma, y cualquier desviación de esta naturaleza era considerada una auténtica aberración. Por tanto, un animal que agrediera a un humano o actuara en contra de sus intereses era un “criminal” que se levantaba contra la mismísima ley de Dios.
De la “salvación” de los animales
Un tema más espinoso era el de las excomuniones. Porque los animales “blasfemos” podían ser excomulgados, y esto entraba directamente en contradicción con la idea agustiniana y tomista de que no poseían alma racional. Eveillon, en el siglo XVI, defiende en su Tratado de las excomuniones que los animales no pueden ser apartados del seno de la Iglesia porque nunca han pertenecido a ella, en tanto que sólo el ser humano se bautiza y, por tanto, sólo este puede ser excomulgado. Sin embargo, los procesos de excomunión de animales siguieron muy presentes hasta bien entrada la Edad Moderna.
Sin embargo, paralelamente a la creencia del animal como ser dotado de alma, pero no racional, contemplamos en el Medievo otra teoría, que surge nada menos que de la Epístola de san Pablo a los romanos, donde en un fragmento se puede leer: La creación entera espera anhelante ser liberada de la servidumbre de la corrupción, para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios.
¿La creación entera? ¿Quería decir esto que los animales también podían ser salvados por Cristo? ¿Comparecerían también ante el Juicio Final? Esto promovió no pocos debates entre los eruditos de la época, que se planteaban, así, si los animales estaban incluidos en el programa de salvación. Porque, si esto era así, quería decir que debían ser tratados (y, por tanto, juzgados) como los seres humanos.
El demonio hace de las suyas
Una tercera razón por la que los juicios a animales fueron abundantes ya en época cristiana fue la extendida creencia de que el demonio poseía a las pobres criaturas para que se volvieran en contra del ser humano. Regresamos al mismo tema: si, según san Agustín, Tomás de Aquino y otros, los animales carecían de alma racional que les permitiera distinguir entre el bien y el mal, debía existir algo que justificara sus acciones violentas y agresivas contra la humanidad.
En este sentido, su “rebelión” debía estar forzosamente espoleada por una entidad que sí que tuviera capacidad de discernimiento, y esa criatura era Lucifer, el ángel caído, el que había escogido libremente separarse de Dios. Así, numerosas plagas que diezmaron cosechas enteras fueron atribuidas al demonio, que movía las voluntades de los animales y los obligaba a rebelarse contra la humanidad. En este caso, las criaturas eran eximidas de culpa directa, aunque ello no les salvaba del indispensable juicio y la más que probable excomunión.
Los Bestiarios medievales
Por último, otra de las razones por las que los juicios a animales aumentaron durante la Edad Media y parte de la Moderna fue la proliferación de los conocidos como Bestiarios, una recopilación pseudocientífica de animales y sus diferentes características y atribuciones. En realidad, este tipo de tratados eran más simbólicos que naturalistas, pues identificaban a cada animal con una virtud o un defecto en concreto.
Los Bestiarios trajeron como consecuencia, y tal y como recoge Javier Alfredo Molina Roa en la obra citada, una fuerte antropomorfización; es decir, la asimilación de ideales y comportamientos humanos con los animales, lo que quizá espoleó la visión de estos como responsables de crímenes que debían ser expiados.
Un ejemplo evidente de esta humanización es el sonado juicio de la cerda de Falaise (1386), acusada de matar a un bebé y comerse parte de su cuerpo, que fue enjuiciada y condenada a muerte y llevada al cadalso vestida como una persona, con chaqueta y pantalones, e incluso se le puso una máscara humana en la cabeza. No hace falta decir que el fin del animal fue igual de horrendo que cualquier otro condenado a muerte de la época: la cerda fue salvajemente mutilada y se la colgó hasta desangrarse.
Los tipos de juicios a animales
En su obra The criminal Persecution and Capital Punishment of Animals, escrita en 1906, el lingüista E. P. Evans (que fue, por cierto, uno de los primeros defensores de los derechos de los animales), distingue dos tipos de enjuiciamientos animales en la historia. Por un lado, los juicios de las plagas, que se dirimían en los tribunales eclesiásticos; por otro, los juicios individuales (es decir, a un animal en concreto), que eran materia de los tribunales civiles.
Todos estos juicios se realizaban con las debidas formalidades legales, incluida la comparecencia de testigos, la actuación del abogado defensor y, por supuesto, la lectura de la sentencia ante el animal acusado. Las causas eran, por otro lado, diversas: mientras que en los casos colectivos de plagas se acusaba a los animales de perjuicios contra la humanidad (pues se la privaba de su sustento), en los individuales se juzgaban, por lo común, crímenes de sangre; eran abundantes los casos de cerdos, bueyes o perros que habían atacado a personas y las habían herido o, directamente, matado.
También encontramos, especialmente a las puertas de la Edad Moderna y con la sombra de las guerras de religión cerniéndose sobre Europa, casos de juicios por herejía o blasfemia. Curioso es el caso de un perro que fue juzgado por ladrar al paso de una procesión, o de un gato que se “atrevió” a cazar ratones en domingo. El creciente odio entre católicos y protestantes no hizo sino recrudecer este tipo de juicios, en una vorágine de creciente psicosis religiosa.
Conclusiones
A la luz de los documentos, podemos afirmar que los juicios a animales fueron tristemente recurrentes desde la antigüedad y, en especial, a partir del siglo XIII y hasta bien avanzado el siglo XVII. Las causas, como hemos podido ver, son variadas, y puede que la raíz esté en una mezcolanza de todas ellas.
Por un lado, en la antigüedad primaba la expiación del crimen en tanto que “mancha” a la comunidad. La idea aristotélica de que los animales tenían alma, pero no racional, llegó a la Edad Media a través de pensadores como san Agustín y Tomás de Aquino, lo que redundó en la idea de que el ser humano era el propietario de los animales y, por tanto, estos le debían obediencia y respeto.
Por otro lado, existía también la pregunta de si los animales iban a ser igualmente salvados por Cristo. De ser esto así, significaba que se situaban a la par que el ser humano y, por tanto, eran susceptibles de ser tratados en la tierra de la misma manera, lo que pasaba por enjuiciarlos y pedirles la responsabilidad de sus actos.
Por último, existen otras teorías, como la posesión demoníaca, que se valía de los animales como instrumentos para sus fechorías, y la extensión de los Bestiarios moralizantes que identificaban a los animales con las virtudes y los vicios humanos. Sin olvidar, además, que las pobres criaturas fueron el vehículo de expresión del odio religioso en época de las guerras de religiones.
Un artículo tan sucinto no es suficiente para exponer en su totalidad el extraño fenómeno que suponen los juicios de animales en el pasado. Todavía queda mucha investigación por hacer y muchos documentos que esperan ser descubiertos y analizados. Quizá en un futuro podamos comprender mejor por qué se dieron estos juicios y qué motivó su realización. Por cierto, el último juicio y ejecución animal fue en 1903. La acusada, una elefanta de circo que había matado a tres hombres y que fue colgada hasta morir.
Newsletter PyM
La pasión por la psicología también en tu email
Únete y recibe artículos y contenidos exclusivos
Suscribiéndote aceptas la política de privacidad