En la primera mitad del siglo XIII, y a través de las traducciones y comentarios de los filósofos árabes, las ideas aristotélicas se recuperan en la Europa cristiana. Este hecho, aparentemente trivial, resulta tremendamente importante para entender el curso de la historia de la filosofía occidental.
La filosofía de Aristóteles se extendió como la pólvora por las universidades europeas; especialmente, en Inglaterra, donde la de Oxford contó con un grupo de filósofos que renovaron la historia de la filosofía. A este grupo se le denomina “círculo de Roger Bacon” (por uno de sus pensadores más importantes), “escuela de Oxford” o, simplemente, “círculo de Oxford”. Hoy hablamos de esta escuela y de su importancia en la Edad Media.
El círculo de Oxford: deshaciendo ambigüedades
No podemos empezar este artículo sin acotar a qué nos referimos exactamente con “círculo de Oxford”. A pesar de que lo hemos descrito brevemente en la introducción, es necesario deshacer las posibles ambigüedades que la denominación pueda generar, puesto que en la historia han existido otros grupos así denominados.
Por ejemplo, también se conoce como “círculo de Oxford” o “movimiento de Oxford” al grupo de renovadores de la religión anglicana que, en el siglo XIX, pretendían igualarla en importancia al catolicismo. Nada que ver con los protagonistas de este artículo, puesto que el “círculo de Oxford” al que nos referimos se formó en la Edad Media y estuvo constituido por algunos de los mejores intelectuales franciscanos de la época.
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El contexto: la convulsa y cambiante Europa del siglo XIII
En realidad, este círculo de Oxford medieval no tuvo prácticamente ninguna cohesión, más allá de que sus representantes pertenecían al círculo de su universidad. Sin embargo, sí que comparte un contexto muy definido: la convulsa y cambiante Europa del siglo XIII.
Pongámonos en situación. Unos cien años antes de la época de la que hablamos, el siglo XII (denominado por el medievalista C.H Haskins el “renacimiento del siglo XII”) supuso un cambio trascendental para la Europa medieval, cambios que ya se habían empezado a gestar en el siglo anterior. Entre ellos cabe destacar el crecimiento de las ciudades, el auge de la burguesía (y, por tanto, de los intercambios comerciales) y, por supuesto, el nacimiento de las universidades, que empezaron a dar sus primeros pasos en estos años.
Las universidades más importantes del continente eran, sin duda, la de Bolonia y la de París. En el caso de las islas británicas, era la de Oxford la que gozaba de un peso importante y la que sería epicentro, en el siglo XIII, de una revolución filosófica que cambiaría el curso de la historia. Porque, si bien la posterior Revolución Científica no es exclusivamente hija de los empiristas medievales, sí que le debe mucho (muchísimo), a los cambios que sucedieron en esta época.
Entre la tradición y la modernidad
A pesar de que la filosofía medieval es más compleja de lo que puede parecer a simple vista, podríamos resumirla con una sola palabra: escolástica. La escolástica (que viene del término latino scholasticus, “escolástico” o “erudito”) era el método seguido por los centros de saber del medievo, que consistía en un intento de conciliación entre la razón y la fe, aunque la primera siempre estaba, en última instancia, supeditada a la segunda. En este sentido, la filosofía, como ciencia de la razón, era considerada la ancilla Theologiae (la esclava de la Teología).
En el siglo XIII algo empieza a cambiar. El impulso económico, los vaivenes sociales y, sobre todo (y esta es la causa clave) la recuperación de los textos aristotélicos de filosofía natural hace que los escolares o eruditos de las universidades empiecen a considerar una posible separación entre fe y razón. Por supuesto, no por ser ateos (el ateísmo surgió mucho más tarde), sino, simplemente, porque ambas poseían caminos diferentes. Esta diferenciación será definitiva con Guillermo de Ockham (1285 -1347), precisamente uno de los nombres más ilustres del círculo de Oxford.
Así pues, en el siglo XIII vemos ya una especie de clasificación entre los intelectuales de la “lógica antigua” (es decir, la escolástica, grupo liderado especialmente por la Universidad de París) y los seguidores de la “lógica moderna”, cuyos principales pensadores pertenecen a la Universidad de Oxford.
Características principales de la nueva filosofía
Una vez presentado brevemente el contexto en el que se gestó esta nueva filosofía (que sería el germen de la ciencia moderna) podemos hablar de sus características, que detallamos a continuación:
Empirismo
Para estos seguidores de la “lógica moderna” lo principal era la observación directa de la naturaleza y el estudio de sus leyes. Como vemos, esta idea hunde sus raíces en la teoría natural de Aristóteles, que empezaba a llegar a Europa traducida y comentada por filósofos árabes y judíos.
Aparición de nuevas disciplinas
El empirismo conlleva, por supuesto, la aparición de nuevas disciplinas que son las raíces de la ciencia de la modernidad: óptica, mecánica, estudio de la luz… Sin duda, la revolución artística que se da precisamente en los siglos XIII y XIV (y que verá su apogeo en el XV) se deberá en gran parte a los estudios directos de la naturaleza.
La causalidad natural
Este auge empirista y su consecuente observación de las leyes de la naturaleza lleva a una nueva visión del mundo, que pierde su condición de “teatro divino” para tener sus propias reglas de funcionamiento. Este será, precisamente, uno de los principales debates de la época: si Dios sigue estando detrás de estas leyes y resulta fundamental para su consecución o si, por el contrario, una vez creadas, la divinidad deja al mundo funcionar solo, como un magnífico y grandioso engranaje.
Los grandes pensadores de Oxford
Hablar del círculo o la escuela de Oxford sin mencionar ni que sea brevemente a sus protagonistas es imposible, puesto que es precisamente en sus obras donde encontramos su esencia. Veamos a continuación algunos de los grandes pensadores de Oxford.
1. Roger Bacon (h. 1214-1294)
Apodado Doctor mirabilis (Doctor admirable), este pensador es uno de los eruditos principales de la escuela, hasta el punto de que el círculo se conoce también como “círculo de Roger Bacon”. Franciscano como sus compañeros, fue discípulo del gran Robert Grosseteste (1175-1253), considerado el fundador del círculo.
Grosseteste es uno de los grandes filósofos medievales; se interesó prácticamente por todas las disciplinas, especialmente por el estudio de la luz y el color. En su famoso tratado De luce (Sobre la luz), escrito en 1225, Grosseteste propone una explicación de la creación del mundo sorprendentemente parecida a la del Big Bang, según la cual todo se originó a través de una explosión de luz divina…
Con semejante maestro, no es de extrañar el valor que Roger Bacon otorgaba a la experiencia. Igual que Grosseteste, el alumno realizó interesantes estudios sobre óptica y sobre la naturaleza de la luz, convencido de que existía una “ciencia experimental” más allá de la filosofía y la teología. Su principal obra, Opus maius, fue escrita en 1268 y enviada al mismísimo papa.
Parece ser que fue considerado sospechoso de herejía y encarcelado, aunque este episodio de su vida presenta notables lagunas. Lo más probable es que Bacon cayera en desgracia por la promoción franciscana de la pobreza y su consecuente crítica de la riqueza papal.
2. Juan Duns Escoto (1266-1308)
Este otro de los grandes de Oxford nació en Escocia (de ahí su apelativo), y fue un personaje importante en el pulso que mantuvieron la teología y la filosofía en aquella época. Recordemos: la filosofía era la “esclava” de la teología, por lo que cualquier saber permanecía supeditado a esta última. Este era un concepto que estos primeros pensadores empiristas empezaron a cuestionar.
Escoto cursó estudios en la Universidad de París en la última década del siglo XIII; en 1302 es nombrado profesor del claustro y tres años más tarde recibe el título de Master Theologiae. Su prematura muerte, acaecida en Colonia en 1308, truncó una interesantísima carrera. La principal aportación de Duns Escoto es su voluntad de superar la eterna pugna entre filosofía y teología. Así, a través de la teoría de la doble verdad, el filósofo establece dos verdades: una racional (que se puede percibir mediante la experiencia) y otra absoluta, que se adquiere a través de la Revelación.
Su teoría sobre la omnipotencia divina es igualmente interesante, porque este era uno de los credos básicos de Nicea en los que se apoyaba el cristianismo. El problema venía de lo que ya hemos comentado anteriormente: si existía la causalidad (es decir, unas leyes naturales), la pregunta era ¿participaba en ellas Dios? Según Escoto no existen tales causas secundarias, puesto que Dios, a través de su omnipotencia, establece también esta causa-consecuencia natural.
3. Guillermo de Ockham (1285-1347)
Y finalmente llegamos al que se considera tradicionalmente el gran iniciador de la ciencia moderna (o, al menos, protomoderna): Guillermo de Ockham. Seguidor radical de la “lógica moderna”, este filósofo nació a finales del siglo XIII en Surrey, Inglaterra, en la pequeña aldea de Ockham, de la que toma el nombre. Sus ideas, demasiado avanzadas para la época (e inscritas en un contexto ya tardío, en el que abundaban ya las prohibiciones a los escritos aristotélicos) le impidieron ejercer como magister oficial en la Universidad de París.
En 1324, con la cristiandad despedazada por el Cisma (que había llevado a los papas a la ciudad de Aviñón, en Francia), Guillermo es citado ante la corte aviñonesa acusado de herejía. Consigue huir en mayo de 1328 y se refugia en Múnich, desde donde sigue arremetiendo, cada vez más encarnizadamente, contra la institución papal.
Antes de morir, en 1349 y víctima de la terrible Peste Negra, Guillermo de Ockham dejó para la posteridad valiosísimas obras, entre las que destacan su Summa Logicae (un compendio de filosofía “antigua” y “moderna”) y, sobre todo, su famosa teoría de la “navaja de Ockham”, por la que (y muy resumidamente) la respuesta sencilla es, posiblemente, la más acertada; verdadero punto de partida de la ciencia moderna.