El arte tiene el potencial de plasmar las visiones de mundo de una sociedad, cultura y momento histórico particular en un soporte material. Están quienes alegan que el arte es una llave para abrir una nueva perspectiva acerca de la realidad; también quienes sostienen que a partir de las manifestaciones artísticas se logra enunciar o volver visible una lectura acerca del mundo que un colectivo ya compartía de antemano para ponerla en discusión. Sea cual fuere el caso, podemos convenir que es imposible concebir el arte de forma aislada al contexto en el que es producido. Los artistas representan a través de sus obras los cambios de concepciones acerca de ciertos temas que conciernen a toda vida humana, entre ellos, la sexualidad.
¿Acaso no nos llama la atención cuán frecuente es en el arte clásico, griego y romano, la representación de escenas eróticas y de los genitales humanos? Analizando estas obras desde una clave histórica, es lógico y esperable que estas obras fueran así (los griegos tenían un sistema moral particular y convivían con el desnudo a diario, tanto con las estatuas que adornaban las ciudades como con los cuerpos de los hombres y de las mujeres que practicaban deporte). Y también es esperable que, a nosotros, nos llame la atención o suscite cierto interés este arte (incluso espanto), pues la noción moderna de afectividad, tal y como se ha gestado a partir de los siglos XVI-XVII aproximadamente, es incompatible con la cosmovisión del mundo griego.
Ahora bien: ¿alguna vez nos hemos detenido a analizar cómo se representa la sexualidad actualmente en el arte? La concepción acerca de la sexualidad en estas últimas décadas —especialmente tras la década del sesenta, con la invención de la pastilla anticonceptiva, el declive de la maternidad como imperativo sin cuestionamiento y la teorización sobre qué implica “ser mujer”— ha virado, sin lugar a dudas. La noción de sexualidad se ha desligado parcialmente de la perspectiva biologicista hegemónica.
Tras los sesenta, la sexualidad se extiende más allá de la reproducción y de lo matrimonial: implica la persecución del propio deseo sexual, hasta ese entonces vetado para las mujeres, y por lo tanto emerge una perspectiva de la sexualidad ligada al goce y al placer. Esta concepción se volvió tangible en las expresiones artísticas y adquirió sus particularidades en distintos escenarios, entre ellos, Latinoamérica, cuna de grandes artistas y pensadores. Por esa razón, en este artículo veremos ciertas claves acerca de cómo se representa la sexualidad en el arte latinoamericano del siglo XX y XXI.
La sexualidad en las artes visuales
El clima contestatario a nivel global todavía no había llegado a su punto cúlmine cuando la artista mexicana Frida Kahlo pintó Naturaleza muerta (1942) a pedido de la esposa del presidente de México de aquél momento, Manuel Ávila Camacho. Los frutos que se representan en este cuadro simbolizan, ya sea de forma explícita o sutil, distintos órganos y partes del cuerpo femenino. En el sitio web kahlo.org se destaca cómo la papaya que está en el centro de esta pintura parece un útero repleto de espermatozoides que nadan en él.
La visión de Kahlo acerca de la sexualidad —de forma congruente con cómo vivió ella la suya, de acuerdo a sus biografías— es revolucionaria e incluso adelantada para la época. Existe una tendencia a concebir que los grandes cambios históricos y artísticos se han gestado bajo la luz de Europa y Norteamérica; no obstante, como demuestra esta obra, es posible rastrear que estas nuevas formas de pensar la sexualidad (aceptando el hecho de que las mujeres son deseantes y que es válido experimentar los placeres del propio cuerpo) también estaban presentes en el territorio latinoamericano.
En general, los trabajos de Frida Kahlo ahondan en el tema de la sexualidad femenina. En la pintura Flor de la vida (1943) se muestran símbolos evidentes de índole sexual. Por su parte, muchos críticos observan en Raíces (1943) la frustración de Frida por ser madre; también, de forma clara, la artista expone el aborto espontáneo que sufrió en 1930, volviéndose material en la pintura Hospital Henry Ford o La cama volando (1932). Frida Kahlo fue una de las máximas exponentes de la sexualidad en el arte latinoamericano del siglo XX, puesto que ubicó en la esfera pública su visión de avanzada acerca de la sexualidad femenina.
Sin embargo, como fue mencionado en un comienzo, es difícil analizar de forma exhaustiva una obra si omitimos los eventos que circundan alrededor de ella, que van más allá de lo que fue plasmado en un medio material. Naturaleza muerta estaba destinada al comedor de Los Pinos del palacio presidencial de México, pero luego fue devuelta por su simbolismo erótico. La historia alrededor de esta obra consigue dar cuenta de que el viraje de visión de mundo acerca de la sexualidad no se produjo de la noche a la mañana, sino que fue paulatino y, en el trayecto, generó resistencias por los agentes y sectores de la sociedad más bien tradicionales.
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La sexualidad en la literatura
“¿Cómo decir «yo deseo»? —las mujeres no deseamos, sólo tenemos hijos— (…) Y cuando él [marido] alcanza su orgasmo egoísta no puedes gritarle yo no termino…”: así dice un poema de la guatemalteca Ana María Rodas, de 1973. A partir de la segunda mitad del siglo XX, según Fariña Busto, después del silenciamiento de la cultura patriarcal y misógina de las voces de las mujeres en relación a su sexualidad, en este momento histórico la palabra de las escritoras llegó para quedarse, y también para hablar de sexo y placer en Latinoamérica. Esta autora destaca la voz afirmativa y segura de sí misma (que no significa libre de contradicción) del poema de Rodas; como así también la construcción de un proyecto vital donde el placer fuera vivido con gozo y la energía de quien se cree merecedora de ello.
Otros poemas de Rodas también invitan a desprenderse de las imposiciones culturales en relación a cómo debe ser el cuerpo femenino (dice: “Lavémonos el pelo / Y desnudemos el cuerpo / Yo tengo y tú también / hermana…”); y otros ponen en cuestionamiento la masculinidad normativa.
Por su parte, algunos poemas de la argentina Alejandra Pizarnik también daban cuenta de la posibilidad de poner en palabras el deseo femenino: “Una flor / No lejos de la noche / Mi cuerpo mudo / Se abre / A la delicada urgencia del rocío” (Amantes, 1965). Podríamos citar a varias otras escritoras para dar cuenta de que todos estos textos son distintas “pinceladas” sobre esta nueva visión acerca de la sexualidad humana.
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La sexualidad en la música
Por último, es necesario hacer mención al lugar de la sexualidad en la música producida en Latinoamérica. En particular, refiriéndonos a la música urbana o el reggaetón, en auge a partir del siglo XXI. Este tipo de música se ha establecido como la predilecta, en términos generales, en el gusto de la población de jóvenes hispanohablantes. El reggaetón hace referencia de forma explícita o implícita a lo sexual. Existe una tendencia a banalizar este tipo de música, pero no deja de ser una manifestación producida en un momento y lugar determinado y, por lo tanto, consideramos que debe ser analizada como cualquier otra.
En este tipo de música, la alusión a la sexualidad —en el sentido holístico de la palabra, concibiendo no sólo el sexo sino también cómo asumimos nuestra identidad, nuestras prácticas y valores en relación a los roles de género, etcétera— es un tema recurrente, como así también lo es entre los jóvenes, grupo social que es consumidor y productor de los ritmos urbanos.
Sin embargo, no a todas las canciones les subyace una misma posición en relación a la sexualidad. Si bien es cierto que en estos últimos años se han producido muchas canciones y discos que enfatizan la importancia de la responsabilidad afectiva, la aceptación del propio cuerpo tal y como es, el disfrute del mismo, etcétera, también existen muchas otras que manifiestan en su semántica una relación asimétrica entre hombres y mujeres y replican los estereotipos de género.
Estos estereotipos quedan obsoletos en relación a las nuevas perspectivas acerca de la sexualidad que hemos desarrollado. Se suele representar a la mujer en tanto objeto sexual y sumiso y al hombre como fuerte y distante a nivel emocional. Por lo tanto, partiendo del supuesto de que las manifestaciones artísticas responden a lecturas específicas acerca del mundo, podríamos inferir que si bien está produciéndose un cambio, todavía no nos hemos despojado por completo de la visión basada en roles de género, privada y oculta de la sexualidad humana.