El mundo romano fue un mundo eminentemente urbano. Sin embargo, no podemos obviar la importancia que tuvo el ámbito rural, que garantizaba la producción y la distribución de la materia prima y los alimentos que permitían la subsistencia de las ciudades y del ejército. En este mundo agrícola encontramos las villae, centros rurales que representaban un microcosmos completo y, a menudo, altamente especializado.
¿Cómo se vivía en una Villa Romana?
Si bien es cierto que estas villae fueron constantes en toda la historia de Roma, también lo es que los intensos cambios sociales que acontecieron a partir de los siglos II y III d.C. modificaron sus características, y las villas pasaron de ser pequeños centros de producción, altamente implicados en la red de comercio imperial, a lujosas casas autosuficientes en las que el dominus o señor se guarecía de las convulsiones políticas y de las acciones bélicas. La villa romana constituye, pues, un elemento clave en la transición de la antigüedad tardía a la época medieval.
¿Cómo era vivir en uno de estos centros de producción? ¿Quién vivía en ellos, y cómo era su estilo de vida? En el artículo de hoy te contamos cómo era la vida cotidiana en estos centros rurales del mundo romano, las villae o villas.
La villa romana: enclaves de una gran red de producción y comercio
A pesar de que las villas ya eran habituales en los inicios de la historia de Roma, su presencia proliferó poco antes de la gran crisis de la República romana. Se trataba entonces de modestos centros agropecuarios que descansaban en manos de pequeños agricultores. Sin embargo, tras la caída de la República, con la crisis subsiguiente y el posterior auge del imperio, estas villae empezaron a caer en manos de los grandes patricios romanos, así como de los plebeyos enriquecidos, y pasaron de ser construcciones modestas en el campo a constituir verdaderos latifundios gobernados por mansiones lujosas que imitaban la comodidad de las villas urbanas.
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Exprimir el campo para mantener un imperio
Las villas romanas son un producto del campo: estaban situadas lejos de las ciudades, aunque encontramos algunas ubicadas, como ya hemos dicho, en el corazón de las urbes. Por supuesto, una de las principales diferencias es que las villas rurales disponían de partes dedicadas a las tareas agropecuarias, mientras que las villas de la ciudad constituían solo vivienda de lujo.
La fuerza de trabajo en estas villas del campo estaba constituida por los esclavos y los sirvientes, que se encargaban de todas las tareas de producción, conservación de la casa y cuidado de sus señores. Si bien en la primera época estas tareas las solían realizar los esclavos, pilar básico de la economía y la sociedad romanas, a medida que avanzaba el imperio (y con la expansión del cristianismo y su rechazo a la esclavitud) observamos una preferencia por los colonos, es decir, hombres y mujeres libres que deciden ponerse a cargo de un dominus y gozar de su protección a cambio de trabajar sus tierras. Como vemos, se trata del germen de lo que posteriormente serán los siervos de la gleba medievales.
En todo caso, la importancia de estas villas es crucial, ya que de ellas dependía el suministro de productos a la red de comercio del imperio y, por tanto, la alimentación de sus colonias y del numeroso ejército romano. Con el tiempo, muchas de estas villas llegaron a especializarse en productos concretos: en Hispania, donde este tipo de construcciones era muy frecuente, la zona de la actual Cataluña se especializó en viña, mientras que la Bética y la Lusitania eran las mayores productoras de aceite.
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Vida privada y trabajo
Así pues, en las villas romanas lo normal es encontrar dos bloques debidamente diferenciados y apartados: el primero, denominado pars dominica, era el área reservada al dominus o señor y a su familia, donde se ubicaban las dependencias destinadas al descanso y al ocio personal. También en este bloque recibía el señor a sus invitados, para agasajarlos y sorprenderlos con sus riquezas, que solían reflejarse en los lujosos mosaicos y las exquisitas pinturas de las paredes.
Por otro lado estaba la pars massaricia, que representaba el núcleo de producción y la base económica de la hacienda. Esta parte estaba a su vez dividida entre la pars rustica, donde dormían y comían los trabajadores, y la pars fructuaria o de producción, que era donde se concentraban las áreas destinadas al trabajo.
La pars dominica o estancias del señor
La pars dominica o parte del señor intentaba emular los lujos y las comodidades de las viviendas de las ciudades. En realidad, en una villa no solía faltar de nada; por supuesto, las termas eran un espacio importante para el ocio y la higiene de la familia, así como las estancias destinadas al descanso y a las comidas, que estaban decoradas con magníficos mosaicos. Nos han quedado numerosos testimonios de mosaicos de villas que denotan el poder económico de sus dueños; algunos de los más espectaculares se encuentran en La Olmeda, en Palencia (España), una villa romana que poseía nada menos que 3.000 m2 de lujoso mosaico.
En el mundo romano, la limpieza del cuerpo y el acto social que esto conllevaba era esencial. Las villae poseían las tres estancias que ninguna terma romana podía obviar. Primero, el caldarium o zona de agua caliente, el calor de la cual se conseguía mediante el sistema del hipocausto romano, que servía tanto para calentar el agua de las termas como para calentar las diversas estancias en invierno.
El hipocausto consistía en una serie de hornos que discurrían debajo del pavimento, elevado mediante pilares de ladrillo, cuyas oquedades permitían el curso del aire caliente. Este recurso de calefacción fue muy apreciado tanto por griegos como por romanos, y permitió hacer habitables casas que, de otra forma, habrían sido impracticables en invierno. Recordemos que las villas romanas no solo se encontraban en el área mediterránea, sino que también se diseminaban por las partes más norteñas del imperio, incluida la Galia y Britania.
Tras el caldarium, el bañista podía acceder al tepidarium o piscina de agua tibia y, finalmente, al frigidarium, que contenía agua fría. No solo eso; en las termas de la villa, los invitados del dominus, además de compartir baño con él, podían relajarse con un masaje mientras departían de política o cultura. El complemento perfecto era el gymnasium o palestra, habitual en las villas ricas, donde el señor se ejercitaba.
No podemos abandonar este pequeño recorrido por las estancias privadas de una villa romana sin mencionar la gran sala de banquetes, habitualmente la estancia más ostentosa de la casa, donde el dominus recibía a sus invitados con artificiosas comidas. En general, se trataba de un espacio aislado configurado alrededor del peristilo o patio central, donde, poco a poco, se fue pasando de las veladas más íntimas (el convivium, una reunión relajada de amigos) a expresiones más aparatosas de ceremonial, donde el dominus era contemplado y reverenciado por los asistentes en una réplica de las costumbres de la corte imperial.
Hacia la figura del señor feudal
Es innegable la importancia que tienen las villas romanas en la configuración de la sociedad de transición entre el periodo tardoantiguo y el medieval. Ya hemos comentado como, poco a poco, y a medida que la crisis se agudizaba, los señores de las villas se iban encerrando en sus propiedades y se abstraían del mundo de la corte y del imperio.
Estas villas, antaño conectadas a las redes de producción y comercio del globalizado mundo romano, fueron, pues, convirtiéndose en núcleos autosuficientes que, incluso, llegaban a poseer pequeñas guarniciones para su propia seguridad. Los habitantes del campo cada vez estaban más desvinculados del estado y se configuraban los núcleos que, más tarde, darían origen a los feudos medievales.
En esta línea, el papel del dominus del siglo IV d.C. también cambió. En época tardoantigua, el dueño de la villa se había convertido en una especie de “señor feudal” (lo ponemos entre comillas por lo anacrónico de esta expresión), que dirimía en su tablinum o despacho (situado en el centro de la villa, entre el atrio y el peristilo) asuntos ya no solo relacionados con asuntos de producción, sino también de justicia. La sociedad romana caminaba hacia una inevitable fragmentación que será la característica principal de la era medieval.