En un cuadro poco conocido del pintor flamenco Abraham Teniers (1629-1670) vemos a unos monos, ataviados con la elegante moda de la época, que juegan a cartas mientras otro les sirve vino. Podríamos pensar que se trata de un motivo excepcional dentro de la historia de la pintura, algo casi anecdótico, pero nada más lejos de la verdad. Se trata de un ejemplo de Singerie, un subgénero artístico que triunfó en el siglo XVII.
Singerie en francés quiere decir, literalmente, “monería”. Viene de la palabra singe, “mono”, la denominación que reciben las diversas especies de primates y sus parientes los simios. Como singerie conocemos a un género de pintura muy concreto, cuyos protagonistas son estos simpáticos animales, que son plasmados en actitudes humanas que generalmente están relacionadas con el vicio y la depravación. Este curioso género pictórico tiene una larga trayectoria. Si sientes curiosidad, sigue leyendo. Hoy hablamos de las Singerie, las pinturas cuyos protagonistas son monos.
Las Singerie y el simbolismo de los monos
A pesar de que el subgénero de las Singerie se popularizó durante la época barroca (especialmente, en los Países Bajos), el mono como símbolo de la depravación humana es algo que viene de antiguo. Ya los antiguos griegos y romanos se habían percatado de la similitud de estos animales con los seres humanos, de ahí que les llamaran simie, es decir, “similares”.
En el siglo II d.C., uno de los tratados más famosos sobre simbología animal, El Physiologus, rescatado más tarde por los Bestiarios medievales, establece una comparación entre el mono y el diablo, basándose en la falta de cola de los primates (símbolo de arrogancia, pues de esta forma desean asemejarse al ser humano).
Por otro lado, el extremo “vicio” y “corrupción” del pobre animal quedaba patente para el autor del tratado, puesto que, con sus gestos y sus actitudes, el mono pretendía parecerse al humano, igual que el diablo pretendía ser Dios. De esta forma, empezó a ser popular llamar al mono Simia Dei (el nombre que solía recibir el diablo), es decir, “a semejanza de Dios”.
El mono, un ser humano “degenerado”
El Physiologus debe englobarse dentro de un género literario que utiliza a los animales como vehículo para expresar una serie de ideas morales relacionadas generalmente con el cristianismo. De ahí parten los Bestiarios medievales que, por supuesto, no son textos científicos, sino más bien alegorías.
Durante el Medievo, el mono siguió encarnando la parte más “degenerada” del ser humano. En su obra De mundi universitate sive Megacosmos et Microcosmos (1147), el filósofo y humanista Bernardo Silvestre dice del simio que es una “imagen deformada e irrisoria del hombre”; es decir, que el animal sirve de espejo en el que hombres y mujeres ven reflejado su lado más “perverso”.
Por su parte, ya en el siglo XII, Hugo de San Víctor (1096-1141), escolástico de la famosa Escuela de San Víctor de París, comenta que el mono es un ser “vil, sucio y detestable”, a pesar de que los clérigos se afanan en comprar estos animalillos para exhibirlos en sus casas como símbolo de riqueza. No hay que olvidar que, con la apertura de las rutas comerciales hacia Oriente, empiezan a llegar monillos a Europa, que las élites compran a precios elevadísimos sólo para mostrar su estatus.
El arte también se hace eco de esta identificación del mono con el vicio. Numerosos capiteles románicos (como, por ejemplo, los de la catedral de Jaca) muestran a estos animales en actitudes “deshonrosas”, evidenciando así su relación inequívoca con la parte más baja del ser humano. Por otro lado, en los márgenes de los códices medievales abundan miniaturas que muestran a estos animales ejerciendo actividades humanas.
En todo ello radica una especie de asombro (y quizá miedo) hacia esta criatura, que hombres y mujeres ven muy parecida a ellos pero que, sin embargo, carece de raciocinio y, además, parece imitar de forma burlona los actos de los seres humanos. Parece como si la humanidad de la Edad Media no estuviera segura del papel que Dios había otorgado a aquel ser tan parecido a ella.
La moral y el origen de las Singerie
Tras esta breve introducción histórica, podemos comprender mucho mejor la aparición, hacia el siglo XVI, de las posteriormente llamadas Singerie o “monerías”. A pesar de que, como ya hemos apuntado, encontramos manifestaciones artísticas relacionadas con monos mucho antes de la Edad Moderna, es especialmente a partir del siglo XVI cuando empieza a consolidarse este curioso subgénero, que se cultiva especialmente en la zona de los Países Bajos y Flandes.
Muchos pintores se interesan por captar a simios en actitudes humanas. Hemos citado ya a Abraham Teniers y podemos seguir con su hermano, el también pintor David Teniers el Joven (1610-1690), o el padre de ambos, David Teniers el Viejo (1582-1649). También Brueghel el Viejo (h. 1525-1569) se interesó por las Singerie, así como su vástago Brueghel el Joven (1564-1638).
El tema echa raíces particularmente en la zona flamenca y holandesa gracias a la extensa tradición moralista que el arte ha gozado en estas regiones. Recordemos, por ejemplo, La extracción de la piedra de la locura de El Bosco o los Proverbios flamencos del mismo Brueghel el Viejo. De esta forma, las Singerie pasan a ser obras profundamente moralizantes, que recogen los vicios más “execrables” de la humanidad y los trasladan a los simios, el “espejo vicioso” del ser humano.
Ya en el siglo XVIII francés, pintores como Jean-Siméon Chardin (1699-1779) rescatan la figura del mono para algunas de sus obras, con un evidente carácter burlesco. Lo vemos en su Mono pintor, ejecutado en 1740, donde un simio ataviado como todo un petimetre dieciochesco pinta sobre un lienzo. ¿Quería Chardin expresar que el artista, en realidad, “solo” copia la realidad, igual que un mono solo imita?
Las Singerie como burla social
En todo caso, en el Siglo de las Luces observamos una decaída de la moralidad a la hora de representar a los monos en el arte. Es la época de la Ilustración, que más bien se ríe de la moral dogmática cristiana, por lo que las Singerie pasan a ser una burla de las costumbres o, simplemente, un método curioso de decoración. Jean Bérain (1640-1711), famoso por ser el diseñador oficial de los decorados y estancias de Luis XIV (y, más tarde, del regente Felipe de Orléans) usa profusamente la figura del mono en sus decoraciones.
Es la época en la que empiezan a hacer furor las conocidas como chinoiserie (diseños inspirados en el arte chino), por lo que Bérain y sus contemporáneos no dudan en ataviar a sus monos con ropajes tradicionales chinos y colocarlos en paisajes orientales de lo más coquetos. Es el estilo de la regencia, que ocupa los primeros años del siglo XVIII en Francia y que dará más tarde origen al rococó.
Paralelamente a esta corriente que reduce las Singerie a mero aparato decorativo, hallamos en estos años a artistas que siguen usando a los monos para denunciar vicios sociales. Es el caso del siempre ácido Francisco de Goya (1746-1828) que, en su Capricho núm. 41 (Ni más ni menos) vuelve a representar al típico mono pintor que, en este caso, está plasmando a un burro en el lienzo. Uno de los manuscritos contemporáneos a Goya que explican la serie de Caprichos nos dice que “Un animal que se hace retratar, no dejará de parecer por eso animal…”.
Es decir, que por mucho que los hombres y las mujeres deseen dejar para la posteridad una imagen digna de sí mismos, en el fondo solo serán lo que realmente son. Algo así como aquello de que “aunque la mona se vista se seda…”. Un refrán que, por cierto, recoge la tradición de relacionar al mono con lo cómico y lo degenerado, muy emparentado, por tanto, con las Singerie.
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