La simple mención de Babilonia despierta ensueños. Constantemente citada por los antiguos como una de las ciudades más espléndidas del mundo (Heródoto dijo de ella que ninguna otra se podía igualar en belleza) y, más tarde, denostada por los primeros cristianos como el centro del pecado y la perdición, solo comparable en desvaríos a la “decadente” Roma.
Pero ¿qué era Babilonia en realidad, y a qué se debe esta fascinación que ha ejercido durante milenios? En este artículo nos centraremos en uno de los hallazgos de arqueología más bellos de la antigua ciudad, la llamada Puerta de Ishtar.
Características de la Puerta de Ishtar
Este impresionante complejo era una de las ocho puertas de acceso a la ciudad. Sin duda, se trataba de su entrada más espectacular, puesto que tras ella se abría una vía procesional que era el núcleo de las celebraciones del Año Nuevo babilónico, la fiesta más importante de su calendario litúrgico. Fue levantada en el siglo VI a.C. por el rey Nabucodonosor II, sin duda el monarca más importante que tuvo la civilización babilónica, y que dotó a su capital de monumentos sin igual que supusieron la admiración de sus contemporáneos.
A finales del siglo XIX, británicos, franceses y alemanes competían para ver quién se adjudicaba los mejores restos arqueológicos. Aquello fue una auténtica escalada de expolios continuos; pero, polémicas aparte, lo cierto es que fueron los alemanes los primeros en excavar de forma profesional el yacimiento de la antigua Babilonia. En concreto, el arqueólogo, arquitecto e historiador Robert Koldewey que, a petición de los museos de Prusia, puso en marcha un proyecto en Oriente Próximo que se centró en la capital de Nabucodonosor II.
En 1899, tras los respectivos preparativos, se inician las excavaciones, y en 1902 Koldewey y su equipo descubren uno de los restos más impresionantes: la Puerta de Ishtar.
Un monumento consagrado a la diosa Ishtar
De los ocho accesos a la ciudad, este fue el único que pudo ser debidamente identificado gracias a una inscripción en cuneiforme. Según rezaba la inscripción, había sido mandada erigir por Nabucodonosor II en honor a la diosa Ishtar, una de las deidades más importantes del panteón babilónico.
A pesar de que durante el II milenio a.C. la llegada del dios Marduk trastocó la jerarquía de las divinidades de Babilonia (pues este dios, que en sus inicios era una divinidad secundaria, pasó a ser la principal deidad del panteón), Ishtar siguió conservando su estatus de poderosa y temible señora del amor y de la guerra. Así, junto al ya citado Marduk (a veces, conocido simplemente como Bel, “el señor”), Anum, el padre de todos los dioses, Enki, la señora de las aguas subterráneas y Shamash (el sol) y Sin (la luna), formaban una auténtica pléyade de dioses que se enfadaban, combatían y se enamoraban.
Como era común en los panteones de las civilizaciones antiguas, los dioses estaban cortados por el mismo patrón que los humanos, pues sentían las mismas emociones; la única diferencia era su extraordinario poder y su inmortalidad.
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¿Cómo era la Puerta de Ishtar?
La Puerta de Ishtar debió ser realmente impresionante, y seguramente dejaba atónitos a cuantos la cruzaban. Actualmente, poco podemos ver de ella; entre 1929 y 1930 se reconstruyó la antepuerta en el Museo de Pérgamo de Berlín, aunque la obra se tomó ciertas licencias que no gustaron a muchos expertos.
Por ejemplo, las dimensiones de la reconstrucción distaban mucho de ser las mismas que las que el monumento tenía en su emplazamiento original, puesto que los trabajadores debieron adaptar las medidas a la longitud y la altura del museo. A pesar de todo, la reconstrucción conserva algunos de los ladrillos vidriados originales, que se hallaron en las excavaciones de principios del siglo XX.
Debemos imaginarnos una enorme ciudad sólidamente amurallada y, en el lado sur, una colosal puerta de acceso construida con ladrillo vidriado de color azul lapislázuli. En realidad, la puerta constaba de 3 accesos. El primero, la antepuerta, que que podemos ver hoy en día en el museo de Berlín. El segundo, de mayor tamaño (pues alcanzaba los 18 metros de altura), se abría un poco más adelante. Finalmente, existía un tercer tramo, un paso estrecho sin decoración que cruzaba la muralla y permitía acceder definitivamente al recinto.
La decoración de la puerta, que se levantó ladrillo a ladrillo, se consolidó durante tres fases diferenciadas. La primera constaba de relieves no esmaltados que representaban dragones-serpiente, símbolo del dios Marduk, y leones que, además de ser el animal que acompañaba las representaciones de Ishtar, era también el animal-símbolo del dios Adad. En la segunda fase decorativa se añaden los esmaltados y, finalmente, en el tercer periodo decorativo se añade el relieve a los animales que protagonizan la decoración. El resultado era un impresionante conjunto de ladrillo vidriado, realizado en un llamativo azul lapislázuli, que refulgía al sol.
La técnica del ladrillo vidriado babilónico, que tenía en realidad origen asirio, era de sobras conocida en la Antigüedad. El proceso de elaboración se iniciaba con la fabricación de los moldes para las figuras de animales. El vidriado de los ladrillos, que estaba constituido por óxidos metálicos que les otorgaban el color, se realizaba tras una primera cocción de la arcilla. Finalmente, los ladrillos vidriados se fijaban en el muro mediante alquitrán.
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El Año Nuevo babilónico o la renovación del orden
Ante la puerta se abría la vía procesional, que constituía el epicentro de Babilonia. Por esta larguísima avenida, flanqueada por murallas que presentaban hermosos frisos con leones (el símbolo de la diosa Ishtar), desfilaba la representación del dios Marduk, encabezando el grupo de divinidades y acompañado del rey, los altos dignatarios y los sacerdotes. La procesión tenía lugar durante las festividades del Año Nuevo babilónico (el Akitum), que se celebraba durante doce días seguidos después del equinoccio de primavera.
Los festejos del Año Nuevo no solo tenían una finalidad de cálculo de tiempo, sino que, de forma parecida a lo que sucedía en el Antiguo Egipto, marcaban la renovación de las fuerzas del rey. En el caso de los babilonios, en alguno de los doce días que duraban las celebraciones (no se ha podido determinar cuál), el rey era humillado públicamente por el sumo sacerdote, que lo golpeaba en la cara.
Luego, tras jurar, postrado de rodillas ante Marduk, que no había hecho acto alguno que fuera en contra de Babilonia, el rey era de nuevo investido con el poder real, y entonces daba inicio un nuevo año, en el que se verificaría si realmente el monarca había dicho la verdad. En el caso de haber actuado en contra de su pueblo y contra los dioses, las calamidades se desencadenarían sobre Babilonia.
Otras celebraciones que se sabe se celebraban durante estas festividades eran el despertar del dios, que tenía lugar el primer día. En esta jornada, el sumo sacerdote “despertaba” al dios Marduk a través de una serie de cantos; del mismo modo, durante la jornada cuarta se recitaba el conocido Poema de la Creación o Enuma elish, en el que, entre otras cosas, se contaba la victoria de Marduk sobre la diosa-caos Tiamat. Este era realmente el simbolismo de la ya citada humillación real; el monarca, como encarnación del dios, tenía en la tierra la misma misión: evitar que el caos, o sea, el Mal, se apoderara de su reino. Si no lo conseguía, debía ser castigado.