Puede que te hayas encontrado alguna vez con una fotografía de la época victoriana en que alguna de las personas que aparecen, elegantemente vestidas y rodeadas de sus seres queridos, posee sin embargo una rigidez extraña. No es para menos; es bastante probable que esa persona en cuestión esté muerta.
Desde nuestra perspectiva actual, en una época en que la decadencia física y la muerte cada vez resultan más tabú, es francamente difícil imaginar por qué nuestros antepasados fotografiaban a sus muertos antes de enterrarlos. No solo es algo complicado de entender, sino que, además, puede despertar en nosotros cierta repugnancia y rechazo. Si te interesa el tema, sigue leyendo. Hoy te contamos la escalofriante tradición victoriana de retratar a los fallecidos: las denominadas fotografías post mortem.
Las fotos post mortem victorianas: una aceptación de la muerte
Para comprender en profundidad el fenómeno de la fotografía post mortem (o póstuma, como se cita en algunas fuentes), debemos sumergirnos en un siglo en el que la mortandad (especialmente, la infantil) seguía siendo increíblemente elevada. De los diez hijos que una pareja podía tener, lo más probable era que solo sobreviviera la mitad (o incluso menos), por lo que la muerte era algo absolutamente natural entre las familias.
Sin embargo, tampoco debemos pensar que la “costumbre” convertía el óbito de un ser querido en un acontecimiento indiferente. Nada más lejos de la realidad. De hecho, las fotos postmortem son un auténtico testimonio de amor y devoción hacia la persona desaparecida, concebidas, eso sí, desde una perspectiva totalmente diferente a la nuestra.
Una mortalidad excesivamente elevada
Tomemos algunas cifras como ejemplo ilustrativo. En el condado de Preston (Virginia Occidental), según los British Parlamentary Papers, entre los años 1837 y 1838 el 68,2 % de los niños de familia obrera menores de un año seguían vivos. Antes del segundo año de vida, permanecían vivos el 57,5%; y, antes del quinto, solo un 44,6% no habían fallecido. En otras palabras; más de la mitad de los infantes fallecía antes de cumplir cinco años.
Los adultos tampoco salían mucho mejor parados. A pesar de que la mayor tasa de mortalidad se daba en la infancia, en la misma fuente podemos observar que solo el 20,4% de los adultos de clase obrera traspasaba los 40 años, y solo el 11,2%, los 60.
Las estadísticas parecen ser similares en todo el mundo Occidental, por lo que podemos entender que la muerte estaba siempre presente en la sociedad industrializada del siglo XIX. Gran parte de culpa la tenían, por supuesto, las condiciones de vida (que el duro trabajo en las fábricas no mejoró), así como la proliferación de enfermedades todavía incurables, como la tuberculosis, el cólera o la escarlatina, entre muchas otras, y que se cebaban especialmente entre los más pequeños.
El nacimiento de la fotografía
Así pues, una de las causas para entender la fotografía postmortem es la diferencia de perspectiva sobre la muerte que existe entre nuestros antepasados y nuestro mundo. Mientras nosotros miramos hacia otro lado y fingimos que la muerte no existe, estas personas convivían constantemente con ella y la aceptaban, a pesar del dolor.
Por otro lado, es muy importante tener en cuenta el fenómeno fotográfico. Los primeros daguerrotipos (la primera técnica de fotografía, que fijaba la imagen sobre plata) datan de la década de 1820, pero su uso no se extendió hasta bien entrada la década de 1840.
Aun así, la técnica era increíblemente cara, y muy pocas personas podían permitirse tener un daguerrotipo de ellos mismos o de sus seres queridos. Por no hablar, por supuesto, de los retratos en pintura, todavía más caros y que solo estaban al alcance de las clases acomodadas.
El resultado era que, una vez llegada la muerte, las familias se encontraban con que no poseían ninguna imagen que les recordara al difunto y con la que pudieran mitigar su dolor. De esta forma, la mayor parte de las veces debían realizar un enorme esfuerzo económico e invertir en una fotografía postmortem, la única vía para inmortalizar el rostro del ser querido a quien ya nunca volverían a ver.
Un retrato para detener el tiempo
En toda la historia y en todas las culturas el ser humano ha intentado captar la imagen de sus allegados para que estos no desaparecieran en la bruma de la eternidad. Si bien esto se acrecentó con la llegada del individualismo en el Renacimiento y el auge de la retratística, encontramos ejemplos distantes como los famosos retratos de El Fayum, en Egipto, datados del período tardoantiguo y que muestran los rostros de los fallecidos, plasmados sobre tabla, que acompañan a la momia en su viaje al más allá.
Si bien este ejemplo podría considerarse más de carácter religioso que emocional, es una clara muestra del interés que ha tenido siempre el ser humano en detener el avance del tiempo y congelar una imagen. Con la muerte, esto resulta todavía más apremiante, debido a la certeza de no ver nunca más el rostro de la persona querida.
Si nos fijamos bien, nosotros también intentamos detener el tiempo. Actualmente, la fotografía está absolutamente popularizada; podemos retratar a las personas de forma instantánea, a través de nuestro móvil. Y, sin embargo, y a pesar de la inmediatez, el motivo sigue siendo el mismo: plasmar ese momento fugaz que nunca ha de volver.
Así, cuando una persona fallece, tenemos un arsenal de fotografías y vídeos que nos recuerdan a ella; todas aquellas imágenes que hemos ido confeccionando en vida y que nos acompañarán después de su muerte. No era así en la época victoriana. Como ya hemos apuntado en el apartado anterior, la fotografía era un lujo, y mucha gente se daba cuenta solo ante el inevitable final de que no poseía ninguna imagen del difunto. Quizá por ello, en un artículo de 1904 publicado en la revista La fotografía, el autor insiste en la “conveniencia de tener retratada a toda la familia” … antes de la muerte, se entiende.
Tipología de las fotos postmortem
El siglo XIX es, pues, el siglo de la fotografía póstuma. A la luz de los testimonios que nos han llegado, existían 3 tipologías de fotos postmortem, que resumimos a continuación.
1. Como si todavía viviera...
Una de las primeras manifestaciones de este tipo de retratos (usual en las décadas de 1840 y 1850) era fotografiar al finado entre sus familiares, correctamente vestido, como si aún siguiera vivo. Para ello, se sujetaba el cadáver con un complejo sistema de cuerdas y soportes, se le vestía elegantemente y se le maquillaba el rostro, con el objetivo de devolverle la vida que lo había abandonado.
Algunas veces, se optaba por retocar la fotografía a posteriori, y se coloreaban las mejillas del fallecido. Si no se podían mantener los ojos abiertos, el fotógrafo pintaba las pupilas encima de los párpados cerrados, unas veces con más fortuna que otras.
Esta tipología de retratos postmortem era la más cara, porque suponía un auténtico gasto de tiempo y de dinero para la confección del simulacro. Además, era necesario que el fotógrafo se trasladara a la casa del fallecido, cosa que todavía encarecía más el precio final.
Quizá lo más estremecedor de este tipo de fotografías es la “naturalidad” con la que la persona muerta interactúa con los demás. En muchas ocasiones, el resultado está tan bien obtenido que resulta francamente difícil saber cuál de las personas del retrato está muerta. Existe, empero, una pista: a causa de los largos tiempos de exposición que se requerían para realizar el daguerrotipo, la inmovilidad de los fallecidos garantizaba una mayor nitidez.
2. Las fotos de “angelitos durmientes”
La versión “durmiente” era bastante usual, especialmente cuando se trataba de cadáveres de bebés y de niños. Lo más habitual era colocarlos en su cuna o sobre un sillón, en actitud de dormir. A veces, son los propios padres los que sostienen a estos pequeños durmientes. Se trata de imágenes de profunda emotividad y poseedoras de una extraña e incomprensible belleza.
A las fotografías de niños “durmiendo” se las llamaba “fotografías de angelitos”, puesto que se creía que los niños, al morir sin pecado, accedían al limbo y desde allí ejercían de ángeles guardianes de sus padres y hermanos.
3. La muerte cruda, sin tapujos
La tercera tipología de retratos postmortem victorianos son los que muestran el cadáver en su lecho, habitualmente rodeado de flores. Se trata de la muerte cruda, sin tapujos, sin adornos, sin fingimientos. En un periodo ya tardío, se popularizó sustituir la cama por el ataúd, directamente. A pesar de la crudeza de la escenificación, es difícil apuntar qué retratos resultan más inquietantes, si estos o los primeros, en los que el difunto convive “alegremente” con sus familiares.
Conclusiones
La fotografía postmortem o póstuma victoriana suele “repugnarnos” precisamente porque se encuentra en las antípodas de nuestro sentimiento actual hacia la muerte. Hoy en día la echamos de nuestras vidas y fingimos no conocerla (cosa a la que los avances en medicina y la mejora del nivel de vida ha ayudado mucho). Podemos decir, incluso, que nuestra relación actual con la muerte es del todo problemática.
Sin embargo, hace ciento cincuenta años las personas fotografiaban a sus muertos. Primero, porque la muerte formaba parte de la vida, e incluso los niños tomaban contacto con ella (muchos retratos muestran al bebé fallecido entre sus hermanos); y, segundo, porque no todas las familias podían permitirse un retrato en vida de sus seres queridos. El resultado era una fotografía in extremis, para robar la imagen al olvido.
En todo caso, el tema de los retratos postmortem debería hacernos ver lo alejados que estamos en la actualidad de la muerte. Y, considerando que esta nunca dejará de existir, quizá es hora de empezar a concienciarnos.