Algo que sobre el papel —o a nivel teórico— puede resultar obvio, en la práctica puede desbordarnos. Es fácil comprender que un bebé llora porque no tiene otra forma de comunicarse cuando lo leemos en un libro. Sin embargo, cuando es nuestro hijo el que está llorando sin parar desde hace mucho rato puede ser realmente abrumador.
A medida que van creciendo, los niños van adquiriendo algunas herramientas más para comunicarse. No obstante, siguen sin tener las habilidades comunicativas ni la autoconciencia que tiene una persona adulta. Los niños sienten todas las emociones, pero no tienen la capacidad de regularlas y, por eso, en ocasiones se desbordan. Esto también es una forma de comunicación —que puede no ser nada sencilla de acompañar—.
Errores de crianza que pueden generar Explosiones de Rabia en los hijos
La conducta de nuestros hijos se ve influenciada por muchos aspectos que interactúan en su día a día. Uno de ellos es, sin duda, nuestra forma de relacionarnos con ellos. Sin saberlo, podemos estar haciendo alguna de las seis cosas que exponemos a continuación. En tal caso, podríamos estar contribuyendo a sus explosiones de rabia.
1. Invalidar sus emociones
Los niños y las niñas no tienen el cerebro suficientemente desarrollado como para poder regularse a sí mismos/as. La falta de herramientas puede hacer que las emociones intensas les desborden. Esto puede manifestarse de muchas maneras, pero una de las más habituales es en forma de rabieta.
Como ellos no pueden hacerlo solos, lo que necesitan de nosotros es que les ayudemos a volver a la calma. Es así como, con el tiempo, aprenden a hacerlo. Por eso, no les ayudamos cuando les decimos cosas como: “no te pongas así”, “no es para tanto”, “no ha sido nada”, “¿por eso estás así?” y similares.
Si, además de las frases anteriores, les decimos cosas como: “no te enfades”, “no llores”, “eso no da miedo”, es probable que la criatura se acabe frustrando. Al recibir este tipo de mensajes, los niños no se sienten vistos, comprendidos ni acompañados y pueden expresar su malestar mediante la rabia.
Por último, es necesario mencionar que lo mismo sucede cuando minimizamos sus logros diciéndoles que no era tan difícil o importante. Si las criaturas no se sienten valoradas, el impacto emocional es negativo y muy fuerte. El vínculo se va dañando.
- Artículo relacionado: "Criar con ciencia: estrategias basadas en la Psicología para una crianza respetuosa"
2. Exigirles cosas que no pueden darnos
Muchas personas no saben qué pueden esperar de una criatura y qué no en función de su momento vital. Esto debería ser algo básico porque nos ahorraría muchos conflictos, frustraciones y disgustos a ambas partes. Cuando le exigimos cosas que no puede hacer, estamos dañando la conexión y su autoestima.
En este sentido, lo que más suele ocurrir es que esperamos que el niño o la niña tenga autocontrol y sepa cómo actuar en cada momento, incluso cuando lo que siente le desborda. Esta visión adultocentrista no contempla la realidad de la criatura. Los niños no son adultos en miniatura; no tienen sus habilidades.
En función de cada etapa del desarrollo, los infantes tienen necesidades concretas en cuanto al movimiento, el lenguaje y la exploración, entre otras muchas. Su cerebro racional se está construyendo y no podemos esperar que razonen cuándo están siendo invadidos por una emoción.
3. Castigar y gritar para corregir
Los gritos, los castigos y las amenazas activan las respuestas de supervivencia de la criatura. Su sistema nervioso se siente en peligro y sienten que tienen que protegerse. Esto, inevitablemente, daña el vínculo y nos aleja de ellos.
Muchas personas utilizan estos métodos para que los niños aprendan. Debemos tener en cuenta que, aunque a priori pueda parecer que funciona porque dejan de tener determinadas conductas, se mueven desde el miedo y se desconectan emocionalmente. No aprenden realmente lo que queremos, sino que dejan de comportarse de una forma determinada por miedo a la represalia.
Si lo que queremos es transmitir ciertos valores o aprendizajes, es necesario hacerlo desde la conexión. Hay muchas formas de guiar y acompañar, basadas en el respeto, que funcionan mucho mejor.
4. Reaccionar con rabia ante su rabia
Si nuestra respuesta habitual cuando una criatura se enfada es enfadarnos más, no le estamos ayudando a regularse. Lo que es más probable que suceda es que el conflicto siga escalando y cada vez sea más grande.
Recordemos que las criaturas necesitan de nuestra regulación emocional para poder volver a la calma. Si no podemos ofrecerles sostén cuando lo necesitan, se sienten inseguros. Aprenden que no pueden compartir sus emociones con nosotros porque no somos ese espacio seguro.
Todos podemos perder los papeles de forma puntual porque somos humanos/as. Si esto sucede, deberemos responsabilizarnos de nuestras emociones y acciones para poder reparar el vínculo. Sin embargo, hay una gran diferencia entre que esta respuesta sea puntual y excepcional a que sea la habitual.
- Quizás te interese: "¿Por qué no es buena idea dejar a los niños llorar hasta que se duerman?"
5. No permitirles ser autónomos
La exploración es una necesidad básica de las criaturas. De hecho, podemos decir que se mantiene también en la edad adulta, solo que se manifiesta de formas diferentes. Por eso, cuando no permitimos a las criaturas suficientes espacio como para desarrollar su autonomía podemos tener fuertes conflictos.
Si estamos constantemente haciendo cosas por ellos, les transmitimos el mensaje de que no confiamos en sus capacidades ni habilidades. Debemos darles espacios para explorar, probar, equivocarse y frustrarse. Descubrir el mundo a su propio ritmo. Nuestra tarea es guiarlos de forma respetuosa, siendo sensibles con su momento vital y sus necesidades.
6. No establecer límites claros ni mantener rutinas
Las rutinas y los límites, siempre y cuando se establezcan para el cuidado de las necesidades reales de la criatura y su bienestar, son necesarios. Las rutinas y los límites respetuosos aportan estructura interna y seguridad. Nuestro cerebro necesita poder predecir lo que viene a continuación para estar en calma, especialmente en la infancia.
Por eso, cuando no hay límites claros ni rutinas en el día a día, los niños pueden sentirse realmente ansiosos. Se sienten inseguros. Lo mismo sucede cuando nosotros, como padres y madres, no somos consistentes ni coherentes. La incertidumbre genera inseguridad interna que puede manifestarse como explosiones de rabia.
¿Te interesa este contenido?
¡Suscríbete a “La vida con hijos”!
Nuevo newsletter de contenido exclusivo sobre crianza, educación y pareja.
Al unirte, aceptas recibir comunicaciones vía email y aceptas los Términos y Condiciones.

