Muchas personas, los seres humanos tendemos a asumir que la salud mental es algo que depende de cada uno: una cuestión que puede limitarse a un simple "ser mentalmente fuerte" o no serlo, o en todo caso, a sufrir o no sufrir una enfermedad que aparece espontáneamente en el cerebro.
Desde este punto de vista, desarrollar un trastorno psicológico es algo que incumble únicamente al individuo, a quien ve disminuida su calidad de vida por la enfermedad. Sin embargo, la realidad nos muestra que la salud mental es bastante más compleja. De hecho, las relaciones familiares tienen una influencia importante en este sentido.
Para saber más acerca de este fenómeno, hemos entrevistado al psicólogo Ibón de la Cruz, quien lleva muchos años trabajado con lo que se conoce como "heridas de familia" o "heridas familiares", las cuales están detrás de muchos de los motivos que llevan a las personas a buscar ayuda profesional en psicoterapia.
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Entrevista a Ibón de la Cruz: las heridas de la familia
Ibón de la Cruz Apaolaza es psicólogo y formador con más de 20 años de experiencia en el ámbito de la psicoterapia. En la actualidad, además de crear y ofrecer cursos y programas de formación a través de su plataforma online Recursos Personales, realiza un servicio de acompañamiento psicológico ante situaciones como la baja autoestima, el duelo por pérdida de seres queridos, las crisis por separación, la depresión o el estrés laboral. En esta entrevista, en concreto, Ibón nos habla acerca de las heridas emocionales que pueden llegar a enquistarse en las familias.
¿Qué entendemos por heridas de la familia desde el punto de vista de la Psicología? ¿En qué formas de malestar se expresan más?
Todos tenemos heridas producidas por nuestra familia en mayor o menor medida. El abanico es muy amplio, y abarca desde situaciones tóxicas hasta abusos de todo tipo.
Tengamos en cuenta que en este tema pesan una serie de tabús y prejuicios que dificultan mucho la tarea de afrontar los problemas: por ejemplo, la sociedad no admite que una madre pueda ser una psicópata o que los padres puedan ser drogadictos. Aunque también nos encontramos a menudo con las heridas que producen las generaciones más jóvenes a las mayores.
Esas heridas a veces se pueden superar sin hacer nada especial. Pero hay situaciones y experiencias que nos afectan en profundidad y nos lastran la vida entera. Por eso, la mejor estrategia es siempre el afrontarlas, aunque hay muchas personas que prefieren ocultarlas.
Las consecuencias y los efectos pueden ser de todo tipo, y son de carácter acumulativo: al final, pueden provocar malestar, adicciones, ansiedad generalizada, trastornos alimenticios e incluso suicidios. La lista es muy amplia. Lo malo es que quien no ha vivido este tipo de situaciones no es capaz de comprender lo que sienten las personas que sí las han vivido.
Generalmente, en consulta, los trastornos que aparecen de forma más frecuente son los derivados de la ansiedad y la depresión, a menudo derivados de un síndrome de estrés postraumático.
¿Es frecuente que las heridas de familia vayan pasando de una generación a otra durante mucho tiempo, en vez de quedarse únicamente en “problemas” que los hijos heredan de los padres y madres una sola vez y que no pasan a la siguiente generación?
Sí: a eso se le llaman “cadenas familiares”.
Es sorprendente observar cómo algunos patrones perjudiciales de comportamiento se van transmitiendo de generación en generación, a menudo desde mucho tiempo atrás. Y el primer paso para vencer estos patrones es darse cuenta de que existen.
De hecho, siempre expreso mi admiración cuando conozco personas que han vivido situaciones familiares realmente duras y han tenido el coraje y la conciencia de no transmitir ese patrón de comportamiento a sus hijos. Han decidido que con ellos se termina esa historia y que a partir de ese momento, la forma de relacionarse la familia será totalmente diferente.
También es frecuente que, de varios hermanos, sea uno quien decida terminar con esta forma de actuar mientras los demás deciden perpetuarla, por lo que a menudo, el primero queda marginado del núcleo familiar.
Recordemos que toda estructura familiar tiene sus beneficiados y sus perjudicados y que generalmente quienes más se han beneficiado serán los más interesados en no cambiar las cosas.
¿Consideras que al estudiar e intentar comprender el bienestar emocional se suele poner mucho énfasis en el individuo y no tanto en sus relaciones personales más significativas, como las que se mantienen con los familiares?
Sí. Actualmente, muchos enfoques son demasiado personalistas. No tienen en cuenta aspectos tan evidentes como las relaciones de poder en la familia, el entorno laboral o la posición socioeconómica.
Tengamos en cuenta que el enfoque imperante en la sociedad es el de la felicidad individual, que por definición, es una manera de ver la vida ensimismada e individualista. Se ha descubierto que el nivel de felicidad-infelicidad no es un buen predictor de numerosos problemas psicológicos.
Sin embargo, el vivir una vida con sentido y propósito sí que es un buen predictor de salud mental. Y esa forma de ver la vida implica aportar algo a la sociedad, a la comunidad.
De todas formas, tenemos que aclarar que la relación con la familia va evolucionando. No es raro encontrar que con el tiempo muchas personas crean un entorno de personas que no son de su familia con las que mantienen relaciones de afecto y que pasan a convertirse en su nueva familia.
Pero no hay que olvidar que nadie es una isla, que el ser humano es una criatura social y que necesitamos sentirnos queridos, escuchados y aceptados para alcanzar un mínimo de bienestar emocional. Y todo eso se puede hacer con personas que pueden pertenecer o no al núcleo familiar.
Por otra parte, también hay que decir que los medios de comunicación han inflado la importancia de la pareja, de tal manera que muchas personas que, por un motivo u otro, no tienen pareja, se sienten fracasadas.
En esta búsqueda alocada de la felicidad individual que estamos viviendo, se nos olvida que la convivencia y las relaciones humanas son una profunda fuente de afecto y bienestar.
¿Las heridas de familia pueden observarse a nivel “macro” en determinadas generaciones marcadas por una crisis muy fuerte? Por ejemplo, con el surgimiento de una guerra o por una pandemia como la del coronavirus. No todas las familias las sufrieron del mismo modo, pero puede que existan ciertas tendencias detectables estadísticamente.
Es muy curioso lo que sucede a nivel generacional. A menudo, por generación (recordemos la generación de la postguerra) las condiciones de vida fueron duras y las relaciones familiares no cumplían lo que hoy se consideran los patrones para un desarrollo sano. Por poner un ejemplo, cuando algunas personas de esa generación cuentan sus experiencias de la infancia, nos echamos las manos a la cabeza, ya que hoy en día hablaríamos de “explotación infantil”.
Sin embargo, podemos ver que las personas, generalmente, han tenido una vida equilibrada y productiva. Y eso se debe a que eran “como los demás”, a que pertenecían a la media y su caso no era excepcional. Y eso siempre ayuda a adaptarse al medio, al entorno y a los tiempos.
Por otra parte, hoy en día los medios de comunicación y las redes sociales nos transmiten imágenes de lo que supuestamente es normal, que no se corresponden con la realidad: Hemos perdido la conexión con la realidad social y pensamos que nosotros somos los raros.
Por ejemplo, y centrándonos ya en las heridas familiares, hay fenómenos típicos que se pueden detectar estadísticamente, como los malos tratos a los padres por parte de hijos.
De todas formas, los efectos de la pandemia (y especialmente los del confinamiento) han sido espectaculares. Las personas, en gran medida, se han visto obligadas a enfrentar lo que tenían en su interior. Se han encontrado con que las estrategias de huida, mediante vida social o viajes, no era posible. Y han descubierto que el ser humano, cuando se encuentra consigo mismo, puede llegar a sentirse muy mal, porque ha estado evitando cosas importantes durante demasiado tiempo. Esa es una de las razones del gran aumento en el consumo de psicofármacos.
Recordemos también que los fármacos pueden estabilizar y atenuar síntomas, por lo que cumplen una gran función en situaciones de crisis, pero no solucionan nada. El trabajo que se ha de hacer es humano, personal.
¿Cuáles pueden ser los efectos de las heridas de familia en el desarrollo de los niños y adolescentes que se crían en esta?
Una persona que se cría en una familia tóxica u hostil, puede desarrollar diferentes problemáticas, que de no ser sanadas, pueden durar toda la vida.
Una de ellas es lo que llamamos una gran ansiedad basal. Esa persona ha aprendido a sentirse ansiosa para protegerse y más adelante será incapaz de desconectar esa ansiedad, que acabará afectando a todos los aspectos de su vida.
También puede desarrollar un estilo de apego inadecuado, de tal manera que puede llegar a tener serios problemas a la hora de relacionarse con los demás, incluso con las personas que le resultan más próximas.
Si la persona ha sido seriamente abusada (física y/o emocionalmente) encontrará dificultades a la hora de defenderse y hacerse respetar, con lo que correrá el peligro de recibir ataques de todo tipo de psicópatas y depredadores.
Podríamos seguir mencionando consecuencias de las heridas familiares durante horas y horas, pero cada caso es único y a menudo presenta una combinación de varios aspectos.
Pero no quiero dejar de remarcar un aspecto que a menudo sorprende: las heridas familiares, una vez sanadas, nos dejan regalos. Generalmente, las personas que han superado sus heridas, han aprendido lecciones y han desarrollado capacidades difíciles de entender por quienes no han vivido una situación parecida. Por ejemplo, he observado una y otra vez que muchas personas que han superado sus heridas familiares se convierten en magníficas guías para personas que están padeciendo problemas similares.
¿Qué estrategias y técnicas eficaces pueden usarse desde la psicoterapia ante esta clase de problemas?
En mi caso, yo no trabajo con familias, sino con personas que han padecido situaciones familiares problemáticas. Hay muchas técnicas y recursos, pero recordemos que el itinerario de cada persona es diferente. Se necesita un diseño personalizado y “a medida”, adaptado a la persona, a sus vivencias, a su situación actual y a sus capacidades.
La primera fase es tomar conciencia de la situación y explorar el problema hasta su origen. Una vez que la persona ha comprendido y es consciente, se puede decir que la mitad del trabajo está hecho.
Después, se crean el diseño y la estrategia personalizados, con diferentes técnicas y recursos. Hay que destacar que todo lo que se hace es pactado entre cliente y terapeuta. Si el cliente no quiere hacer algo, directamente no lo hace, sin problema.
No quisiera terminar esta entrevista sin llamar la atención sobre el daño que hacen en el proceso de la psicoterapia las falsas ideas e imágenes que difunden las películas y series de televisión. Las personas suelen pensar que una psicoterapia son convulsiones, llantos, visualización de traumas y escenas parecidas a exorcismos.
En realidad, la psicoterapia es un proceso mayormente sosegado, cómodo y agradable, en el que el cliente se va cargando de fuerza y de recursos. A menudo, los clientes se sorprenden del papel tan importante que ocupa el humor y el bienestar en el proceso de sanación.
No olvidemos que una de las claves de la psicoterapia es crear un entorno de total seguridad y confianza en el que la persona pueda retomar el desarrollo de aspectos que en algún momento de su vida quedaron bloqueados. Y no olvidemos también que una mejora en cualquier aspecto, implica también un aumento en el bienestar general.