La mayoría de seres vivos están diseñados para reaccionar a aquello que les sucede en el presente, por lo que para su supervivencia se requiere un proceso perceptivo que se oriente hacia lo inmediato.
El aprendizaje, fruto de la experiencia directa y de los años de evolución de cada una de las especies (filogenia), es responsable de forjar esta capacidad, necesaria para la continuidad del individuo y de su grupo.
El ser humano, no obstante, tiene la habilidad de abstraer la realidad objetiva y de darle un significado propio, mediante el mecanismo de la simbolización. A través de este creamos, imaginamos y nos comunicamos los unos con los otros; mientras exploramos qué se oculta tras el telón de las apariencias.
En este artículo hablaremos sobre el pensamiento simbólico humano, pese a que recientemente se ha apreciado una importante controversia respecto a la posibilidad de que otras especies puedan disponer de él.
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Qué es el pensamiento simbólico
El pensamiento simbólico es la capacidad de un ser vivo para pensar allende la situación en la que se encuentra presente, generando con ello contenidos mentales abstractos sobre los que proyecta su capacidad de representación. En los seres humanos se ha descrito que, en condiciones de desarrollo normativas, esta habilidad se inicia a partir de los 18 meses de edad (coincidiendo con la fase preoperacional de Jean Piaget).
Según Piaget, en esta etapa (que comprende el periodo entre los dos y los siete años) el niño empieza a entender el rol de los demás y el suyo propio, a crear símbolos con el fin de representar los objetos tangibles y a trazar las relaciones que entre ellos pudieran darse.
No obstante, todavía se carecería del fundamento lógico para crear patrones de causa y efecto a un nivel no inmediato, por lo que su cerebro habrá de seguir madurando hasta la siguiente etapa para lograrlo (operaciones formales).
A través del pensamiento simbólico podemos hablar sobre lo que ocurrió en el pasado o lo que hipotetizamos que sucederá en el futuro, evocando recuerdos y elaborando hipótesis respectivamente. Así pues, somos capaces de desplazarnos más allá de lo que los sentidos captan, revelando un universo cuyo tejido está bordado por lo intangible.
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El pensamiento simbólico en el ser humano
A continuación procedemos a detallar algunas de las expresiones del pensamiento simbólico, necesarias para comprender al ser humano en su totalidad. Se tendrá en cuenta el lenguaje, la cultura, el juego, el dibujo (o la pintura) y las matemáticas.
1. Expresión escrita y oral: el lenguaje
El uso de palabras es un ejemplo básico de simbolización, puesto que las claves verbales con las que describimos la realidad no son en absoluto aquello que señalan, sino más bien su traducción a unos términos abstractos y consensuados. Así, cuando se lee un libro se accede mentalmente a los escenarios que se describen en sus páginas, pero aunque exista la capacidad de imaginar con nitidez cada uno de sus pasajes, en ningún momento estamos físicamente presentes en ellos.
Además de durante la lectura, el pensamiento simbólico participa de una forma decisiva en la escritura. Todo universo que se plasma sobre el papel ha sido, en primer lugar, creado en la mente de quien lo pare con su mano.
A través de la palabra escrita y el uso de letras, que representan simbólicamente los sonidos del habla (y estos a su vez los objetos reales a los que se refieren), se configura un proceso de abstracción para el cual se requiere este tipo de pensamiento. El significado de las letras y los sonidos es arbitrario, y solo se otorga por consenso social.
Lo reseñado es aplicable a la comprensión de objetos, pero a través del lenguaje también es posible simbolizar atributos u otros aspectos intangibles, como la justicia o la bondad (que tienen un evidente componente cultural). En este sentido, las fábulas describen historias que albergan un aprendizaje sobre cuestiones relevantes para la vida según el momento histórico (fin moralizante), y forman parte de tradiciones que se transmiten de una manera intergeneracional.
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2. Cultura y sociedad
La cultura a la que pertenece un individuo se fundamenta en la capacidad de simbolización del ser humano. Se estima que la revolución cognitiva, a partir de la cual fuimos capaces de construir un saber que no dependiera de lo inmediato, sucedió en algún momento pasado (hace entre 30.000 y 70.000 años). La primera representación conocida es una talla de marfil con cuerpo humano y cabeza de león hallada en Stadel (Alemania), que se considera como una evidencia pionera de nuestra capacidad para imaginar (y crear) algo inexistente.
Cuando los grupos humanos eran de tamaño reducido, con tribus de apenas pocas decenas de sujetos, resultaba sencillo disponer de un conocimiento sobre los que formaban parte de las mismas y sus relaciones correspondientes. La capacidad del ser humano para pensar de una manera abstracta permitió que pudieran expandirse las redes sociales, creándose con ello comunidades amplias que requerirían de métodos novedosos para subsistir (como la ganadería y la agricultura).
No se sabe exactamente cómo pudo ocurrir, pero se postula la hipótesis de una mutación genética en el homo sapiens, la cual propició un desarrollo cortical (neocortex) de magnitud suficiente para la formación de pensamientos y conceptos abstractos que permitieran la vida en comunidad. Con el fin de unir lazos entre un número tan alto de sujetos compartiendo un espacio común, se elaboraron historias y leyes sobre realidades abstractas que dieron un mayor sentido de pertenencia. Y a partir de ello, las grandes ciudades de hoy.
La cultura está sujeta a una serie de normas y tradiciones que se aprenden sin necesidad de una experiencia directa con las mismas. Para ello se recurre a la sabiduría popular, el marco jurídico, los mitos y los estereotipos; que son la causa de que ciertos colectivos tengan más derechos y/o deberes (por linaje u otros logros no objetivables). Todos ellos son producto del pensamiento simbólico, y ejemplos evidentes de cómo este puede condicionar el destino del ser humano.
3. Juego simbólico
El juego simbólico es muy importante para el desarrollo de las primeras relaciones sociales, y una oportunidad ineludible para practicar los usos y costumbres de la sociedad en la que se vive. Es por ello que los niños recurren con frecuencia a tales actividades lúdicas, en las que actúan reproduciendo roles de los adultos con los que conviven cotidianamente. Se trata de uno de los mecanismos a través de los que la sociedad mantiene sus símbolos, e incluso los juguetes se diseñan para este fin.
En el juego simbólico se representan oficios o se simula que se es todo tipo de personajes, requiriendo con frecuencia la participación de como mínimo dos niños. También se atribuyen propiedades a objetos inanimados (una caja puede convertirse en un teléfono móvil, por ejemplo), para lo que se requiere de recursos cognoscitivos como la analogía (equiparar dos objetos distintos a través de sus propiedades compartidas, como su forma o su tamaño) y la abstracción.
Esta forma de jugar supone un entrenamiento del pensamiento simbólico, que se ubica muy especialmente en el lóbulo frontal, y permite el desarrollo de habilidades sociales necesarias para interactuar exitosamente con el entorno.
4. Dibujo y pintura
En Borneo (Indonesia) se ubica la muestra de pintura rupestre más antigua que se conoce en la actualidad, datada en el año 38.000 a.C. Aunque por lo general se trata de huellas de manos humanas impresas sobre las paredes, aparecen también escenas cotidianas de caza y ciertos símbolos de los cuales se desconoce su significado. Estos hallazgos, más allá de su innegable relevancia como piezas artísticas, contribuyen a inferir en qué momento de la historia empezamos a pensar a través de abstracciones.
Y es que el dibujo supone una representación gráfica de realidades que, muy a menudo, no se encuentran presentes en el momento de ser plasmadas. El dibujo o el color sirvieron para que distintas sociedades transmitieran un sello de identidad y pudieran dejar constancia de cuáles eran sus características distintivas, extendiendo su legado mucho más allá de su supervivencia física (que a menudo concluía tras periodos de gran hambruna, exterminio o enfermedades pandémicas). Un ejemplo muy reciente lo encontramos en las banderas.
En tiempos actuales, el dibujo sigue usándose para representar ideas ubicadas únicamente en la mente del que las ejecuta. Un arquitecto, por ejemplo, hace uso de sus conocimientos sobre física y diseño para trasladar a un papel la idea que ha tenido sobre un nuevo edificio u otro tipo de estructura. Y dado que esta jamás había sido construido antes (no es una mera reproducción), supone un ejercicio simbólico y abstracto que requiere de procesos cognitivos superiores.
Lo mismo puede decirse de las obras de arte modernas, muchas de las cuales no reflejan la realidad, sino abstracciones simbólicas de la misma.
5. Matemáticas
Las matemáticas son un lenguaje universal. Si bien en sus formas elementales se refieren a una simple cuestión de grado o proporción, el conocimiento profundo de las mismas requiere de un enorme nivel de abstracción (a través del cual llegar a comprender las relaciones tácitas que se observan en la naturaleza). Es por ello que las matemáticas están presentes en muchas de las ciencias, tales como la física o la informática.
Algunos operaciones matemáticas no pueden ser ni siquiera inferidas en la experiencia con la realidad. Esto es común en la física teórica, que depende de la integración del saber sobre fórmulas y teorías con el propósito de deducir hipótesis sobre cómo funciona el universo, sin tener ocasión de observarlas con los propios ojos. A través de ella profundizamos, desde la simbolización, donde los sentidos desnudos no llegan.
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