¿Existe la empatía en el reino animal?

¿Se da la empatía en los animales no humanos, o tan solo actos aparentemente amables? Veámoslo.

¿Existe la empatía en el reino animal?

Muchos portales divulgativos en lo que al reino animal se refiere a veces nos muestran comportamientos desgarradores en la naturaleza: “un gato intenta despertar a su amigo después de que haya sido atropellado”. Ahí vemos a un felino, aparentemente compungido, intentando reanimar con sus zarpas a otro gato que se encuentra tirado en medio de la calle.

Una lágrima brota de nuestras mejillas, y es que como se suele decir, “a veces los animales tienen más sentimientos que los humanos”. Por desgracia, las evidencias científicas todavía no apuntan del todo a la confirmación de esta sentencia. Puede que el gato se encuentre realmente triste, o puede que esté acomodando sus zarpas sobre una superficie mullida y caliente para tenderse a descansar.

Sí. Por cruel que pueda sonar, no todos los comportamientos en la naturaleza responden a un acto cargado de sentimiento y contenido (es más, en casi ningún caso es así). Un pez cíclido no parece defender a su prole de depredadores con violencia por amor: se trata de un mecanismo evolutivo en el que el único interés del animal es preservar sus genes a lo largo de las generaciones.

Así pues, aunque pequemos de reduccionistas, los biólogos sospechamos de los actos “altruistas” de los animales y de sus demostraciones sentimentales en muchos casos. No porque no creamos en ellas necesariamente, sino porque tal y como indica el principio de parsimonia, a veces la opción más sencilla de explicar es la más probable. Un motor meramente evolutivo VS una capacidad neurológica lo suficientemente complicada para desarrollar emociones complejas. Difícil dilema, ¿verdad?

Tras esta extensísima pero necesaria introducción, no nos demoramos más: ¿existe la empatía en el reino animal? Tratamos de darte la respuesta.

¿Existe la empatía en el reino animal?: un dilema de difícil respuesta

La empatía se define como la capacidad de percibir, compartir o inferir en los sentimientos y emociones de los demás, basándose en el reconocimiento del otro como similar. Se trata de una habilidad multifactorial, pues diversos mecanismos correlacionados actúan en conjunción para formarla. Así pues, podemos distinguir dos tipos de empatía generales que integrados dan lugar a la habilidad en su totalidad:

Empatía emocional: la capacidad de poder experimentar los estados emocionales de los demás. Empatía cognitiva: la capacidad de poder conocer el estado mental de los otros.

Aquí ya hay dos términos que nos chirrían en lo que a la naturaleza se refiere: emoción y conocimiento. Si bien es cierto que las emociones se han demostrado en varios taxones animales, nos es bastante difícil argumentar a favor de que una mantis religiosa pueda ser capaz de sentir afecto.

Por otro lado, el concepto de conocimiento es aún más restrictivo, pues su propia definición incluye únicamente a nuestra especie: “Hechos o información adquiridos por una persona a través de la experiencia o la educación, la comprensión teórica o práctica de un asunto referente a la realidad.”

Así pues, y en opinión del que redacta, es necesario hacer una distinción clara. Te la mostramos con dos ejemplos claros.

Si tenemos una situación en la que una lagartija ve como una compañera es devorada por un depredador y sale corriendo automáticamente, ¿estamos ante un caso de empatía? En un principio no, pues dudamos de que la lagartija sea capaz de ponerse en la piel de su compañera, más aún del conocimiento del dolor ajeno. Podemos hipotetizar que se trata de una respuesta meramente evolutiva y de supervivencia: ante el peligro corro.

Por otro lado, si tenemos a un primate que está cargando con un compañero suyo con una pierna rota, quizá la cosa cambia, ¿verdad?. Al no ser un descendiente directo, no podemos achacar este comportamiento de forma absoluta a un mecanismo de permanencia genética del individuo.

Además, sí que podemos sospechar en este caso que el primate es capaz de pensar lo siguiente: “esto una vez me pasó a mí, el dolor es insostenible, mi compañero necesita ayuda”. La diferencia entre este ejemplo y el anterior es que aquí sí que se integra y se conoce la situación ajena y se actúa en consecuencia.

Primeras investigaciones

Basta ya de terrenos especulativos, pues desde luego hay muchísimas investigaciones con mamíferos que han arrojado resultados reveladores en lo que a la pregunta de si existe la empatía en el reino animal se refiere.

Remontándonos al año 1959, el psicólogo Russell Church sometió a diversas ratas a experimentos de índole etológica para cuantificar su capacidad empática.

En esta investigación, se planteó una situación a un roedor en la que, al tirar de una palanca, recibía comida. Por desgracia, al realizar este acto otro individuo experimentaba una descarga eléctrica, y la rata que había desencadenado los acontecimientos podía verlo perfectamente.

Para la sorpresa del psicólogo, las ratas cesaban su actividad en cuanto veían que la descarga era aplicada a un conespecífico. ¿Qué sentido tiene esto desde un punto de vista de supervivencia? La rata dominante obtiene comida y el otro individuo de su especie no es su hijo, así que debería de darle igual el sufrimiento ajeno, ¿no?

Este experimento cimentó uno de los primeros indicios de empatía en el reino animal, pero aún así no está exento de polémica: ¿la rata deja de tirar de la palanca por empatía, o porque tiene miedo de que le suceda la descarga a ella?

Muestras de posible empatía en el reino animal

Más allá de estos experimentos tan “primitivos” por la época en la que se realizaron, se han observado comportamientos animales que son difíciles de explicar si no es por un motor empático.

Por ejemplo, se ha registrado que diversas especies de cetáceos ayudan a sus compañeros a emerger a la superficie cuando están heridos para respirar, un comportamiento que solo se puede atribuir (aunque sea parcialmente) a cierto grado de empatía.

Otros casos similares se han registrado en primates en ambientes controlados. Por ejemplo, en poblaciones en reservas de cercopiteco diana, se han observado ciertos comportamientos que parecen indicar que el altruismo está presente. En este caso concreto, se le presentó a una población en cautiverio la posibilidad de cambiar fichas por alimento en una máquina. La mayoría de los individuos aprendieron el mecanismo de forma exitosa, pero una hembra en especial no fue capaz de entender el funcionamiento de la maquinaria.

En tres ocasiones separadas durante 12 horas, se registró cómo un macho cogía las fichas de la hembra, las introducía correctamente en la máquina, y dejaba que ésta accediera la comida. Aunque este tipo de conductas no expliquen un comportamiento empático en su totalidad, desde luego apuntan a que esta habilidad existe en mamíferos con cerebros y sistemas nerviosos más complejos.

Tenemos otros casos de naturaleza anecdótica, como por ejemplo dos registros de hipopótamos protegieron a dos impalas (antílopes africanos) de los ataques de cocodrilos y canes salvajes, llegando incluso a arriesgar sus vidas para salvarlos de las fauces de los depredadores. Es muy difícil para un biólogo explicar este comportamiento desde un punto de vista evolutivo, pues el hipopótamo no obtiene absolutamente nada de este acto, al ser el individuo salvado de otra especie diferente a la suya.

¿Pueden los animales sentir empatía?

A la pregunta de si existe la empatía en el reino animal no podemos dar una respuesta clara más allá de la siguiente: teóricamente sí que se puede, demostrarlo de forma 100 % irrefutable es más difícil. Se ha registrado que la empatía requiere de la actuación del tronco del encéfalo, la amígdala, el hipotálamo, los ganglios basales, la ínsula y el córtex prefrontal. Por lo tanto, no podemos descartar que animales con estas estructuras u análogas sean capaces de mostrar la habilidad empática.

Por otro lado, un descubrimiento relativamente reciente de las “neuronas espejo” pone las cosas aún más interesantes, pues se tratan de cierta clase de neuronas que se activan cuando un animal ejecuta una acción y cuando observa esa misma acción al ser ejecutada por otro individuo. Este mecanismo y fisiología ha sido claramente observado en múltiples ocasiones en primates, por lo que de nuevo, todo apunta a que la empatía en estos seres vivos está presente o al menos puede suceder.

Resumen

Como ya veníamos vaticinando con las líneas previas, no podemos afirmar al 100 % que la empatía existe (o no) en el reino animal, pues la intencionalidad y comprensión son dos factores esenciales para esta habilidad, y por desgracia, no se pueden registrar mediante parámetros completamente objetivos en animales no humanos.

Aún así, especies con sistemas nerviosos más desarrollados como algunos mamíferos tales como ratas, primates y cetáceos sí que parecen indicarnos con sus conductas que la empatía está presente, al menos de forma parcial y en un número limitado de taxones.

¿Significa esto que podemos extender la habilidad en todo el reino animal? Por desgracia, no. Quizá no comprendamos las acepciones interespecíficas del concepto, pues el término “empatía” ha sido acuñado por el propio ser humano, pero resulta muy difícil sospechar de este tipo de conductas, por ejemplo, en grupos de invertebrados.

Referencias bibliográficas:

  • de Waal, F. B. (2007). Do animals feel empathy?. Scientific American Mind, 18(6), 28-35.
  • Kuczaj, S., Tranel, K., Trone, M., & Hill, H. (2001). Are animals capable of deception or empathy? Implications for animal consciousness and animal welfare. ANIMAL WELFARE-POTTERS BAR-, 10, S161-S174.
  • Plutchik, R. (1987). Evolutionary bases of empathy. Empathy and its development, 1, 38-46.

Graduado en Biología por la Universidad de Alcalá de Henares (2018). Máster en Zoología en la Universidad Complutense de Madrid (2019). Durante su carrera estudiantil, se especializó en comportamiento animal, evolución, parasitología y adaptaciones morfológicas animales al medio. En su estancia en el Máster profundizó en mecanismos evolutivos y comportamientos. También formó parte de un equipo del Museo Nacional de Ciencias Naturales durante dos años, donde realizó investigaciones de índole evolutiva. Aquí adquirió extensos conocimientos sobre genética, heredabilidad y otras cuestiones relacionadas con el ADN. A día de hoy, se dedica a tiempo completo a la divulgación científica, realizando artículos de evolución animal y psicología y medicina humana.

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