Uno de los aspectos de la vida social implica ver en los demás cosas que no tenemos y que nos despierte cierta envidia. Ya sea riqueza, belleza, propiedades o forma de ser, hay cosas que parece que hacen que otras personas son felices, con lo cual tiene sentido quererlo para nosotros también.
Con la gran influencia que han supuesto los mass media, sobre todo las redes sociales en los últimos años, un fenómeno social como lo es el deseo mimético ha ido cobrando cada vez más fuerza. Las personas anhelan aquello que ven en los medios, aquello que hace que los famosos parezcan personas exitosas.
En este artículo vamos a hablar sobre este curioso concepto que, si bien debe haber existido a lo largo de toda la historia, no ha sido hasta hace relativamente poco que ha sido bautizado como deseo mimético. Profundicemos un poco sobre ello.
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¿Qué es el deseo mimético?
Definir el deseo mimético no es sencillo, a pesar de que nadie se escapa de su embrujo. Podemos decir que se trata de un deseo social basado, básicamente, en querer lo mismo que los demás, fruto de la envidia y de la idea de que si hay algo que parece que hace felices a otras personas ¿por qué no nos iba hacer felices a nosotros? Es inevitable anhelar las cosas que los demás tienen.
Este deseo debe haber estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, pero se ha ido intensificando de manera exponencial en las sociedades consumistas. El capitalismo, apoyado de los medios de comunicación, han despertado necesidades innecesarias en las personas, quienes bombardeadas con todo tipo de anuncios y publicidad en películas, series y, más actualmente, en las redes sociales ven productos y servicios que desearían tener. No los necesitamos, pero los mass media se aseguran de que pensemos justo lo contrario.
El deseo mimético ya se empieza a manifestar en la infancia, algo que se puede observar en los bebés. Pensemos en uno de ellos, rodeado de muchos juguetes pero que no les hace caso porque está demasiado ocupado jugueteando con su chupete. De repente, viene su hermanito mayor quien quiere jugar con un coche de juguete que estaba por ahí. El bebé, al ver a su hermanito, empieza a montar un berrinche porque ahora quiere jugar con ese coche al que hasta hacía unos pocos segundos no le estaba prestando nada de atención.
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El origen del concepto
Si bien el deseo mimético ha existido a lo largo de toda la historia de la humanidad, fue el filósofo René Girard quien acuñó el término durante la década de 1970. Originalmente lo concibió analizando grandes obras de la literatura universal, viendo un patrón común. Algunos ejemplos que el propio Girard analizó fueron “Don Quijote” de Miguel de Cervantes, “Madame Bovary” de Gustave Flaubert, “Rojo y Negro” de Stendhal, “A la búsqueda del tiempo perdido” de Marcel Proust y algunas obras de Dostoievsky.
El protagonista de muchas de esas obras ansiaba ser lo que otros grandes personajes habían sido, sintiendo gran malestar por no haberlo conseguido. Eran historias que reflejaban como en el interior de los personajes se despertaba un deseo que no era genuino, sino ser igual que su ídolo. Esa figura tan recurrente en la literatura universal fue lo que hizo que René Girard planteara la idea del deseo mimético, muy aplicable a las personas de carne y hueso y que se articula no solo en el mundo de la publicidad y los medios de masas, sino también en el deseo sexual, los negocios o la estética.
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Ejemplos del deseo mimético
Las redes sociales alimentan el deseo mimético. Nos hacen ver cosas a diario, objetos y servicios que no necesitamos pero que por el simple hecho de verlo en los grandes medios nos despiertan el interés. Es este deseo el que hace que todos nos acabemos imitando los unos a los otros, convirtiéndonos en una sociedad homogénea. Sentimos que si no tenemos lo mismo que los demás no valemos, que no encajamos, con lo cual se puede comprender que el deseo mimético puede ser fuente de malestar.
Con o sin redes sociales, este deseo mimético contribuye a que se formen modas. Por ejemplo, todo aquel cuya infancia haya transcurrido en lso años 2000 se acordará de que en esa época se pusieron de moda unas pulseritas de silicona de colores con frases grabadas. Pese a que estas pulseras eran en opinión de muchos simplonas, feas y horteras, todo niño y niña que no tuviera una era visto como un bicho raro. Por este motivo muchos caían en la presión social y se gastaban su paga semanal comparándolas.
Otro ejemplo más reciente es el caso de los spinners, una moda que salpicó hasta a los adultos. Hoy en día se siguen vendiendo, pero fue hace 5 o 6 años cuando todo el mundo estaba loco con estos juguetitos que a día de hoy no se sabe muy bien para qué servían. Algunos decían que servían para relajarse, otros que ayudaba a los niños a concentrarse. De lo único para lo que parecía que servían era sacarle los cuartos a la gente con la excusa de que quien no tuviera, él se lo perdía.
Estos son solo dos de los tantísimos ejemplos que podríamos dar que servirían para evidenciar el efecto de este fenómeno sociopsicológico. El deseo mimético articula todas las modas, explica nuestras motivaciones más básicas, define la rivalidad comercial y, lamentablemente, también está detrás de la aparición y cronificación de ciertos trastornos psicológicos, como por ejemplo los de la conducta alimentaria.
De hecho, el propio René Girard habla de la relación de un TCA con el deseo mimético en su libro “La anorexia y el deseo mimético” (2009). En esta publicación habla de cómo el canon de belleza ha ejercido una verdadera tiranía, haciendo que muchas mujeres deseen ansiosamente tener un cuerpo extremadamente delgado, similar al de supermodelos y otras famosas.
También ocurre con los hombres quienes, deseosos de tener el cuerpo de actores, influencers y figuras públicas como Jason Momoa o Chris Evans acaban desarrollando un trastorno de la imagen como lo es la vigorexia. No es de extrañar pues, aumentado con las redes sociales, parece que tener un cuerpo bien esculpido es sinónimo de felicidad, riqueza y sexappeal ilimitados.
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Deseo mimético, supervivencia y malestar psicológico
Se cree que este deseo por tener lo que los demás tienen tendría una explicación evolutiva e implicada en la supervivencia. Esta cuestión ha sido abordada por Luker Burgis en su libro “Wanting: The Power of Mimetic Desire in Everyday Life”. A lo largo de la evolución las personas hemos imitado las conductas de los demás creyendo que, si eso les ha servido para sobrevivir, a nosotros también nos debería funcionar.
Pensemos en los humanos prehistóricos. Si un grupo de nuestros ancestros desarrollaba una nueva técnica de caza o cultivo y les funcionaba para combatir el hambre, es lógico pensar que los demás quisieran imitarlos. Esto haría que los avances de un grupo humano acabaran expandiéndose a los demás, haciendo que la humanidad fuera progresando conjuntamente.
En la actualidad, el deseo mimético ya no parece cumplir con este papel. Lejos de servirnos para adquirir algo beneficioso que hacen los demás, este deseo de querer tener lo que otros tienen puede sumirnos en un intensa rivalidad. Nos puede provocar una envidia malsana, desenado tener lo que nuestros ídolos tienen e, incluso, desear perjudicar a quienes tienen más que nosotros. Si bien intentamos parecernos más a los que tienen cosas que creemos positivas, si no podemos conseguirlas puede que nos empeñemos en intentar hacer que los que lo tienen lo pierdan.
Y si no son objetos, acabamos deseando los cuerpos esculpidos de deportistas o las vidas de personajes famosos. Queremos lo que los demás tienen, queremos ser como ellos hasta en el modo de vestir y de ser. Esta es también una de las razones por las que ciertos retos sin sentido (p. ej., comer jabón lavavajillas) se hacen virales. El deseo mimético motiva todo tipo de conducta social a gran escala, por muy estúpida que pueda llegar a parecer.
Es por este motivo que el deseo mimético puede encerrar gran sufrimiento, especialmente a nivel psicológico. Querer imitar a los demás sin ser consciente de que no se puede ser igual y que cada uno tiene sus fortalezas y debilidades, que nunca llegará a ser exactamente como ningún otro, provoca malestar porque se hace todo los esfuerzos posibles y no se obtienen resultados.
Solo cuando nos demos cuenta de que no hay nadie igual, que cada uno es como es y tendrá sus propios éxitos y fracasos, nos sentiremos un poco más libres al permitirnos ser nosotros mismos. La obsesión por ser como los demás solo nos traerá malestar e insatisfacción. La felicidad no se encuentra en los demás, se encuentra en uno mismo, que tiene todo o más de lo necesario para alcanzarla.