Los seres humanos, al igual que los animales, somos seres sintientes y sufrientes, esto quiere decir que tenemos conocimiento de las cosas y experimentamos dolor y sufrimiento. Sin embargo, la capacidad de reconocer las distintas emociones y sentimientos en los demás y compartirlos parece ser una emoción más propia de los humanos, aunque muchos estudios apoyan que todos los mamíferos muestran ciertas manifestaciones de empatía.
La diferencia quizás respecto a la capacidad de empatía reside entre seres humanos y animales en el grado en el que esta se manifiesta. Muchas personas se implican excesivamente en los problemas y el dolor de los demás, incluso pueden llegar a identificarse con él y sentirlo como propio, creando una interacción que lejos de ser sana se convierte en deficiente, ya que, por una parte, no conseguimos aliviar al otro y por otro, también sufrimos nosotros mismos.
La ecpatía se define en muchas ocasiones como lo contrario de la empatía, pero lejos de ser una condición egoísta o propia de psicópatas o personas frías. Esta función mental, según muchos especialistas, puede contrarrestar una empatía excesiva y permitirnos conseguir un equilibrio en las interacciones sociales difíciles de sobrellevar y ayudarnos a ofrecer un apoyo a la persona que sufre o vive una situación traumática.
Por lo tanto, la ecpatía sería la capacidad que nos ayudaría a conseguir una empatía más saludable. Pero, ¿Qué implica realmente esta capacidad tan poco conocida? y ¿Cómo es capaz de regular el exceso de identificación con el otro y establecer una frontera entre uno mismo y los demás?. En este artículo vamos a hablar en profundidad de la ecpatía y sus principales funciones.
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¿Qué es la ecpatía?
La ecpatía es un nuevo concepto, que sería complementario a la empatía. A través de la ecpatía somos capaces de establecer una frontera entre nuestros sentimientos y los de los demás. Es decir, la ecpatía es la capacidad que nos permite no identificarnos en demasía con el sufrimiento del otro.
La palabra ecpatía fue propuesta en 2005, por el doctor en Psiquiatría José Luis González. Por lo tanto, es un término relativamente nuevo en comparación con la empatía, cuyo origen se remonta a principios del siglo XX, concretamente a 1904, donde se recoge por primera vez en un diccionario de la lengua inglesa.
Para facilitar la comprensión de este término, José Luis González la define en un momento del artículo donde se hace por primera vez referencia a esta condición, como lo contrario de la empatía, siendo la ecpatía “un proceso mental voluntario de percepción y exclusión de sentimientos, actitudes, pensamientos y motivaciones inducidas por otro”.
La empatía es la capacidad o función mental que nos permite tener en cuenta el otro y percibir, entender y compartir sus sentimientos. Como su propia etimología indica, nos permite conectar con el otro “sentir dentro” al contrario de la “ek-patheia” que significa “sacar afuera” permitiéndonos modular el sentimiento que nos puede producir ver a alguien sufriendo. Es en esta capacidad de modulación donde reside la importancia de la ecpatía, su definición como contraria a la empatía es solo una facilitación para su comprensión. Se puede ser ecpático y empático al mismo tiempo, es más, es necesario. Como decía Aristóteles, “la virtud está en el punto medio”.
Por lo tanto, la capacidad ecpática nada tiene que ver con mostrarse antipáticos o fríos antes los demás, al contrario, una buena regulación entre ecpatía y empatía nos permite ofrecer la respuesta adecuada y el apoyo necesarios a la persona que necesita consuelo. E impide que sé de una respuesta emocional desmesurada ante el sufrimiento ajeno, permitiéndonos, por una parte, guardar la serenidad necesaria y el equilibrio interior y por otra nos hace ser realmente empáticos al poner por encima nuestro el sufrimiento del otro en la situación que este le pertenece.
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¿Cuáles son las funciones de la ecpatía?
La ecpatía parecía ser un mecanismo que tiene varias funciones, pero principalmente podría dividirse en dos categorías principales. Una primera categoría en la que la ecpatía nos serviría para protegernos de los demás y de posibles manipulaciones a las que se nos somete y, por otra parte, nos permitiría dar una respuesta realmente adecuada a las emociones del otro.
Ecpatía y manipulación
Existen una serie de patologías, por ejemplo, el narcisismo, donde la manipulación tanto directa como indirecta es el arma fundamental de la persona. A través de la culpa o generando otro tipo de emociones negativas, las personas narcisistas son capaces de someter a los demás en su propio beneficio. Esto pueden hacerlo presentándose muchas veces como la víctima de la historia, cuando se les recrimina algún comportamiento inadecuado o desagradable.
En este caso, la ecpatía juega un papel importante, ya que nos permite separarnos del “sufrimiento del otro” y ver la realidad de las cosas y entender que se trata de una manipulación. Normalmente, los narcisistas buscan a personas especialmente empáticas para establecer relaciones íntimas. Como vemos, el hecho de identificarse con el sufrimiento ajeno puede ser francamente perjudicial en algún tipo de relaciones.
La ecpatía también puede actuar como mecanismo de defensa frente al cine, las series, los programas… o en definitiva frente a todo relato que busque el contagio emocional como forma de conseguir audiencia o incluso otros fines, como dinero a través del voto o los mensajes telefónicos que promueven algunos concursos, donde para salvar al participante hay que mandar un mensaje que tiene un coste, por cierto, bastante más elevado de lo normal.
La capacidad de poder separar las vivencias ajenas de las propias es fundamental para no caer en las redes de este tipo de programas. Hay que remarcar que no solo el mundo del cine, también el marketing y las campañas políticas hacen uso del contagio emocional para incitar a comprar o para conseguir el voto, y nos hacen tomar decisiones más sentimentales en lugares donde quizás debería primar la razón sobre el corazón o el impulso.
En su papel como mecanismo regulador de la empatía, la ecpatía puede protegernos de sufrir cierto tipo de condiciones que podrían derivar en trastornos emocionales más graves. Por ejemplo, existen personas que tienen mucha empatía, entre otras condiciones, y suelen anteponer sus necesidades a las de los demás. La ecpatía sería la encargada de decirnos y permitirnos tener tiempo para nosotros mismos y nuestras aficiones sin por ellos sentirnos culpables, vendría de una manera a compensar este tipo de comportamientos que de vez en cuando no son malos, pero pueden convertirse en patológicos si la persona se olvida de ella misma, por lo que puede llegar a desarrollar algún tipo de dependencia.
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Ecpatía y empatía
Ya hemos nombrado varias veces a lo largo del artículo el riesgo que presenta la empatía, puede hacer que a veces nos identifiquemos demasiado con el sentimiento ajeno. Esto deriva en dos comportamientos insanos que pueden darse a la vez, uno es olvidarnos de nosotros mismos para atender al otro, y el segundo es que influye en nuestra capacidad de dar una respuesta adecuada a la persona que necesita ser atendida o busca consuelo, ya que faltamos de perspectiva al estar emocionalmente afectados por el suceso.
Simplificando en cuanto a sus diferencias, la ecpatía y empatía se diferencian principalmente en cuanto al plano en el que interactúan; si la empatía nos permite situarnos en el mismo plano que los demás, podemos percibir y entender sus emociones porque somos capaces de compartirlas. La ecpatía nos permite salirnos de ese plano y situarnos en un lugar diferente desde donde podemos estar tranquilos y centrados para dar una respuesta adecuada al sufrimiento ajeno.
La ecpatía no viene a quitarnos la capacidad empática, sino que nos permite salirnos de esa identificación excesiva, donde no somos capaces de vivir y compartir los sentimientos y emociones de forma equilibrada. Evita que emociones negativas como el dolor, el miedo, o el sufrimiento se apoderen de nosotros y nos permite dar una respuesta de apoyo en las interacciones que lo necesitan o identificar una situación de manipulación como lo que es, y no quedarnos estancados en el sufrimiento ajeno.
Cabe preguntarse que al igual que sin sufrimiento no habría capacidad de alegría, si sin ecpatía podría darse realmente una verdadera empatía. Aunque estas funciones mentales no sean sentimientos como los primeros, podemos hacer una especie de paralelismo en su forma de influenciarse el uno al otro. Es verdad que si no conocemos el sufrimiento verdadero o si no vivimos situaciones realmente adversas a lo largo de nuestra vida, no seríamos capaces de estar alegres, ya que cualquier contratiempo nos parecería insoportable. Por lo tanto, la situación adversa permite la alegría más que ser un contrario. Parece que en cierta manera la ecpatía, al igual que la tristeza, también permite la respuesta empática, puesto que sin esta la empatía solo sería nuestro propio sufrimiento, serían solo los sentimientos de los demás transferidos a nosotros mismos, al reaccionar de una manera demasiado empática, estaríamos quitándole parte de su sufrimiento o protagonismo a la persona que realmente lo tiene.
Por tanto, la capacidad de comprender los sentimientos ajenos y ser realmente empáticos estarían directamente relacionados con nuestra capacidad ecpática. La ecpatía nos permite respetar y comprender la realidad emocional del otro como diferente de la nuestra. Esto que parece algo básico, lógicamente el sufrimiento del otro no es el mío, se da muchas veces entre personas cercanas, por ejemplo, en las relaciones de filiación (entre padres e hijos). Cuántas veces evitamos mostrarnos vulnerables o no mostramos dolor en casa o en un evento familiar, por miedo a que nuestros progenitores también sufran, este comportamiento también se da en el otro sentido de padres a hijos. Esta delimitación de la capacidad empática, más que acercarnos a lo demás, lo que hace es separarnos y desconectarnos.
Aparte de comprender la realidad emocional, el otro como distinta de la nuestra, también podemos trabajar la capacidad ecpática desarrollando otras estrategias como el conocimiento de nosotros mismos y siendo conscientes de nuestras propias limitaciones o vulnerabilidades, y sobre todo al ser capaces de devolver los sentimientos al otro y entender que solo así podremos ayudarle mejor.