El efecto Pigmalión es un concepto importante en el ámbito de la Psicología. Veamos una serie de ideas clave fundamentales para entenderlo.
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Origen del efecto
Según la mitología griega, el rey Pigmalión no era capaz de encontrar a la mujer perfecta. Por ello, se empeñó en moldear la escultura de una bella joven a la que llamó Galatea y de la cual se enamoró.
Los dioses le concedieron el deseo de convertir esa estatua en realidad con un beso del monarca. La forma en la que Pigmalión admiraba a Galatea convirtió a ésta en una mujer convencida de su grandeza.
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Experimento Rosenthal y el valor de las expectativas
En 1966 los psicólogos Robert Rosenthal y Lenore Jacobson se propusieron ejecutar un experimento en la escuela que por aquel entonces dirigía Lenore (California, USA).
El estudio en cuestión quería poner de manifiesto si el sistema de creencias del profesorado respecto a sus alumnos podría ejercer un cambio en los resultados de las evaluaciones de los chicos.
Para ello, se les pasó un supuesto test de inteligencia de la prestigiosa universidad de Harvard, que en realidad no medía tal aspecto, pero así se le hizo creer al profesorado del centro.
Al finalizar el curso los niños con altas valoraciones en dicho test obtuvieron mejores resultados académicos en relación al resto de alumnos.
La conclusión a la que llegaron los investigadores fue que las expectativas que tenían los docentes habían influido en su forma de tratar, educar y evaluar a los alumnos.
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La importancia y el impacto de las palabras
Como padres tenemos una gran responsabilidad en cómo moldeamos la autoestima y ciertos aspectos de la personalidad de nuestros hijos.
Con el paso de los años se ha ido dando mayor peso al sistema de creencias y las interacciones sociales de nuestro entorno versus al determinismo biológico para explicar cómo una persona es como es.
Es por ello que debemos potenciar las habilidades y los hechos destacados de nuestros hijos y motivarlos cuando hacen algo que puede ser mejorado.
Nuestra obligación moral es darles el apoyo y sustento que necesitan para que puedan confiar en ellos mismos, liberándose del miedo al fracaso. Si queremos que al alcanzar la edad adulta posean una voz interior, fuerte y positiva, el primer paso es que la voz de sus padres sea alentadora y no culpabilizadora.
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La profecía que se autocumple
Hace unos años, una famosa marca de refrescos y bebidas isotónicas lanzó una campaña con enorme éxito social.
En ella trataba de explicar, de un modo brillante, que si a un niño le dices que no vale para nada o que se va a caer, ese niño se acabará cayendo. Por el contrario, si le animas, le expresas tu confianza en él y le haces saber que si se cae tú le ayudarás a levantarse, su conducta cambiará radicalmente.
Como diría la gran psiquiatra Marian Rojas Estapé, la grabadora de la infancia influye notablemente en las personas adultas. Si en esa grabadora, que ejerce mucha influencia en los primeros años de nuestras vidas, hemos introducido continuas afirmaciones de descrédito, la autoestima se verá mermada y eso le hará creer a la persona que no es capaz de conseguir lo que otros sí pueden.
Es lo que se denomina el efecto Golem, siendo éste una figura incompleta y llena de sombras interiores. Si, por el contrario, su grabadora está repleta de mensajes positivos, su desempeño y su autoestima se verán condicionados positivamente, convirtiéndose en el fenómeno Galatea, a la cual ya nos hemos referido al inicio del artículo.
A modo de ejemplo, si el lector es padre como yo, se verá reflejado automáticamente. Si a tu hijo le dices: “se te cae todo, no cojas eso que lo vas a tirar...” lo más probable es que lo acabe tirando. A lo largo de mi experiencia me he encontrado a personas que recordaban esos pequeños detalles como algo traumático y han condicionado su comportamiento en la vida cumpliendo la profecía que se les repitió de pequeños.
Hagamos que las profecías que generamos en nuestros hijos sean positivas y cambiaremos no sólo nuestras creencias sobre sus capacidades, sino las suyas propias. Sólo de esa manera construiremos unos andamios fuertes y sólidos en su interior que les harán ser más seguros de ellos mismos cuando nosotros ya no estemos para ayudarles.