La mayoría de la población mundial vive en ciudades, entornos para los que el ser humano no está naturalmente preparado. Cierto que llevamos siglos viviendo en ellas, pero el tiempo que ha pasado nuestra especie viviendo en la naturaleza es muy superior. Nuestra naturaleza es animal, y como animales queremos seguir viviendo en la naturaleza.
La relación entre el estrés y la forma en cómo están configuradas las ciudades era un aspecto que se había estudiado poco hasta que un arquitecto de nombre Roger Ulrich se preguntó sobre el efecto que ejercían los elementos naturales sobre la salud.
La teoría de recuperación del estrés de Ulrich es una perspectiva que nos habla de la importancia de incluir elementos verdes en espacios urbanos y, también, cómo introduciéndolos en contextos de recuperación como hospitales o prisiones puede contribuir a la salud mental de los internados. Veamos con más detalle de qué se trata.
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El impacto de la densidad poblacional en el estrés
En la actualidad, más del 50% de la población mundial vive en ciudades, y se prevé que para el año 2050 ese porcentaje llegue al 70%. Muchas investigaciones han revelado que la vida urbana se asocia con un incremento en el riesgo de padecer trastornos mentales en comparación con áreas rurales, habiendo cerca de un 40% más de posibilidades de padecer depresión, el doble de riesgo de esquizofrenia, un mayor riesgo de trastornos de ansiedad, estrés y aislamiento.
La razón de esto es que en ciudades grandes como Nueva York, Tokio o Londres, es poco común encontrarse en un estado de descanso físico y psicológico. Al contrario, lo normal en las urbes es encontrarse inmerso en entornos llenos de estímulos en forma de información y señales: ruidos, multitudes, tráfico, olores, luces… Todo esto, combinado con la contaminación, los desplazamientos y la percepción de inseguridad son factores estresantes que provocan situaciones de estrés crónico, con un considerable efecto sobre nuestra salud y bienestar.
La teoría de recuperación del estrés o de la reducción del estrés (Stress Reduction Theory) es una perspectiva planteada por el profesor de arquitectura paisajística y urbanismo Roger Ulrich en el año 1983. Puede parecer curioso saber que una de las teorías más interesantes sobre el estrés, un fenómeno psicológico, fuera planteada por un arquitecto pero, habiendo comprendido cómo las ciudades y la forma en cómo están organizadas afectan sobre nuestro estado anímico, tiene su sentido.
Roger Ulrich planteó su teoría interesado por un tema que hasta la fecha no había sido demasiado profundizado: la relación entre el espacio físico y la salud. Tras haber realizado varias investigaciones al respecto, Ulrich propuso esta teoría, la cual señala que el estrés se encuentra muy relacionado con los espacios físicos. Basó esta teoría en los hallazgos en neurobiología de su tiempo, lo que se conocía sobre la evolución y las hipótesis sobre cómo habían vivido los humanos prehistóricos.
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¿Qué es la Teoría de recuperación del estrés de Ulrich?
En su teoría, Roger Ulrich señala que, a lo largo de la historia de la especie humana y mediante la selección natural, nuestra especie ha evolucionado para manifestar respuestas fisiológicas y psicológicas frente a determinados estímulos del ambiente. Estas respuestas son involuntarias y automáticas, y antaño nos sirvieron para adaptarnos al entorno. Si el estímulo captado era percibido como amenazante, las respuestas fisiológicas de nuestro organismo que se producían iban orientadas a llevar a cabo dos respuestas: lucha o huida.
Son varias las respuestas fisiológicas que se dan cuando estamos ante un estímulo percibido como amenazante: aumenta el ritmo cardíaco, se acelera la respiración, se inhibe la digestión y el hígado libera glucosa, entre otras respuestas. Todas estas acciones se orientan a que nuestros músculos tengan suficiente energía para poder llevar a cabo una conducta de lucha o huida, y poder manejar lo mejor posible la amenaza percibida. Estas son respuestas fisiológicas consolidadas, activadas de forma automática para aprovechar al máximo el tiempo y no perder ni un solo segundo en una situación de supervivencia.
Esto que acabamos de ver constituye el núcleo del estrés y antes, cuando el ser humano era un animal salvaje, le solía servir. Estas respuestas se activaban ante amenazas concretas del entorno, que verdaderamente ponían en riesgo la vida del individuo. No obstante, tras miles y miles de años de cambios en nuestra forma de vivir, lo que hoy en día percibimos como amenazante realmente no tiene por qué serlo.
Hay ciertos estímulos que objetivamente no deberían provocarnos estrés, en tanto que no son amenazantes, pero así los percibimos y nos provocan todo el malestar fisiológico asociado al estrés que hemos comentado antes. De hecho, el estrés se activa con bastante frecuencia en las grandes ciudades, lugares en donde es difícil que nos enfrentemos a los mismos estímulos amenazantes que nuestros antepasados prehistóricos debieron hacer en su vida. A largo plazo, esto daña la salud.
Los entornos naturales contribuyen a reducir el estrés, tal y como indica la teoría de recuperación del estrés de Ulrich. La naturaleza contribuye a que sintamos emociones positivas, manejemos mejor nuestra tensión emocional e, incluso, se mejoren ciertos aspectos en lo cognitivo y lo físico. Observar entornos con elementos naturales como arbustos, hierba, flores, fuentes, cascadas y ríos contribuye a sentir emociones positivas y sentimientos de interés, placer y calma.
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Su relación con la teoría evolutiva
Si bien ya lo hemos ido introduciendo en el apartado anterior, hagamos un viaje al pasado para comprender mejor la teoría de recuperación del estrés de Ulrich. El ser humano prehistórico estaba amenazado por animales peligrosos con mucha más fuerza y habilidades. Por fortuna, los humanos primitivos contaban con inteligencia, la suficiente como para poder ingeniárselas para huir de las bestias feroces. Pero esta herramienta, aunque poderosa, debía estar en las mejores condiciones para dar lugar a ideas ingeniosas. En caso de ser alterada, era necesario recuperar la calma lo antes posible.
Imaginémonos la siguiente situación, que se cree que debía ser común: Un ser humano corre despavorido, huyendo de un jabalí que lo quiere partir en dos. El humano ve un árbol y decide trepar por él, escondiéndose en su copa. Ese árbol no solo era refugio, sino también permitía al humano divisar el entorno, comprobar si el animal se había ido y, si no, al menos tenía un lugar a salvo donde calmarse y pensar qué hacer para poder escapar más eficientemente de la situación.
Pese a que han pasado muchos años, los seres humanos modernos seguimos estando programados para enfrentarnos y huir de grandes animales. Nuestra apariencia habrá cambiado, vistiendo más ropa y viviendo en edificios, pero no nuestro interior. Los seres humanos seguimos teniendo un sistema nervioso autónomo. Este sistema cuenta con el sistema nervioso simpático, que se activa para ponernos en alerta y desencadenar la respuesta de estrés; y con el parasimpático, que se encarga de trabajar para que el cuerpo y el cerebro vuelvan al estado de activación basal, a la calma.
Mediante sus investigaciones, Ulrich averiguó que hay diversos estímulos que impactan a ese sistema parasimpático para que se active, entre ellos estímulos naturales como la vegetación y el agua. Son estos estímulos lo que seguramente veían nuestros antepasados más primitivos cuando huían de sus depredadores trepando a un árbol o cruzando un río que el animal peligroso no era capaz de atravesar.
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La apertura espacial
Un aspecto clave de su investigación y que ayudaría a la elaboración de la teoría de recuperación del estrés es que Roger Ulrich encontró que los espacios cerrados, sin salida o con una salida difícil de localizar son potencialmente estresantes. Una explicación de esto sería que generan la sensación de que no es fácil huir de ahí, y lejos de verse como un refugio se perciben como una prisión, generando la sensación de encarcelamiento. En estos casos el sistema que se ve estimulado es el simpático, el de la alerta y la amenaza, incrementándose el nerviosismo en vez de reducirlo.
De esto podemos extraer la conclusión de que son los espacios abiertos los más adecuados cuando se experimenta estrés, siendo justo lo contrario a la sensación de encarcelamiento lo que nos van a ofrecer. Los primeros seres humanos encontraron en las sabanas africanas su hábitat ideal, siendo esos lugares los que mayores posibilidades de supervivencia les ofrecían porque les ofrecía tres aspectos fundamentales para sobrevivir: vegetación, agua y horizonte. Sería ese el escenario idóneo para la vida humana.
Y esto parece que no ha cambiado a pesar de haber pasado varios siglos. El ser humano actual se siente más cómodo y seguro cuando se encuentra en un espacio abierto, tiene agua cerca y ve vegetación. Pese a nuestra cada vez más complejas estructuras sociales, asentadas en las grandes urbes, los humanos seguimos sintiéndonos como parte de la naturaleza y dependemos de ella, siendo ese tipo de espacios naturales los que nos devuelven a esos instintos básicos evolutivos que no se han ido.
Lo que la teoría de la recuperación del estrés de Ulrich señala es que, cuando se siente estrés, lo ideal es encontrarse en un entorno lo más cercano a lo que vivían nuestros ancestros, lo más parecido a la sabana con vegetación y agua. Estando en un espacio así nuestro organismo empezará a sentir menos estrés, activándose el sistema parasimpático y reduciendo la actividad del simpático, devolviéndonos a la calma y la serenidad. Y con esa calma y serenidad podremos pensar con más claridad.
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Confirmación empírica de esta teoría
Si bien la teoría de recuperación del estrés planteada por Roger Ulrich es relativamente reciente, la sospecha de que lo natural tiene un efecto restaurador y terapéutico en el alivio de la tensión emocional es algo bastante antiguo. De hecho, ya en la Antigua Roma la gente ya era consciente de que estar en contacto con la naturaleza podía ser beneficioso a la hora de manejar molestias causadas por el ruido y el agobio de las multitudes urbanas.
La teoría de Ulrich ha recibido apoyo de múltiples estudios empíricos llevados a cabo en todo tipo de situaciones: hospitales, prisiones, comunidades residenciales, oficinas e, incluso, escuelas. En la mayoría de ellas se ha demostrado que hay beneficios en estar expuesto a la naturaleza, aunque sea por lapsos de tiempo breves o en forma de elementos naturales aislados como una planta o una fuente de jardín.
La exposición a los elementos naturales se relacionan con una menor presión arterial, niveles de cortisol reducidos, menor sudoración, menos tensión muscular… todos ellos signos asociados con que hay cambios en el sistema nervioso parasimpático, activándose de forma más adaptativa. También se identificaron efectos psicológicos positivos como un mejor estado de humor, niveles de ansiedad más bajos y más sentimientos de confort y relajación.
Lo que se extrae de todo esto es que si se quiere tener un mejor estado de salud y vivir mejor es fundamental introducir elementos naturales en el hogar, la oficina, la escuela o cualquier otro entorno significativo en nuestras vidas. Si bien lo ideal sería vivir en plena naturaleza, lo cierto es que el ser humano moderno no dispone fácilmente de esa opción pero sí que la puede traer a las grandes ciudades. Es por este motivo que en los últimos años las urbes han ido habilitando más espacios verdes, poniendo jardines horizontales o abriendo nuevos parques. A más naturaleza, menos estrés.