El cortisol es una molécula esencial para la vida. Producida por las glándulas suprarrenales, su función principal es ayudar al organismo a responder al estrés, regular el metabolismo, controlar los niveles de azúcar en sangre y modular la inflamación.
En condiciones normales, los niveles de cortisol fluctúan a lo largo del día: alcanzan su punto máximo por la mañana para darnos energía y van disminuyendo gradualmente hasta la noche, facilitando el descanso.
Sin embargo, cuando el cuerpo y la mente se enfrentan a situaciones de estrés sostenido (problemas laborales, conflictos emocionales, duelos o incluso una carga constante de preocupación) el cortisol puede dejar de comportarse como un aliado. En lugar de ayudarnos a adaptarnos, se convierte en una fuente de desequilibrio que afecta tanto al cuerpo como a la mente. Y cuando esto ocurre, una desregulación en los niveles de cortisol es perfectamente capaz de causar problemas de salud mental que nos manden directos al psicólogo. Veamos por qué ocurre esto.
El estrés crónico y el desequilibrio del eje HPA
El eje hipotálamo-hipófiso-adrenal (HPA) es el sistema encargado de regular la liberación de cortisol. Cuando percibimos una amenaza, real o únicamente imaginada, este eje se activa y desencadena una cascada hormonal que prepara al organismo para la acción: aumenta la presión arterial, acelera la respiración y libera glucosa para alimentar los músculos.
El problema surge cuando este mecanismo de emergencia se mantiene encendido durante semanas o meses. El eje HPA deja de funcionar correctamente, y los niveles de cortisol permanecen elevados incluso cuando el peligro ya no existe. Este estado de alerta crónica se conoce como estrés sostenido o estrés crónico, y tiene un impacto profundo en el bienestar psicológico y físico.
Los estudios en neurociencias han demostrado que el exceso de cortisol altera regiones cerebrales clave, como el hipocampo, la amígdala y la corteza prefrontal. Estas estructuras participan en la memoria, la regulación emocional y la toma de decisiones, lo que explica por qué las personas con estrés prolongado tienden a presentar dificultades para concentrarse, mayor irritabilidad, sensación de fatiga mental o incluso pérdida de motivación.
Cuando el cortisol empieza a afectar tu salud mental
El exceso de cortisol puede manifestarse de formas muy diversas. A nivel emocional, puede generar ansiedad, inquietud, pensamientos obsesivos o sensación de estar “siempre en alerta”. A nivel físico, provoca insomnio, tensión muscular, problemas digestivos, aumento de peso, caída del cabello o disminución del deseo sexual.
En muchas ocasiones, estos síntomas se interpretan como problemas independientes, pero en realidad tienen un denominador común: un sistema nervioso sobrecargado. La mente intenta adaptarse a una situación que percibe como peligrosa, mientras el cuerpo responde con una sobreproducción de cortisol que termina agotando los recursos de ambos.
Con el tiempo, este patrón puede dar lugar a cuadros más complejos, como la depresión, los trastornos de ansiedad generalizada o el síndrome de burnout. Las personas sienten que no pueden “desconectar”, que el descanso no les resulta reparador o que su cuerpo y su mente funcionan en piloto automático. Llegados a ese punto, buscar ayuda psicoterapéutica deja de ser una opción y se convierte en una necesidad.
Cómo la psicoterapia puede ayudarte a regular el cortisol
La psicoterapia ofrece herramientas eficaces para restaurar el equilibrio entre cuerpo y mente. Cuando el sistema de estrés está desregulado, no basta con intentar “relajarse” o dormir más: es necesario comprender qué factores internos y externos mantienen activo ese estado de alerta.
Desde la Terapia Cognitivo-Conductual (TCC), por ejemplo, se trabaja en identificar los pensamientos y creencias que disparan las respuestas de estrés, sustituyéndolos por interpretaciones más realistas y saludables. Las Terapias de Tercera Generación, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) o el Mindfulness, enseñan a observar las emociones sin dejarse arrastrar por ellas, favoreciendo la regulación del sistema nervioso.
El objetivo no es eliminar el estrés, sino recuperar la capacidad de adaptarse a él sin que se vuelva destructivo.
En muchos casos, el acompañamiento psicoterapéutico permite también modificar hábitos que influyen directamente en los niveles de cortisol: mejorar la calidad del sueño, establecer límites laborales, fortalecer vínculos sociales o incorporar prácticas como la respiración consciente, la actividad física moderada o la meditación diaria.
La trampa del “rendimiento constante”
Vivimos en una cultura que glorifica la productividad, la multitarea y la disponibilidad permanente. Las redes sociales y los entornos laborales hipercompetitivos refuerzan la idea de que descansar o desconectar es perder el tiempo. Este modelo de vida, sin embargo, es incompatible con el equilibrio del eje del estrés.
Cuando la mente interioriza que debe rendir al máximo en todo momento, el cuerpo responde con una activación sostenida del sistema simpático y una producción continua de cortisol. La consecuencia es un organismo en permanente estado de lucha o huida, incapaz de relajarse o disfrutar.
Aceptar que no somos máquinas y que el descanso forma parte del rendimiento saludable es un cambio de paradigma que muchas veces requiere apoyo terapéutico. En psicoterapia, aprender a regular el ritmo interno y redefinir las expectativas personales se convierte en una forma de autocuidado profundo.
Recuperar el equilibrio: una tarea posible
El cortisol, pese a su mala fama, no es el enemigo. Es una señal de que nuestro cuerpo intenta protegernos y adaptarse. El problema no es su presencia, sino su exceso o desregulación prolongada. Comprender esto es el primer paso para reconciliarse con las propias respuestas al estrés.
La psicoterapia puede convertirse en un espacio donde explorar no solo los síntomas, sino también las causas subyacentes del estrés: los miedos, las autoexigencias, las heridas emocionales o los estilos de vida que mantienen el cuerpo en alerta. A través del acompañamiento profesional, muchas personas logran restablecer la conexión con su cuerpo, recuperar el descanso, mejorar su concentración y reconquistar una sensación de calma que parecía perdida.
Aprender a escuchar al cortisol (en lugar de luchar contra él) es aprender a escuchar los mensajes del propio organismo. Cuando la mente y el cuerpo colaboran en lugar de competir, el estrés deja de ser un enemigo y se transforma en un maestro. Y en ese proceso, la psicoterapia puede ser el punto de inflexión que devuelva el equilibrio y la salud emocional a la vida cotidiana.


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