En una época en la que el aspecto físico parece importar cada vez más, no es de extrañar que muchas personas sufran y se obsesionen por motivos relacionados con la imagen que creen que le ofrecen al mundo. La edad es, en muchos casos, uno de los factores más relevantes en este tipo de preocupaciones.
En las siguientes líneas veremos en qué consisten los complejos por la edad, y varios consejos acerca de cómo hacerles frente.
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¿Qué son los complejos por la edad?
Los complejos por la propia edad pueden ser entendidos de muchas maneras, pero en el ámbito de la psicoterapia lo más habitual es considerar que consisten en un tipo de malestar e inseguridades asociadas a las creencias y las expectativas sobre lo que implica tener la edad que tenemos, al percibir que esta cada vez se aleja más del que suponemos que es el momento óptimo de nuestro recorrido vital.
A la práctica, en la mayoría de los casos las personas que experimentan esto consideran que ese “momento óptimo” es lo que solemos entender por juventud, y también asumen que esa es la fase de la vida mejor valorada (o quizás, incluso, la única positivamente valorada) por parte de los demás.
Ahora bien, tal y como ocurre en prácticamente todos los fenómenos psicológicos asociados a la autoestima, los complejos por la edad no tienen un origen innato ni en un proceso biológico de nuestro cerebro desencadenado por nuestros genes.
Es importante remarcar esto último, porque los complejos por la edad no son una forma de malestar que aparezca en nosotros inherentemente por el simple hecho de ir cumpliendo años. Aunque no nos demos cuenta, hay toda una serie de dinámicas sociales y culturales que favorecen la aparición de estos complejos y que nos ponen en situaciones en las que es fácil no sentirnos cómodos con nuestra edad a medida que nos alejamos de la adultez joven.
De no ser así, este fenómeno ocurriría en todas las culturas humanas, pero no es el caso. Y de hecho, el concepto de “juventud” también es, hasta cierto punto, muy móvil y con unos límites un tanto arbitrarios, o al menos socialmente consensuados.
Es por eso que en los complejos por la edad no se puede distinguir totalmente entre el modo en el que nos vemos a nosotros mismos al mirarnos en un espejo y lo que asumimos que los demás piensan al vernos, La toma de consciencia de elementos objetivos, como el tiempo que ha pasado desde que nacimos y el aspecto que tiene nuestro cuerpo, se mezcla con creencias e ideas sobre lo que implica socialmente tener esa edad y lucir de esa manera en el contexto en el que vivimos. Por suerte, eso también implica que modificando determinados esquemas mentales y contextos a los que nos exponemos, también podemos ser capaces de reforzar nuestra auto-aceptación.
¿Qué hacer para superar estas inseguridades?
La manera más eficaz de recomendable de superar los complejos por la edad es asistir a psicoterapia. Y en muchos casos, es la única manera de lograr avances significativos y una gestión adecuada de la autoestima que se mantenga en el tiempo de forma consistente, sobre todo en aquellas personas que sufren mucho por este motivo.
Sin embargo, hay varias ideas clave que pueden resultar útiles. Veamos cuáles son.
1. Acostúmbrate a cuestionar los estándares de lo considerado bello
Tal y como avancé antes, los complejos por la edad que tenemos casi siempre están mediados por lo que creemos que los demás piensan acerca de nosotros. Esto ocurre sobre todo en una sociedad como la nuestra, en la que se prima la juventud, o directamente la adolescencia.
Entramos así en una competición por lucir del mejor modo posible en la que incluso el hecho de mostrar desdén por el mundo de las apariencias puede ser leído como una “feature” personal, un rasgo que nos lleva a intentar jugar en la liga de los rebeldes y los inadaptados, nótese la paradoja.
Lo que ocurre es que esta fijación por lo estético ocurre sobre todo de puertas para adentro, es decir, en la mente individual de cada uno. Salvo en los casos extremos de personas que dan muy buena o muy mala imagen, en nuestro día a día tendemos a no prestar mucha atención a cómo lucen los demás.
Por eso, es bueno que te cuestiones las creencias en las que se basa esa idealización de la juventud y bases tus conclusiones en lo que experimentas en tu día a día. Por ejemplo: ¿te has planteado que en las últimas décadas los cánones de belleza se dirigen siempre hacia lo muy joven entre otras cosas porque hay muchas corporaciones compitiendo para ver quién pasa a representar mejor “lo nuevo” a ojos de los posibles compradores? Es un proceso que tiene poco o nada que ver con el disfrute estético, sino con el crear y mantener nichos de mercado.
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2. Revisa tus referentes
Es muy habitual que quienes sufren complejos por la edad no tengan referentes de su generación o mayores que uno mismo. De ese modo es fácil considerar que todo lo interesante que ocurre en la sociedad tiene lugar en las generaciones más jóvenes.
Esto lleva a que tengamos la sensación de que este ya no es “nuestro mundo”, algo totalmente dañino e irracional en el peor sentido de la palabra (sobre todo teniendo en cuenta lo comentado en el apartado anterior).
3. Acostúmbrate a detectar pensamientos problemáticos
Ahora que ya tienes una cierta práctica adoptando nuevos referentes, es momento de acostumbrarse a neutralizar a tiempo esas ideas que nos vienen muchas veces a la mente y desgastan nuestra autoestima sin otro fundamento que creencias disfuncionales. Para ello, lleva una pequeña libreta contigo y ve anotando en ella los pensamientos ligados a los complejos por la edad que te vayan viniendo la mente, incluyendo el lugar y la hora.
Un par de veces a la semana, repasa esas anotaciones, compáralas y busca elementos comunes entre esas ideas; eso hará más fácil reconocer por qué son fabricaciones creadas de manera artificial en combinación con tendencias sociales, presuposiciones y, en general, ideas que no son tuyas, por así decirlo.
4. Practica la auto-compasión
Muchos se sorprenden cuando descubren que, por regla general, el nivel de autoestima de las personas de la tercera edad se mantiene relativamente estable y no es claramente más bajo que el de, por ejemplo, los adolescentes. Esto ocurre entre otras cosas porque en estas edades es más habitual que suba el nivel de aceptación ante lo que solemos considerar imperfecciones. De hecho, la idea de envejecer acostumbra a producir más inseguridades que la vejez en sí misma.
Teniendo en cuenta eso, merece la pena apostar por la práctica de la auto-compasión, el principio por el que asumimos que no somos entidades perfectas, ni tenemos por qué destacar por encima de todos los demás en alguna característica positiva. Lo importante es mantenerse en marcha, no ligar nuestras metas a lo que consigan los demás. Lo cual nos lleva al consejo final.
5. Reformula tu definición de “envejecer”
La mayoría de personas consideradas no-jóvenes pueden hacer las mismas actividades que están haciendo la mayoría de las personas jóvenes; si hay limitaciones significativas, estas solo son de carácter cuantitativo: no tener la misma agilidad mental, no contar con la misma resistencia física, etc.
Sin embargo, hay que tener en mente que muchas veces asociamos “envejecimiento” con “limitaciones” no por limitaciones biológicas (y por consiguiente, inevitables), sino por el simple hecho de que a medida que pasa el tiempo, nos vamos instalando más en un modo de vida en el que nos sentimos cómodos. Pero no deberíamos confundir esta aparente reducción de la variedad de experiencias del día a día, o incluso del número de amistades, con algo inherente a nuestra edad: si algo no nos gusta, ninguna edad es poco adecuada para intentar cambiarlo.
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