Dadaísmo: qué es y cuáles son sus características

Veamos qué caracteriza al dadaísmo, uno de los movimientos de vanguardia en el mundo del arte.

Dadaísmo

¿Qué es el dadaísmo? ¿Cómo pueden estar un museo elementos tan provocativos como el urinario y la Gioconda con bigotes de Marcel Duchamp? ¿Qué pretendía el movimiento dadá con semejantes “irreverencias”? ¿Es una falta de respeto al arte, es arte, o no es nada?

El dadaísmo es uno de los movimientos más originales de la historia y también uno de los más enigmáticos, precisamente por la claridad y la contundencia tan sumamente violentas con las que se expresa. En este artículo intentaremos desentrañar brevemente los misterios de esta reivindicación, que nació en un café de Zurich cuando el resto Europa se hallaba sumida en la desolación de la Primera Guerra Mundial.

¿Qué es el dadaísmo?

En el año 1916, un grupo de jóvenes intelectuales se reúne asiduamente en el Cabaret Voltaire, un café de la ciudad de Zurich, Suiza. El grupo es heterogéneo, pero todos cuentan con una característica en común: huyen de la guerra y del horror que se ha apoderado de Europa.

En efecto, desde 1914 la Primera Guerra Mundial asola el continente europeo. Los brillantes años anteriores al conflicto, denominados comúnmente la Belle Époque, se han volatilizado. Un esplendor que, por otra parte, no era más que un espejismo, puesto que en las últimas décadas del siglo XIX el rearme de las potencias europeas es un secreto a voces.

Este clima prebélico, que augura poco menos que un naufragio colectivo, entristece a la generación nacida alrededor del año 1890. En París, los fauvistas empiezan a abrir el camino de lo que serán, pocos años más tarde, las vanguardias, movimientos artísticos que se oponen violentamente al orden y a la sociedad imperante.

Qué es el dadaísmo

Esta protesta juvenil es fruto de una profunda angustia, de la conciencia de que se está viviendo el fin de un mundo y de la inquietud de quien no sabe qué vendrá después. En general, las vanguardias se escinden en dos formas de protesta: la primera significa una evasión ingenua y casi infantil, un alejamiento de ese mundo hostil, a través de un arte naif y romántico; la segunda es una protesta violenta y muy reivindicativa, que ataca directamente los cimientos de la sociedad de la época.

El dadaísmo es una negación absoluta

Es en este segundo grupo donde hay que situar a los dadaístas. Tristan Tzara (1896-1963) era un estudiante rumano que se encontraba en Zúrich estudiando filosofía cuando le sorprendió la guerra en su patria; Hans Arp, por su parte, estaba en la ciudad para visitar a su madre. Por otro lado, encontramos también desertores del ejército que, horrorizados por la sangre, la muerte y la desolación del combate, se refugian en Suiza. Es el caso de Hugo Ball, ex soldado del ejército alemán.

Debemos imaginarnos a este grupo de jóvenes sentados a las mesas del Cabaret Voltaire, fumando, quizá observando distraídamente a los transeúntes, charlando a media voz, cuando no sumidos en un silencio angustiante y opresor. Europa se hunde. El mundo entero se hunde. Es 1916, y la Gran Guerra parece no tener fin.

El movimiento dadá, que surgió de las mentes y los corazones de estos artistas desengañados con la sociedad y el ser humano, llevó su protesta hasta el extremo. Y no nos referimos a acciones violentas. En absoluto.

Muy al contrario, los dadaístas llevaron el nihilismo, o sea, la negación absoluta, hasta sus últimas consecuencias. Llegan a renegar incluso del arte, concepto que, en otros movimientos de vanguardia, como por ejemplo el expresionismo alemán (muy crítico también con la situación de guerra), todavía seguía prevaleciendo. Como manifiesta Mario de Micheli en su libro Las vanguardias artísticas del siglo XX, “el dadaísmo es antiartístico, antiliterario y antipoético”.

No deja de ser curioso y, en cierta manera, gracioso, que el dadaísmo, el movimiento más transgresor y reivindicativo de la historia del arte, que se consideraba a sí mismo un “antiarte”, esté actualmente incluido en los libros de arte como un movimiento más. ¿Qué habrían pensado Tristan Tzara y sus compañeros? No lo sabemos. Porque, debajo de toda esa fuerte actitud negacionista, no dejaba de existir una sensibilidad artística desengañada. Recordemos que todos los miembros del movimiento dadá eran intelectuales, escritores y artistas. Por algo sería.

“Dadá”: el nombre que no significa nada

El artista Hans Arp (1886-1966), uno de los fundadores del movimiento dadá, declaró en una revista en 1921 que el nombre “dadá” les sobrevino un día en el Café Terasse de Zúrich. La manera con que lo narra, artificiosa y muy “dadaísta”, hace que pongamos en duda la veracidad de la afirmación (al fin y al cabo, el dadaísmo era eso, burla y sarcasmo): “Declaro que Tristan Tzara encontró la palabra “dadá” el 8 de febrero de 1916 a las seis de la tarde. Yo estaba presente con mis doce hijos cuando Tzara pronunció por primera vez esta palabra (…) ello ocurrió en el Café Terasse de Zúrich, mientras me llevaba un bollo a la fosa nasal izquierda…”.

Sus compañeros de movimiento, el escritor George Ribemont-Dessaignes (1884–1974) y el mismo Tristan Tzara le siguen el juego, y dan al público versiones distintas. El primero asegura que la palabra se descubrió por casualidad, cuando un “abrecartas se deslizó fortuitamente entre las páginas del diccionario”. Tzara, por su parte, dice que encontró la palabra “dadá” por casualidad entre las páginas de un Larousse.

¿Cuál es la verdad? Pues, como se dice coloquialmente, vaya usted a saber. Con los dadaístas todo era una pista de circo, repleta de números de magia, acrobacias y engaños visuales. Es lo que, en el fondo, pretendía el movimiento dadá: confundir al espectador, hacerle fruncir el ceño, despertar en su corazón la ira, la rabia de la impotencia.

En realidad, “dadá” no significa nada. Precisamente por ello es la denominación perfecta para el grupo; una nomenclatura que está vacía, que resuena por su oquedad, que tan solo es un símbolo de rebelión y de negación de todos los valores de la cultura aceptada.

Variantes de la expresión del dadaísmo en diferentes artes

¿Cómo hacer “arte” cuando reniegas absolutamente de él? ¿Cuáles eran, pues, los procedimientos creativos de este grupo que no creía en la creación artística? Vamos a examinar brevemente cómo expresaban los dadaístas sus convicciones.

1. La “poesía” dadaísta

Los dadaístas no crean, sino que fabrican. Así, de esta forma tan sencilla, hacen descender el glorioso Arte (con mayúscula) de los pedestales y lo bajan al terreno de lo mecánico, de lo prosaico. En su Manifiesto sobre el amor débil y el amor amargo (1921), Tristan Tzara detalla los pasos para confeccionar un “poema”.

Entre ellos, encontramos los recortes de periódicos sacados al azar de una bolsita, y colocados posteriormente en una hoja. Se trata, por supuesto, de lo que de Micheli denominaba “antiliteratura”; no existe proceso creativo alguno, puesto que todo queda en manos del capricho del azar.

No deja de ser curioso, sin embargo, el hermoso título con que Tzara tituló este manifiesto, un título repleto de poesía que, a pesar de contener una evidente carga sarcástica, denota, una vez más, que los dadaístas eran, en el fondo, artistas. Aunque quisieran aparentar otra cosa.

2. La “escultura” dadaísta

Si tenemos en mente el famoso urinario de Marcel Duchamp (1887-1968), ya tenemos una imagen clara de lo que los dadaístas presentaban como escultura. La “obra”, titulada irónicamente La fuente, fue simplemente comprada por Duchamp (¿cómo si no iba a hacer un urinario sin ser fontanero?) y enviada a la Asociación Anual de Artistas Independientes. La “obra” fue rechazada, por supuesto, pero es que esta era la intención del artista. Como buen dadaísta, Duchamp no creía en las instituciones artísticas ni en nada que se le pareciera, ni siquiera en las “independientes”.

Contra todo pronóstico, La fuente se expone actualmente en un museo, La Tate Modern de Londres. Seguramente, Duchamp se habría reído, y mucho, con ello.

3. La “pintura” dadaísta

La famosa Gioconda de da Vinci, un icono innegable del arte universal, ataviada con unos lustrosos y negros bigotes. Así la presentó el ya conocido Marcel Duchamp; en 1919 se hizo con una reproducción de la Monna Lisa y le agregó un mostacho y las letras L. H. O. O. Q. Si se leen estas letras de prisa en francés, obtenemos la frase “elle a chaud au cul”, o sea, “ella tiene el culo caliente”. La provocación es más que evidente.

Con esta obra, Duchamp lleva el dadaísmo a su máxima expresión, puesto que, en primer lugar, ridiculiza una obra consagrada, demostrando de esta forma que ningún arte es “sagrado”; en segundo lugar, vuelve a bajar la creación artística de los pedestales, puesto que se apropia de una obra ajena y la modifica a su antojo. Por este motivo, los dadaístas han sido considerados los precursores del New media art o del arte de los nuevos medios, ya que fueron de los primeros en ejercer la apropiación de obras de arte para un nuevo uso, además de que utilizaron profusamente técnicas como el collage y el fotomontaje.

  • De Micheli, M. (2004). Las vanguardias del siglo XX, ed. Alianza.
  • Gombrich, E.H. (1997). La historia del arte. Madrid: Editorial Debate.
  • Calvo Santos, M. (2016). Marcel Duchamp,

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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