Si bien los otros periodos de la Edad de los Metales (la Edad del Bronce y la Edad del Hierro) supusieron un avance sin precedentes al permitir el diseño de utensilios agrícolas en un material más maleable que la piedra, la importancia de la Edad del Cobre no siempre ha estado tan definida. De hecho, hasta finales del siglo XIX apenas se la tenía en consideración a la hora de clasificar los periodos prehistóricos, y se solía incluir esta etapa en el Neolítico como una especie de extensión del mismo.
Y es que son muchos los expertos que coinciden en que la producción de objetos de cobre fue simplemente una más de las muchas innovaciones que se dieron hacia el VI milenio a.C. La Edad del Cobre no comportó para nada un cambio radical en la sociedad, aunque sí permitió una evolución paulatina hacia una mayor estratificación de la sociedad, como veremos. ¿Cuál es la importancia, pues, de la Edad del Cobre? ¿Cuáles son sus características? En este artículo vamos a intentar descubrirlo.
La Edad del Cobre en la Prehistoria: ¿cuál es su origen?
Tras la revolución agrícola del Neolítico (la última fase de la Edad de Piedra) los expertos sitúan la Edad del Cobre, la primera etapa de la Edad de los Metales. El periodo también se conoce como Calcolítico, palabra formada por las voces griegas khalkos (cobre) y lithos (piedra).
Este primer paso hacia la expansión de la metalurgia debe situarse en el VI milenio a.C., época a la que pertenecen los vestigios hallados en Çatal Huyuk (Turquía) y los Montes Zagros, en Irak. Es en Asia, pues, donde podemos situar el nacimiento de la manufactura del cobre, pues en la cueva de Shanidar, un importante yacimiento arqueológico situado en Irán, han aparecido objetos todavía más antiguos, datados en el X milenio a.C.
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¿Un origen único?
Los numerosos yacimientos de cobre nativo (es decir, el metal en su estado natural) que entraña la región de los Zagros explica por qué fue precisamente en esta zona y no en otra donde se produjeron los primeros objetos de cobre. Después, y en base a las evidencias arqueológicas, el procedimiento fue extendiéndose, primero por Anatolia y Mesopotamia y, más tarde, por zonas más lejanas como Egipto y los Balcanes.
Sin embargo, esta teoría difusionista se enfrenta hoy en día con numerosas críticas. Y es que actualmente los expertos se inclinan más por la teoría de la innovación autóctona; según esta hipótesis, la manufactura de cobre apareció simultáneamente en diferentes áreas que, a priori, no estaban conectadas entre sí.
Así, se cree que la producción de cobre de los Balcanes y la de otros territorios europeos, como el yacimiento de Los Millares en Almería (España), surgió espontánea y paralelamente, como un producto absolutamente autóctono. La pregunta es inevitable: ¿cómo es posible que en dos lugares tan separados surgiera de forma paralela el empleo del cobre para la fabricación de objetos?
El caso de los Balcanes es realmente fascinante, hasta el punto de que muchos expertos hablan de esta zona como de “la primera civilización europea”. En efecto, los vestigios que nos ha dejado esta cultura son extraordinariamente sofisticados: delicada orfebrería y profusión de adornos, lo que nos lleva a pensar que, ya en el V milenio a.C., existía en la zona una evidente ostentación de riqueza por parte de la oligarquía local. Esta ostentación se reforzaba mediante la posesión de objetos de metal, como veremos a continuación.
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Una sociedad cada vez más jerarquizada
Los primeros objetos de cobre se utilizaron como meros adornos y no tenían, por tanto, más función que la de establecer un estatus dentro del grupo. De esta forma, durante mucho tiempo se siguieron fabricando los elementos cotidianos con piedra y cerámica, relegando el cobre a un uso estrictamente protocolario y estético.
Así lo demuestran los primeros hallazgos de objetos realizados con cobre, como el famoso colgante ovalado que se encontró en la cueva de Shanidar, en Irak, y también los numerosos ajuares funerarios diseminados por distintas áreas geográficas, donde se aprecia claramente una creciente estratificación social en la que los individuos más importantes del poblado poseen un mayor número de objetos, no solo de bronce, sino también de cerámica, plata y oro.
Podemos deducir, a la luz de las evidencias arqueológicas, que la sociedad de finales del Neolítico y principios de la Edad de los Metales era una sociedad con una clara tendencia, primero, a la diversidad, en la que se da cada vez una mayor especialización en la fabricación de productos; y segundo, a la jerarquización, dado que el excedente de la producción y, sobre todo, la adquisición de objetos de lujo, estaba en manos de unos pocos.
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Cerámica y cobre
La auténtica revolución había aparecido con la invención de la cerámica. Este producto pronto se convirtió en un ítem reservado sólo a las minorías poderosas, como más tarde sucedió con el cobre. La cerámica y el cobre suponían, pues, un signo de estatus.
Baste indagar en la llamada cultura de los vasos campaniformes, que se desarrolló en Europa central durante el Calcolítico y es una de sus manifestaciones más genuinas. Durante el III milenio a.C., muchos de los pueblos establecidos en el continente europeo produjeron unas vasijas de cerámica con forma de campana invertida (de ahí el nombre) y profusamente decoradas, halladas principalmente en los ajuares funerarios de importantes personajes.
De esto se pueden deducir varias cosas. Una, que, efectivamente, y de forma parecida a lo que sucedía con los objetos de cobre, la cerámica estaba relacionada con el alto estatus dentro de la población; y dos, que los intercambios durante la Edad del Cobre eran constantes, dado que se han encontrado estas vasijas en numerosos lugares no sólo de Europa, sino también del sur de África e incluso Escandinavia.
Junto con los vasos campaniformes, en los ajuares funerarios de los europeos del Calcolítico se han hallado puntas de flecha, puñales triangulares de cobre y adornos de hueso. Sin embargo, el análisis de los restos de estas vasijas ha permitido demostrar que no sólo tenían un uso funerario, sino que también se utilizaban para contener comida y bebida, así como para contener el cobre fundido en su proceso de manufacturación.
La primera metalurgia
Los primeros objetos de cobre (como los hallados en Shanidar) fueron realizados a partir de cobre nativo (que se encuentra habitualmente en forma de pepitas), aplicando una técnica de moldeado en frío mediante martillazos. El cobre es relativamente “blando” en su estado natural, pero, obviamente, no tanto como cuando se le somete al fuego.
Las comunidades que conocían la manufactura de cobre en frío pronto se dieron cuenta de que se podía extraer cobre a partir de otros materiales como la malaquita y que, bajo la temperatura adecuada, su reblandecimiento permitía una mayor maleabilidad. En realidad, el proceso no significó ninguna revelación, pues recordemos que la cerámica ya se conocía y, con ella, los hornos y el sometimiento de los materiales a altas temperaturas. La fundición de cobre “sólo” necesitó, por tanto, un perfeccionamiento de las técnicas usadas para la cerámica. Para fundir el cobre, es necesario alcanzar los 1083 grados centígrados, una temperatura que casi habían alcanzado los hornos de alfarería neolítica.