El siglo XIX es un siglo convulso. Los cambios sociales y materiales se aceleran y, con ellos, las expresiones intelectuales y artísticas. El esteticismo es una de ellas, una amplia corriente que incluye a otras muchas del ámbito literario y artístico.
En este artículo vamos a hacer un breve recorrido por los ideales que propugnaba el esteticismo y por sus autores más representativos.
¿Qué es el esteticismo?
Durante el siglo XIX, la Revolución Industrial iniciada a finales del siglo anterior alcanzó su punto álgido.
Occidente se sentía muy orgulloso de su capacidad mecánica, y se coronaba a la ciencia y al positivismo como máximos exponentes de un mundo civilizado y moderno. En literatura, el realismo primero y el naturalismo después recogieron el testigo de estas ideas, y circunscribieron la creación literaria a un mero análisis de la realidad circundante.
La segunda corriente, el naturalismo, liderado por autores como Émile Zola, fue más allá en su estudio analítico de la realidad y del ser humano, usando la pluma como herramienta para la disección de la psique humana. Todo muy ordenado, pragmático y científico, en correspondencia con el pensamiento de la época.
Por supuesto, no queremos decir con ello que las obras naturalistas sean “malas”. Ni mucho menos. La mayoría de ellas suponen monumentos indiscutibles de la literatura universal. Lo que queremos señalar es la progresiva “cientificación” de un mundo que ya solo estaba interesado en el progreso como única señal de civilización y de modernidad.
Así lo vio un grupo (muy heterogéneo, eso sí) de artistas, que eran testigos de cómo se perdían los valores espirituales y estéticos en favor de la industria, la mecánica y la producción. El mundo de la fábrica devoraba al mundo de la creación artística.
Poco a poco, empiezan a aparecer en Europa (especialmente, en los países más industrializados, como eran Francia y Reino Unido) una serie de corrientes literarias y artísticas que reaccionan violentamente contra este mundo industrializado.
Todas estas manifestaciones se suelen englobar con la etiqueta de “esteticismo”, puesto que su principal motivación era un regreso al arte como exaltación de la belleza; un arte sin contaminar, puro, primitivo, espiritual. Así, la principal idea del esteticismo era el “arte por el arte”, el culto a la belleza en sí misma, más allá de la moral, la religión y la política. En realidad, lo que suponía esta corriente era una profunda evasión de un mundo gris y automatizado que no satisfacía al alma del artista. Contra el humo de la fábrica, la explotación obrera y la masificación, los seguidores del esteticismo preconizaban la huida a otros mundos, a otras realidades.
Las raíces del esteticismo se encuentran en un año tan prematuro como es 1835, cuando todavía el Romanticismo hacía furor en Europa. En concreto, en el prólogo de la novela Mademoiselle de Maupin, de Théophile Gautier (1811-1872), podemos leer lo siguiente:
“Las cosas son bellas en proporción inversa a su utilidad. No hay nada de verdad bello que sirva para algo. Todo lo que es útil es feo”.
Estas frases, simples y contundentes, son el auténtico manifiesto de la corriente esteticista, ya que incluyen sus ideas principales: por un lado, la consagración del arte por el arte (es decir, de la belleza sin tapujos ni excusas) y, por otro, la reacción contra la industrialización y la producción en masa, que son vistos como algo vulgar y carente de belleza.
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Movimientos adheridos al esteticismo
Como hemos comentado, el esteticismo no fue una corriente homogénea. Encontramos a lo largo del siglo XIX varios movimientos que se adhieren a este pensamiento, pero presentan sus propias características. Veámoslos a continuación.
1. El parnasianismo
Fue el primero de los movimientos esteticistas, puesto que surgió en la década de 1850. Es una corriente estrictamente literaria; el nombre proviene del monte Parnaso, donde vivían las musas. Los fundadores y líderes del movimiento fueron el poeta Leconte de Lisle (1818-1894) y el ya citado Théophile Gautier que, con su poema Esmaltes y camafeos, preparaba el terreno para la estética parnasianista.
El mismo nombre del poema es suficientemente significativo: una exaltación de lo bello, de los detalles, de los objetos decorativos. El movimiento parnasianista reaccionaba por igual contra el naturalismo que contra el romanticismo. Contra el primero, por su excesiva dosis de realidad y análisis. Contra el segundo, por su exaltación exacerbada de los sentimientos personales, considerada excesiva por los esteticistas.
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2. El decadentismo
Con un origen también francés, la nomenclatura le fue dada de forma despectiva por los círculos academicistas decimonónicos, seguramente por el estilo que los autores usaban en sus composiciones, irracional, pesimista y repleto de símiles “extraños” e incomprensibles. Como sus compañeros parnasianistas, el decadentismo pretende una evasión del mundo mecánico y vulgar de la clase burguesa, y propone el culto a la belleza absoluta, sin ningún tipo de límite.
El máximo exponente de esta corriente es, sin duda, el poeta Charles Baudelaire (1821-1867), uno de los miembros del grupo conocido como “los poetas malditos”. La poesía de Baudelaire sirvió de inspiración a muchos artistas esteticistas, que se inspiraron especialmente en su obra Las flores del mal (1857), una obra polémica que le valió un proceso por “ofensas a la moral pública”. Si los artistas decadentistas querían ofender a la burguesía imperante, Baudelaire lo había conseguido.
Otra de las obras destacables dentro de la corriente decadentista, por la gran repercusión que tuvo, fue A contrapelo (1884), de J.K. Huysmans. Su protagonista, el excéntrico Des Esseintes, se convirtió en el símbolo del dandismo, vinculado estrechamente al esteticismo a través de figuras como Oscar Wilde.
Es precisamente este último otro de los nombres destacados dentro del esteticismo y del decadentismo en particular. Wilde propugnó toda su vida la belleza absoluta, despojada de toda moral y convención.
Su esteticismo extremo lo lleva a vestirse de forma excéntrica, dando importancia a los detalles, a los colores y a la originalidad. Esta forma de vestir, que siguieron muchos otros dandies de la época, suponía igualmente una reacción contra la burguesía, puesto que el atuendo ideal masculino que se había impuesto desde principios del siglo XIX se alejaba de cualquier fantasía y representaba a la perfección la idea de “producción en cadena” que caracterizaba a la sociedad industrial. Los dandies como Oscar Wilde, en cambio, usaban sedas, colores llamativos, grandes capas y sombreros; en resumen, cualquier cosa que arremetiera contra este ideal masculino sobrio y encorsetado.
La gran obra decadentista de Wilde es El retrato de Dorian Gray (1890), claramente relacionada con la ya citada A contrapelo, de Huysmans. El papel de Wilde dentro de la corriente esteticista fue tan grande, que muchos especialistas sostienen que el esteticismo se terminó con el procesamiento del autor por homosexualidad en 1895 y, por supuesto, con su muerte en 1900.
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3. El simbolismo
Y de nuevo viajamos a Francia para encontrar el origen de esta corriente esteticista. La principal característica del simbolismo es su expresión estética a través de símbolos. De igual forma que sus movimientos hermanos, rechazan el romanticismo exacerbado de autores como Victor Hugo y el realismo y naturalismo de Zola y Flaubert.
El simbolismo se apoya en la imaginación para dar rienda suelta a sus creaciones. Las visiones oníricas y la subjetividad campan a sus anchas en las obras simbolistas, tanto literarias como pictóricas. Para ello, los artistas no tienen ningún reparo en consumir sustancias como el opio o el hachís, que les hacen evadirse hacia esos mundos anhelados.
Es por ello por lo que la mayoría de estos autores se incluyen, como el mismo Baudelaire, en el grupo de los “poetas malditos”: Paul Verlaine y Arthur Rimbaud (que, por cierto, fueron amantes y protagonizaron uno de los procesos más escandalosos de la época, puesto que Verlaine disparó contra Rimbaud en dos ocasiones) son dos grandes del movimiento simbolista en literatura, mientras que Puvis de Chavannes, Gustave Moreau y Odilon Redon lo son en pintura.
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4. La hermandad prerrafaelita
En 1848 se crea en Inglaterra la Hermandad Prerrafaelita, fundada por los artistas Dante Gabriel Rosetti (1828-1882), William Hunt (1827-1910) y John Everett Millais (1829-1896). Esta hermandad constituía una reacción contra la violenta industrialización que estaba experimentando el Reino Unido y contra todas sus consecuencias: la masificación de las ciudades, el embrutecimiento del ser humano, las ansias productivas y el ascenso de la “fealdad” industrial.
Para luchar contra todo ello, o más bien para evadirse de este mundo que no les agradaba, los prerrafaelitas regresan a la pintura anterior a Rafael (es decir, a la pintura medieval y del Quattrocento italiano), donde encuentran la verdadera espiritualidad y la auténtica belleza. Las obras prerrafaelitas se inspiran en los retablos góticos; sus figuras son estilizadas y casi etéreas, y sus creaciones contienen gran profusión de detalles. Se trata, una vez más, del culto a la belleza absoluta y sagrada, más allá de moral, política y religión.
Uno de los cuadros más emblemáticos de este grupo es La bienamada, de Rossetti, pintado en 1866 e inspirado en el Cantar de los cantares de la Biblia. A pesar de su fuente, no debemos creer que la intención de Rossetti es religiosa. Ya hemos dicho que los prerrafaelitas, como buenos esteticistas, abogan por el arte por el arte. No, la intención de Rossetti es rescatar la belleza primitiva del poema bíblico (que es, en última instancia, un poderoso canto de amor) y plasmar esta belleza en el lienzo.
Así, podemos ver a una hermosa joven pelirroja (este color de pelo se puso de moda a través de este grupo de pintores), ataviada con deliciosos y coloridos ropajes y exóticas joyas. A su alrededor, un séquito pintado con exquisito detalle, que muestra rostros tan bellos como el de la novia. La obra es, sin duda, un canto a la belleza inmortal, la que está más allá del tiempo y el espacio.
5. El Art Noveau
Sin duda, el Art Noveau (conocido como Modernismo en España y Judgenstil en países como Suiza y Alemania) bebe de las corrientes estéticas de finales del siglo XIX, y toma de ellas el arte por el arte, el detalle y la fabricación cuidadosa y artesanal. Mucho tuvo que ver en esto el movimiento de las Arts & Crafts, fundado por cierto por el prerrafaelita William Morris y que preconizaba el regreso a las formas de producción artesanales. Una vez más, estamos ante una reacción a la industrialización y a la producción en masa.
El Art Noveau escapa, como sus precedentes, hacia mundos de ensueño y fantasía. Para ello, toma prestadas soluciones de otras épocas, como la Edad Media o el Renacimiento, y también de otras culturas, como la japonesa. Una parte importante de su inspiración, especialmente en artistas como Antoni Gaudí, proviene de la naturaleza, ese mundo perfecto, armonioso y bello del que el ser humano se ha distanciado.
El Art Noveau representa, probablemente, uno de los últimos gritos del esteticismo. Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial y el surgimiento de la angustia existencial que caracteriza a los intelectuales de principios del siglo XX, las vanguardias tomarán el relevo en la protesta contra el mundo burgués. Lo mismo, pero con diferentes voces.
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