Los seres humanos somos libres de hacer lo que queremos, pero no somos conscientes de ello y nos convencemos de que estamos a merced de las circunstancias.
Esta idea defendida por existencialistas como Sartre y Simone de Beauvoir es lo que se conoce como la mala fe, un concepto bastante paradójico puesto que es escoger la decisión de considerar que no se tiene capacidad de decisión. Entendamoslo mejor a continuación.
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¿Qué es la mala fe en el existencialismo?
La “mala fe” (“mauvaise foi” en francés) es un concepto filosófico que fue acuñado por los filósofos existencialistas Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Este término describe al extraño pero cotidiano fenómeno en el cual las personas negamos nuestra libertad absoluta, considerándonos el resultado de causas ajenas a nuestro control, que nos impiden tomar libremente decisiones.
Es la libre decisión de considerar que no tenemos libertad de decisión, considerándonos no más libres a cómo lo son los objetos inertes.
Las mentiras que nos creemos
La mala fe es una forma de mentira, un engaño que las personas se hacen a sí mismas y que acaban creyéndose.
Sartre trata de exponer su idea de forma más clara distinguiendo entre dos tipos de mentira cotidianas. Una de ellas la podríamos llamar “mentira a secas”. Esta es la conducta típica de engañar a los demás, de tergiversar o no contar la verdad. Es la mentira relativa al mundo de las cosas, un tipo de comportamiento que usamos en nuestro día a día en nuestras relaciones sociales, creyendo que nos va a suponer algún tipo de beneficio. También puede que mintamos sin darnos cuenta, pero la cuestión es que este tipo de mentira es la que decimos a otras personas.
La otra tipología de mentira sartreana es la “mala fe”, una mala fe pero para con nosotros mismos. Se trata de la conducta que realizamos intentando ocultarnos del hecho insoslayable de nuestra libertad, es decir, que somos seres radicalmente libres, que no podemos huir de nuestra propia libertad, por muy pequeña y aparentemente escasa que nos pueda parecer.
Cierto que habrán condicionantes que reduzcan nuestras opciones, pero siempre dispondremos de algún tipo de capacidad para decidir por nosotros mismos. Pese a ello, las personas preferimos convencernos de que lo que somos y lo que hacemos no es el resultado directo de nuestras decisiones, sino una serie de consecuencias debidas a factores externos como la presión social junto con algunos aspectos internos como nuestro rol social, personalidad o cierta capacidad de decisión.
En otras palabras, la conducta de la mala fe nos hace creer que estamos siempre a merced de las circunstancias. Es en este sentido que hablaríamos de autocosificarnos, puesto que las personas nos tratamos como si fuérmaos cosas, objetos que están sujetos a las voluntades de elementos externos a ellos y que no pueden decidir qué hacer ni qué va a pasar con ellos por su propia cuenta.
El rasgo fundamental de los objetos es el de no ser sujetos, el de no ser más que la consecuencia de algo ajeno a ellos mismos, el no ser ni dueños ni autores de sí mismos.
Esta realidad sobre los objetos es la misma visión que aplicamos sobre nosotros mismos al convencernos de que no hemos podido tomar decisiones y que lo que somos ahora mismo no es por responsabilidad nuestra, sino por decisión del destino. Es así como nos tratamos precisamente cuando vivimos en la mala fe.
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Los ámbitos de la mala fe
Es importante destacar dos importantes ámbitos de la conducta de mala fe: el ámbito de la valoración de lo que somos y el ámbito de nuestras elecciones.
Para entender la presencia de la mala fe cuando valoramos lo que somos es necesario destacar la tesis esencial del existencialismo. En esta corriente del pensamiento se sostiene que somos lo que somos como consecuencia de nuestras decisiones y, por lo tanto, hemos escogido ser como somos y todo lo que tenemos o hemos hecho.
Partiendo de esto, no existe en nosotros potencialidad alguna ni tampoco talentos ocultos que no hayamos aprovechado todavía porque no nos ha sido posible, sino que simplemente no los hemos aprovechado porque así lo hemos decidido. Esta realidad puede ser difícil de aceptar, especialmente cuando las cosas no nos salen como queríamos o habíamos planeado y no nos podemos hacer a la idea de que no van a ir mejor por mucho que nos esforcemos.
Por ello, y para aliviar nuestra conciencia y no enfrentarnos al hecho de que nuestros fallos se deben a nosotros mismos, lo que solemos hacer es tratar de responsabilizar a cómo ha ido nuestra vida a lo que han hecho o dicho los demás, además de culpabilizar a nuestro sino. También podemos creer que era totalmente inevitable lo malo o lo no deseado que nos ha pasado, que no podíamos hacer absolutamente nada para que no pasara.
La mala fe también se evidencia en la elección. Por ejemplo, cuando elegimos no elegir o cuando renunciamos a tomar una decisión o nos excusamos indicando que no podemos dejar de hacer lo que hacemos nuestra conducta es de mala fe.
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Los ejemplos de Sartre
Para tratar darse a entender mejor, Sartre presenta varios ejemplos acerca su idea de la mala fe. Entre ellos podemos destacar el del camarero y el de la chica joven en una cita.
En el ejemplo del camarero, nos lo presenta como una persona cuyos movimientos y forma de conversar están demasiado determinados por su profesión. Su voz denota un ansia por complacer, llevando las comidas de forma rígida y aparatosa. Muestra un comportamiento exagerado, casi estereotípico, propio de un autómata que simula ser un camarero. Asume tanto su papel de camarero que se olvida de su propia libertad, porque antes de camarero es una persona con libre albedrío y nadie puede identificarse por completo con su rol social, en este caso el de camarero.
El otro ejemplo es el de la chica joven que se encuentra en una primera cita con un chico. El chico le hace comentarios alabando su belleza que tienen una obvia connotación sexual, pero que la chica acepta como si estuvieran dirigidas a su ser no corpóreo. En un momento de la cita, él la coge de su mano mientras la chica se queda inmóvil, no rechazando el contacto pero tampoco devolviéndole el gesto. Así, la chica no responde, retrasando el momento decisivo. Considera que su mano es meramente una cosa. No toma ni una ni la otra opción, quedándose con la tercera: no hacer nada.
En estos dos ejemplos Sartre sostiene que ambos, camarero y chica, actúan con “maldad”, en el sentido de que ambos niegan de su propia libertad mediante esta misma libertad. Ambos saben que pueden hacer elecciones por su propia cuenta, pero la rechazan. En este sentido, la mala fe es paradójica puesto que, actuando con “maldad” una persona es consciente a la vez y, hasta cierto punto, inconsciente de ser libre.
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Implicaciones filosóficas
Para Sartre, las personas pueden pretender a sí mismas que no tienen la libertad para tomar decisiones, pero no pueden pretender para sí mismas que no son ellas mismas, esto es, que son seres humanos conscientes que realmente tienen poco o nada que ver con sus preocupaciones pragmáticas, roles profesionales y sociales y sistemas de valores.
Adoptando ciertas preocupaciones pragmáticas o adoptando ciertos roles sociales y siguiendo un sistema de valores, una persona puede pretender para sí misma que no tiene la libertad de toma de decisiones, pero realmente haciendo esto es un decisión en sí misma, esto es, la decisión de pretender para sí mismo que no tiene la libertad de decisión. Así pues, como dijo Sartre, el ser humano está condenado a ser libre.