¿Qué es la “muerte del autor”? Quizá hayas oído hablar de ello, o quizá es la primera vez que escuchas esta expresión. No, no tiene nada que ver con un fallecimiento físico.
Más bien se trata de algo simbólico, una forma de expresar en palabras una de las ideas que más fuerza ha ido ganando en la literatura actual. ¿Intrigado? Sigue leyendo; en este artículo descubriremos de qué se trata.
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¿Qué es la “muerte del autor”?
En literatura, esta expresión hace referencia a la idea de que el texto escrito no pertenece a su autor, sino que es patrimonio de la cultura universal y, sobre todo, del lector. Obviamente, el texto en sí tiene un autor que le ha dado forma. Sin embargo, lo que propone esta idea es que todo texto recoge una serie de conceptos que ya aparecieron en su momento en otros textos; es decir, son ideas entrecruzadas que se retroalimentan y que, por tanto, pertenecen al patrimonio histórico, y no a una persona concreta e individual.
Cuando un autor escribe un texto, está plasmando en él una serie infinita de ideas que ya han sido expresadas en textos anteriores. Así, si una novela habla, por ejemplo, de la infidelidad dentro del matrimonio, está recopilando todos los testimonios que, de este hecho, se han venido volcando en novelas y relatos anteriores.
La “muerte del autor”, como veremos, entraña una especie de crítica al positivismo literario, mediante el cual el autor se lucra a través de una obra que, en realidad, y siguiendo las ideas que propone esta teoría, no pertenece a él, sino a toda la humanidad.
El primer teórico: Roland Barthes
Fue el escritor, filósofo y ensayista francés Roland Barthes (1915-1980) quien dio forma por primera vez al concepto en una obra titulada precisamente La muerte del autor (1967). En este ensayo, Barthes proponía las bases de lo que sería la futura teoría. En concreto, se centra en poner en duda la autoridad que adjudica al autor el significado único y último de un texto. En realidad, y según la teoría de Barthes, un texto puede gozar de múltiples interpretaciones, tantas como lectores tenga. Por ese mismo motivo, es incorrecto situar todo el peso del sentido del texto en el autor.
Es innegable que un autor compone un texto con un sentido. Pero es también innegable que el lector es el otro sujeto (con un contexto familiar, social, emocional, etc., muy diverso) que se acerca a ese mismo texto y que, por tanto, está filtrándolo a través de su propia experiencia.
Imaginemos, por ejemplo, que hemos leído una novela, y que el protagonista nos cae genial. Qué gran concepto tenemos de este tipo: es bueno, fuerte, valiente… en fin, un auténtico héroe. Imaginemos ahora que llega a nuestras manos una entrevista al autor de esta novela. La devoramos con tremenda ilusión, esperando encontrar en las palabras del escritor exactamente lo que nosotros hemos percibido. ¡Sorpresa! Cuando se le pregunta sobre el protagonista, el autor comenta que es un pusilánime, y que hace todo lo que hace solo empujado por un deseo irrefrenable de supervivencia. Nada de heroísmo, por supuesto.
A eso es precisamente a lo que se refería Barthes cuando hablaba de que el significado de un texto no descansa solo sobre los hombros de su autor. Un texto es fruto de una serie de experiencias de su creador que, a su vez, ha bebido de las experiencias de otros autores. Pero, al mismo tiempo, el lector, que es parte activa (y no pasiva) del proceso, se hace suyo el texto y lo transforma en algo que encaja con su realidad y que tiene sentido en su propia vida. El sentido original del personaje (el pusilánime que se mueve por miedo) no se adapta a la vida del lector que lo ha visto como un héroe. El personaje es el mismo; las experiencias que lo interpretan, diferentes.
Por tanto, y en base a todo esto, Barthes sostenía en su ensayo que, para que el lector exista, el autor debe desaparecer. A esto es lo que él llama la “muerte del autor”, un concepto que ha perdurado, y sigue perdurando, en la literatura contemporánea.
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¿Qué es un autor?
Roland Barthes habla también en su ensayo del sentido de la pertenencia. Según este teórico, si el autor no es el “dueño” de su obra (puesto que en ella se ha recogido una larga tradición de ideas existentes antes que él), no debería lucrarse con ella. Sí, es el que ha dado forma a esas ideas, las ha moldeado, las ha transcrito, les ha dado voz, pero ha bebido de las fuentes de la cultura humana universal y de todos los otros autores que han existido antes que él. Por tanto, y según Barthes, la importancia que se da al autor en el mundo actual es solo fruto del capitalismo, que ha situado a este autor, el que genera dinero, en el centro de todo el proceso.
Barthes no fue, obviamente, el único que apoyó esta idea de la “muerte del autor”. También el dramaturgo Bertolt Brecht insiste en ello cuando afirma que, para acercarse a un texto, hay que distanciarse de su autor. Solo de esta forma se obtienen las perspectivas diferentes y necesarias para que el texto adquiera su sentido pleno.
Por su parte, en la conferencia ¿Qué es un autor? (Sociedad Francesa de Filosofía, 1969), el escritor y filósofo Michel Foucault (1926-1984) se plantea exactamente esta cuestión: ¿Qué supone ser autor? Si la obra sobrevive a la muerte física del autor, entonces quiere decir que es autónoma. Pero es que, además, Foucault también se pregunta: ¿Qué es la obra? El texto es algo dinámico, vivo, un elemento al que se vuelve constantemente y del que se extraen nuevos y variados discursos.
Aquí Foucault introduce la idea de “reactualización”, según la cual se vuelve al texto una y otra vez, pero en diferentes fuentes. ¿Y cómo es eso? Efectivamente; si un texto es una comunión de ideas que no solo se encuentran en un texto individual y concreto, sino en la cultura humana universal, podemos acceder a esas ideas a través de diversas fuentes que, precisamente, dialogan entre ellas.
Si volvemos a la idea de la infidelidad en un matrimonio, ¿cuántas novelas podemos encontrar que tratan esta idea? Desde Anna Karénina de Tolstoi hasta El velo pintado de W. Somerset Maugham, pasando por Fortunata y Jacinta de Galdós o la clásica Madame Bovary de Flaubert. Pero es que también encontramos esta idea en la épica medieval de Tristán e Isolda y también en los relatos mitológicos de los dioses olímpicos. Es decir, la idea de la infidelidad matrimonial se desarrolla en diversas fuentes, en varios textos, y todos se nutren entre sí, porque los autores encuentran la inspiración en ellos.
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El texto es algo infinito
Michel Foucault sigue la idea de Barthes de que el autor debe ser borrado, aniquilado (metafóricamente, por supuesto) para dar espacio a la interpretación de cada lector. Y, en realidad, podemos preguntarnos: ¿es una obra algo acabado? ¿Es una novela, por ejemplo, algo finito? Constantemente asistimos a una reinterpretación de las obras, ya sea en forma de secuelas, nuevas adaptaciones cinematográficas que ofrecen más vueltas de tuerca, o en reinterpretaciones en otros formatos, como el cómic o la pintura. Si asistimos a un club de lectura y escuchamos las distintas interpretaciones que un párrafo (¡ya no la obra entera!) tiene en función de quién lo lee, nos daremos cuenta de que la obra en cuestión está viva, y entonces entenderemos qué quiere decir esta expresión tan curiosa de la “muerte del autor”.
Se plantean sin embargo una serie de preguntas. ¿Tiene acaso tan poca importancia el autor de un texto? Barthes, Foucault, Brecht, todos los teóricos de la “muerte del autor”, sitúan al creador en un lugar de escasa relevancia. ¿Es esto así? Sin bien es cierto que una obra es una recopilación de ideas ya existentes, no es menos cierto que el autor ejerce un papel activo, clasificando, indagando, confeccionando, uniendo y separando los conceptos. El autor es un artesano, que trabaja en su obra como el alfarero trabaja con la arcilla que ya existe. ¿Es justo, pues, rebajar su papel al estatus de (casi) la nada? Y ¿dónde quedan en esta teoría el trabajo, la dedicación y los derechos de autor?
Os dejamos sacar vuestras propias conclusiones, si es que hay algunas. Mientras, volved a leer ese libro que leísteis hace años. Os sorprenderéis de lo diferente que lo veis ahora. ¿El libro es otro? No, vosotros lo sois, y el libro se adapta a vuestra realidad. O vosotros a la de él, quién sabe.