Muchas personas quieren ser el centro de atención, algo que de por sí no tiene por qué significar nada malo. De hecho, la mayoría queremos destacar en más de una ocasión, sentirnos admirados y valorados por los demás. Todo el mundo quiere tener sus cinco minutos de gloria.
Sin embargo, hay personas que su afán de protagonismo llega a niveles desorbitados, casi patológicos. Interesados en que todo el mundo hable de ellos, estas personas son capaces de llamar la atención y monopolizar las conversaciones cuando no toca, como por ejemplo en la boda de un amigo o el funeral de un conocido.
El afán de protagonismo es un rasgo perjudicial en exceso, algo que descubriremos por qué a continuación.
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¿Qué es el afán de protagonismo?
Todo el mundo conoce a alguien que le encanta ser el centro de atención. Puede ser un amigo, un familiar, un compañero del trabajo o, incluso, nosotros mismos. A la mayoría nos gusta destacar por encima de los demás en algún momento, que se aprecien nuestros méritos y que se nos tenga admiración. Esto es algo que, en su justa medida, es un rasgo de personalidad normal, sana, nada preocupante. Ser una persona extravertida está muy valorado en la mayoría de los contextos pero, a veces, su exceso puede volverse un problema.
Hay situaciones en las que mostrar un afán de protagonismo no es adecuado. Si bien el contexto social determina cuándo es apropiado ser el alma de la fiesta y cuándo no, hay personas que hacen caso omiso a los convencionalismos sociales y muestran un interés desmedido porque todo el mundo les preste atención.
Una cosa es querer ser los protagonistas de nuestra propia historia, algo totalmente normal y recomendable, y otra muy distinta es querer imponerse sobre los demás siempre, pasando por encima de su voluntad y menosprenciando sus deseos, necesidades y emociones.
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La importancia de controlarlo desde la infancia
El afán de protagonismo ya aparece en la infancia, manifestado en la llamada de atención de los pequeños hacia sus padres. Esto tiene un sentido evolutivo pues, para sobrevivir durante los primeros años de vida, es necesario que nuestros cuidadores nos presten atención, satisfagan nuestras necesidades. Es totalmente normal y adaptativo que los niños busquen afán de protagonismo durante las primeras etapas de su vida.
Sin embargo, a medida que los niños crecen y van adquiriendo mayor independencia, esto de mantenerse puede convertirse en un signo de que algo no marcha bien. La personalidad puede verse muy influida por la educación y otras variables ajenas al código genético.
El ambiente ejerce mucha influencia sobre nuestra personalidad y, combinado con lo que heredamos de nuestros padres, nos hacen cómo somos. Dicho esto, podemos entender que el afán de protagonismo infantil se puede controlar educando adecuadamente a los pequeños.
Los niños necesitan atención, pero prestársela a todas horas perjudicará a su independencia social, convirtiéndose en personas excesivamente egocéntricas, deseosas de tener el protagonismo a todas horas, incluso cuando la situación no va con ellos. No controlar el afán de protagonismo a edades tempranas hará que, de mayor, tengamos un individuo capaz de querer ser el centro de atención en situaciones tales como la boda de un amigo, la fiesta de cumpleaños de un familiar, el funeral de un conocido…
Irónicamente, el afán de protagonismo en la adultez también puede ser originado por una falta de cuidados y atención cuando se era niño. Cuando los padres no prestan la atención necesaria a sus hijos ni satisfacen rápidamente sus necesidades, puede ser que los pequeños se vean obligados a esforzarse sobremanera para que por fin sus padres les hagan caso. Estos niños crecen con la idea de que, si realmente quieren ser escuchados y tenidos en cuenta, tienen que esforzarse mucho, que si no consiguen llamar la atención, serán completamente ignorados.
La mejor medicina para evitar que los niños acaben desarrollando un patológico afán de protagonismo es enseñarles desde bien pequeños que no son el centro del mundo, pero también haciéndoles saber que cuando necesiten algo, deben decirlo. Deben ser pacientes, esperar su turno para hablar o jugar y entender que hay otros chicos y chicas como ellos, con sus propias necesidades y deseos que también quieren ser escuchados.
Además, también se les debe enseñar que ser competitivos no siempre es bueno y a reconocer en los demás sus talentos y logros, no solo querer compararlos con los propios. También, enseñarles a no sentir una envidia malsana de lo mucho que puedan tener otras personas, ni sentir excesivo orgullo por tener más que los demás, se puede convertir en una estrategia para que no lleguen a la adolescencia y la adultez reclamando ser siempre el centro de atención.
Y, también, para evitar que crezcan sintiendo que tienen que esforzarse en conseguir que sus cuidadores satisfagan sus necesidades, es fundamental brindar a los pequeños afecto, atención y cuidados.
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El afán de protagonismo y el trastorno histriónico de la personalidad
Antes que nada, destacamos que mostrar un afán de protagonismo excesivo no necesariamente puede ser atribuido a un trastorno mental. No obstante, sí que es importante entender que este rasgo en la adultez suele ser originado por dinámicas disfuncionales durante la infancia con la relación con sus padres, tanto por exceso de atención como por ser totalmente ignorado. En los casos más graves, este rasgo se convierte en patológico y se manifiesta en forma del trastorno histriónico de personalidad.
Este trastorno suele empezar a manifestarse en los primeros años de vida. Las formas de llamar la atención entre las personas que presentan el trastorno histriónico de personalidad se centran en aspectos como los gestos, la vestimenta, la sobreactuación, el dramatismo, la exageración… Todo ello acompañado de cambios repentinos del humor y una expresión desbordada de su inestabilidad emocional. Otros síntomas destacables del trastorno son:
- Actuar y lucir exageradamente seductor.
- Dejarse influenciar fácilmente por los demás.
- Estar demasiado preocupados por el aspecto físico.
- Ser demasiado sensibles ante las críticas o la desaprobación.
- Creer que las relaciones personales son más íntimas de lo que realmente son.
- Culpar a otras personas de por fracasos personales.
- Buscar constantemente confianza o aprobación.
- Tener baja tolerancia ante la frustración.
- Querer gratificación inmediata.
- Necesidad de ser el centro de la atención.
Las personas con este trastorno presentan una patológica necesidad de ser aceptadas, aprobadas, validadas y reconocidas. Son personas que cuentan con habilidades sociales ideales para captar el interés de los demás, lo que hace que sean percibidas, al menos durante la primera impresión, como personas atractivas y divertidas. De hecho, puede ser agradable su trato durante la primera impresión, dando la sensación de que son personas muy entusiastas y motivadas.
Sin embargo, a medida que el centro de atención se desplaza hacia otra persona o algo, suelen expresar mucho malestar y no sentirse a gusto. Necesitan que se les preste atención, necesitan satisfacer su afán de protagonismo. Automáticamente, hacen todo lo posible para tener el control de las conversaciones y redirigirlas hacia ellos o sobre los temas de los que quieren hablar. Su autoestima depende mucho de cuanto se habla de ellas, lo cual hace que se las acabe viendo como personas ególatras y vanidosas. Sienten como si se murieran si no se habla de ellas.