Ver cómo se arrugan las manos que te cargaron, te mecieron, te alimentaron. Notar cómo se apagan esos ojos que te vieron con tanto amor. Ver cómo se aquietan esas piernas que caminaron a tu lado desde antes de que dieras tus primeros pasos. Nadie habla de ese dolor.
Es una etapa que llega para todos, pero a la mayoría nos toma por sorpresa o sin herramientas esa etapa que se titula “ver envejecer a nuestros padres”. Nadie quiere sentir esa melancolía ni enfrentarse a lo que implica. Nadie quiere despedirse; tampoco perder su libertad. Pero, precisamente por eso, es necesario hablar de cómo atravesar este momento de la vida.
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El envejecimiento de los padres no tiene que ser un tabú
No solemos hablar de esto con naturalidad. Nos cuesta mirar a nuestros padres y reconocer que están envejeciendo. A veces, nos damos cuenta por esa torpeza al caminar, por la memoria que empieza a fallar, por las repeticiones en las conversaciones, por las pequeñas señales del tiempo. Sin embargo, lo vivimos en silencio.
Hay una presión social (muy sutil, pero presente) que nos empuja a mostrar que todo está bien, que llevamos una vida activa y sin sobresaltos. Y eso hace que muchas personas escondan lo que sienten, incluso frente a su círculo más cercano. Como si hablar de la fragilidad de nuestros padres fuera una especie de derrota.
Pero, a ver, negar que están cambiando no hace que el proceso se detenga. Solo nos deja sin herramientas para acompañar y acompañarnos. Por eso es clave que hablemos de esto sin miedo ni vergüenza. Cuando señalamos lo que pasa, empezamos a entenderlo.
Cómo afecta emocionalmente la vejez de los padres
No hay una sola forma de vivir este proceso. Cada persona lo siente a su manera, aunque muchas emociones se repiten. Hay tristeza, sí, pero también culpa, rabia, miedo, ternura, impotencia, nostalgia. A veces todo eso al mismo tiempo.
Ver envejecer a un padre o una madre puede remover muchas cosas internas. Desde la angustia de verlos frágiles, hasta la frustración de no saber cómo ayudar o no poder hacerlo como quisiéramos. También puede aparecer el enojo, aunque no se diga en voz alta. Porque la dependencia que antes no existía ahora ocupa lugar. Porque las rutinas cambian. Porque el cansancio se acumula.
Y, ojo, también hay momentos de amor profundo, de cercanía, de conversaciones que antes no se daban, de silencios que se vuelven compañía. Aceptar que esta etapa es ambigua, que no todo es dolor pero tampoco todo es paz, ayuda a no juzgarnos tanto por lo que sentimos.
Cómo acompañar este proceso sin dejarse a un lado
Asumir que los padres envejecen no es algo que uno haga de forma automática. Es un proceso que se va haciendo poco a poco, en la medida en que vemos esos cambios cotidianos. Pero, en lugar de huir de esa realidad, hay maneras de estar presentes sin desbordarse. Aquí van algunas ideas que pueden servir:
1. Reconocer que esto también es una forma de duelo
El envejecimiento de los padres implica una pérdida, aunque ellos sigan físicamente. Cambia su rol, cambia la relación, cambia la dinámica familiar. En psicología se habla de duelo anticipado o duelo sin reconocimiento social. Y eso es lo que muchas personas viven en silencio. Entenderlo como un proceso de duelo permite validar lo que se siente, sin necesidad de que nadie haya partido todavía.
2. Aceptar que no se puede todo
Muchos hijos e hijas sienten que tienen que ocuparse de todo: el trabajo, la casa, sus propios hijos… y también del cuidado de los padres. Esa exigencia suele ser agotadora, así que no hay que culparse por no poder hacer todo “perfecto” y, mucho menos, obligarse a hacerlo solo o sola.
Delegar, pedir ayuda, compartir responsabilidades con hermanos o redes cercanas no es rendirse. Es ser realista y cuidar la salud mental.
3. Permitir que los padres sigan decidiendo
Siempre que sea posible, respetar su autonomía es clave. Aun si su cuerpo cambia o su memoria se altera, hay decisiones que pueden y quieren seguir tomando. Escuchar su voz, preguntar su opinión, evitar hablar por ellos, son formas de seguir reconociendo su dignidad. No infantilizarlos es una manera de honrar su historia.
4. Conversar aunque incomode
Hablar del futuro, de sus deseos, de cómo quieren ser cuidados, incluso de la muerte, no tiene por qué ser algo frío o distante. Sí, puede ser doloroso, pero, a la vez, abrir esas conversaciones puede dar tranquilidad a ambas partes. Y no todo tiene que resolverse en una sola charla. Es un proceso, y lo importante es que el espacio exista.
5. Validar lo que se siente sin culpa
No todo será gratitud. Habrá días difíciles, emociones contradictorias, cansancio físico y emocional. Permitirse sentir lo que venga, sin culparse por no estar siempre de buen ánimo es parte del camino. También sirve hablar con otras personas que estén viviendo lo mismo o buscar un espacio terapéutico para ordenar lo que se va acumulando por dentro.
6. Prepararse para los cambios más duros
Hay casos en los que el envejecimiento viene acompañado de enfermedades, deterioro cognitivo o dependencia total. En esos contextos, la adaptación emocional es aún más compleja.
Es allí cuando informarse, anticiparse en lo posible a los cambios que pueden venir y buscar acompañamiento profesional puede ayudar a aliviar el impacto. Nadie está preparado del todo, pero se puede aprender en el camino.
7. Disfrutar lo que todavía se comparte
En medio de todo esto, es importante no olvidar que aún hay momentos que se pueden disfrutar. Tomarse un té o un café con ellos, preguntarles sobre su infancia, mirar fotos antiguas juntos, cocinar algo que les guste, simplemente estar ahí para hacerles compañía.
Conclusiones
Ver envejecer a los padres es una de esas etapas de la vida que nos ponen frente a nuestra propia fragilidad. Nos recuerda que nada es eterno, que el tiempo avanza, que los roles cambian. No hay una forma correcta de transitarlo, pero sí podemos hablarlo, acompañarlo, hacerlo más humano.
Es importante darle al dolor su lugar y a la vez vivir esta etapa con la mayor conciencia posible, sabiendo que también en ella puede haber amor e incluso paz. Porque, en medio de los cambios, lo que más ayuda es estar cerca, desde donde se pueda y con lo que se tenga.


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