En un artículo anterior, hablamos del aprendizaje pre-asociativo como el mecanismo que utilizan las especies para responder a los estímulos del medio y enfocarse en el proceso de habituación.
En esta ocasión, hablaremos del segundo tipo de aprendizaje pre-asociativo: la sensibilización.
¿Qué es la sensibilización?
Entendíamos la habituación como la disminución de respuesta de un organismo a un estímulo por continua presentación. La sensibilización constituye el proceso opuesto, ya que consiste en el aumento de la respuesta de un organismo a un estímulo por la mera presentación de este. Es decir, llegar a un estado de activación cada vez mayor al recibir un tipo de estímulo.
Para que nos entendamos, el caso más representativo es el odiado “bip-bip” del despertador, que cuando suena, nos altera profundamente. Las pataletas de un niño, el sonido de la ambulancia, los gritos... son estímulos ambientales a los que las personas solemos reaccionar de forma exagerada, por lo que se dice que estamos sensibilizados a ellos. Resulta fácil sensibilizarse ante los estímulos mencionados anteriormente, ya que son estímulos muy perturbadores. A mayor intensidad del estímulo, mayor facilidad de sensibilización a este.
Cuando la sensibilización no depende de la intensidad
Existen, no obstante, una serie de estímulos que no se caracterizan por ser intensos y aun así nos sensibilizamos a ellos. Un buen ejemplo de ello son aquellas cosas que decimos que nos dan “grima”, que pueden ser muy particulares como tocarse el pelo cuando está mojado, el crujir de los huesos o más extendidas como arañar la pizarra con las uñas o mascar papel de plata.
En términos generales, cuando alguien se encuentra en un estado de alta activación, se acentúa el proceso de sensibilización a los estímulos ambientales. Cuando estamos enfadados, sometidos a mucho estrés o con una enorme resaca de domingo, cualquier estímulo del ambiente es capaz de alterarnos y convertirnos en auténticas fieras.
A partir de ahora, cuando veamos a alguien muy susceptible, debemos entender que está en un momento de alta sensibilización con el entorno en el que se encuentra, por lo que será mejor dejarle disfrutar del silencio.
Conjugando habituación y sensibilización
El mismo estímulo puede provocar habituación o sensibilización, dependiendo de la intensidad y del historial de aprendizaje de la persona.
Por este motivo, actuamos con sorpresa cuando un conocido nuestro reacciona de forma exagerada ante estímulos que nosotros ni siquiera hemos llegado a percibir. En esos casos, nosotros estamos habituados a ellos, mientras que la otra persona está sensibilizada al estímulo.
La duración del proceso
En la mayoría de los casos la sensibilización sólo ocurre a corto plazo, ya que de este modo permite entrar en un estado de alerta ante fenómenos nuevos y potencialmente peligrosos.
No obstante, puede llegar a cronificarse, lo cual supone un problema. Si su duración se alarga mucho en el tiempo, la sensibilización puede hacer que aparezcan futuros estresores de los que se corre el peligro de que se asocien a otros estímulos del ambiente por condicionamiento clásico y puedan desembocar en futuras fobias.
Concluyendo
Aun así, no todo lo que nos hace reaccionar es malo. Ir por la calle y reconocer de forma automática caras de conocidos, o recibir las caricias y el contacto de alguien a quien deseamos que nos resultaran cada vez más placenteras, nos hace reconciliarnos con este mecanismo heredado de la evolución.
Es necesario comprender que este proceso es altamente adaptativo, ya que nos permite focalizar la atención a estímulos que podrían ponernos en peligro. Sin embargo, ya no vivimos en cuevas ni estamos rodeados por depredadores por lo que en una sociedad avanzada, este mecanismo de aprendizaje presente en la totalidad de especies, muchas veces juega en nuestra contra.
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