Cuando hablamos de sistema inmunitario, todos tenemos una ligera noción de su función, que es la de protegernos. El sistema inmunitario nos protege de cualquier tipo de amenaza, no solamente de virus y bacterias, también es el responsable de eliminar las células tumorales, son las células que pueden dar origen a un cáncer.
Nuestro sistema inmunitario es algo complejo e increíblemente estructurado, en realidad la respuesta inmunitaria se divide en dos respuestas inmunitarias. Una primera respuesta genérica, donde nuestro organismo combate a todos los patógenos de forma similar y una respuesta específica, dirigida al agresor concreto. Es en este segundo tipo de respuesta donde los linfocitos que conocemos tienen su papel protagonista.
En este artículo detallaremos las diferentes respuestas del sistema inmunitario y el rol concreto de los linfocitos en la lucha contra los agresores.
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¿Qué son los linfocitos?
En nuestro día a día estamos expuestos a muchos tipos de agresiones externas. Estas agresiones pueden ser de origen físico (calor, traumatismo, radiación), biológico (virus, bacterias y parásitos), o de origen químico (venenos, alcohol, etc.).
Nuestro sistema inmunitario es el responsable de mantener la homeostasis de nuestro organismo, esto significa que tiene que mantener nuestro cuerpo en un equilibrio constante frente a las agresiones y cambios del medio exterior. Pero, para conseguirlo, tiene que luchar contra los responsables y eliminarlos. Muchos órganos, mecanismos y sistemas colaboran entre sí para defendernos de las amenazas diarias.
Los linfocitos son un tipo de célula de nuestro sistema inmune, cuyo rol principal es identificar y eliminar los agentes patógenos presentes en nuestro organismo.
Se llama agente patógeno a cualquier microorganismo que puede causar una enfermedad. Los linfocitos pueden entonces luchar contra cualquier amenaza, es importante resaltar que pueden protegernos de células que han dejado de funcionar correctamente, como las células tumorales.
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La respuesta inmunitaria inespecífica
Cuando un patógeno entra en nuestro organismo, provoca una respuesta inmunitaria. De una forma muy simplificada, unas células residentes en nuestros tejidos, los macrófagos, son las primeras en identificar y combatir al patógeno. Para eliminarlo, van a rodearlo utilizando su membrana citoplasmática e introducirlo en su interior celular para descomponerlo en pequeñas partes. Este proceso, en el cual podemos decir que el macrófago engulle al patógeno, es conocido como fagocitosis.
Los macrófagos también generarán unas sustancias químicas para advertir a las demás células inmunitarias de la presencia del agresor. Cuando, por ejemplo, nos hacemos un corte, no solo penetra en nuestro cuerpo un germen, sino millones de ellos. En un beso, por ejemplo, pueden intercambiarse 80 millones de bacterias. Estos datos aportan una idea sobre el número de células implicadas en la respuesta inmunitaria.
Las sustancias químicas liberadas por los macrófagos alertan a otras células que circulan por el torrente sanguíneo, en su mayoría neutrófilos. Estas, no son células residentes de los tejidos, como los macrófagos. Los neutrófilos son capaces de salir del torrente sanguíneo y migrar hacia los tejidos, este mecanismo es conocido como diapédesis. Una vez en los tejidos, los neutrófilos, también presentan capacidades de fagocitosis para combatir a los agresores.
Los macrófagos y neutrófilos pueden reconocer a los agresores gracias a que expresan, en su exterior celular, una gran cantidad de receptores. Estas proteínas ancladas en la membrana son capaces de detectar y reconocer diferentes moléculas que pertenecen a los agresores. Por ejemplo, pueden distinguir el peptidoglicano, que es el polímero que constituye la pared celular de las bacterias.
A esta primera parte de la respuesta inmune se la conoce como respuesta inespecífica o inmunidad innata, no depende del patógeno, ni necesita sensibilización, es decir, haber estado expuesta al patógeno con anterioridad.
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Los linfocitos NK y la respuesta inmunitaria inespecífica
Dentro de la respuesta inmunitaria inespecífica también participan un tipo de linfocitos menos conocidos. Hasta ahora habíamos visto cómo nuestro organismo se enfrenta a un microorganismo (bacterias, virus, hongos, protozoos y priones). Sin embargo, las células NK (Natural Killer) tienen como misión destruir las células alteradas: células tumorales o células infectadas.
Este tipo de células de la inmunidad innata, no utilizan, como las otras, la fagocitosis para destruir las células malignas. El proceso con el cual eliminan a las células malignas no está muy claro, pero se sabe que se realiza mediante la secreción de pequeñas proteínas que destruyen a la célula objetivo.
Si la respuesta inmunitaria innata no es suficiente, el sistema inmunitario cuenta con un tipo de células que sirven para combatir al agresor concreto y son, por lo tanto, más eficaces ¿Sabes de qué células se trata? Sí, los linfocitos.
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Características de los linfocitos
Los linfocitos, al igual que los macrófagos (monocitos maduros) y los neutrófilos, junto a eosinófilos y basófilos, forman parte de los denominados glóbulos blancos (leucocitos). Son las células sanguíneas responsables de ejecutar la respuesta inmunitaria.
Los linfocitos son las células más pequeñas de entre los leucocitos, aproximadamente entre 10 y 16 micrómetros, y representan entre el 20% y 40% de glóbulos blancos del torrente sanguíneo (que son los que se miden en un análisis).
Podemos distinguir tres tipos de linfocitos: los linfocitos B, los linfocitos T y los linfocitos NK (que ya hemos presentado). Estos actuarán conjuntamente en la respuesta inmunitaria.
Síntesis y maduración de los linfocitos
Todos los linfocitos se originan en la médula ósea. Después, en su proceso de maduración, migran a los órganos linfoides primarios, estos son la médula ósea y timo. Los linfocitos T maduran y se diferencian en el timo y los linfocitos B en la médula ósea. Los linfocitos B maduran en dos etapas, primero en la médula ósea y luego en los órganos linfáticos secundarios, donde son expuestos a antígenos.
Es interesante entender cómo se produce este proceso de maduración para entender cómo se da la respuesta inmunitaria específica.
Durante el proceso de maduración, los linfocitos B adquieren gradualmente diferentes moléculas en su membrana, entre ellas, el receptor para su antígeno específico. Ya dijimos, cuando hablamos de la inmunidad inespecífica, que los macrófagos y neutrófilos son capaces de detectar diferentes moléculas que son comunes a muchos patógenos. Sin embargo, el receptor del linfocito es específico a un antígeno concreto.
Tras su maduración, se agrupan en los ganglios linfáticos, el bazo y los tejidos linfoides, que son los encargados de limpiar la sangre. Así, vía la sangre o la linfa, es como los linfocitos B entran en contacto con los antígenos para los que son específicos. Este fenómeno se llama activación.
Funciones de los linfocitos B y T en la respuesta inmunitaria adaptativa
Cuando entran en contacto con el antígeno, los linfocitos B se diferencian en dos tipos de células, unas que actúan de forma inmediata y otras que funcionan como reserva: los plasmocitos y las células de memoria.
Plasmocitos
Los plasmocitos son las células encargadas de ejecutar la respuesta específica. Utilizan anticuerpos, que son pequeñas proteínas, con forma de tirachinas, capaces de rodear al microorganismo específico. De este modo, otras células, con capacidad de destrucción, pueden localizar y eliminar al patógeno previamente rodeado.
Esta especificidad viene dada porque los anticuerpos son solamente capaces de unirse a los antígenos que se expresan en la membrana del patógeno concreto. Es como si los anticuerpos solo pudieran unirse a los humanos a través de nuestras manos, los monos también tienen manos, pero los anticuerpos solo pueden unirse a las manos de los Homos Sapiens.
Las células de memoria
Como indica su nombre, la función de las células de memoria es guardar la información sobre el microorganismo y acordarse de este. De este modo, en el momento que volvamos a estar expuestos a un mismo patógeno, todas las células de memoria (previamente activadas) podrán actuar de inmediato, secretando una enorme cantidad de anticuerpos. Este mecanismo es lo que se llama memoria inmunitaria. Si nuestro cuerpo ya cuenta con células de memoria, podremos eliminar al patógeno de forma más rápida y efectiva, este es el principio de las vacunas.
Los linfocitos T
Existen dos grandes tipos de linfocitos T, los linfocitos T citotóxicos CD8+ y los linfocitos T cooperadores (CD4+).
Linfocitos T citotóxicos CD8+
Los linfocitos T citotóxicos CD8+ están implicados en la inmunidad celular. Esto significa que son capaces de reconocer y destruir a las células infectadas por patógenos intracelulares. Lo hacen inyectando proteínas, que son tóxicas para todas las células del cuerpo humano, en las células infectadas.
Linfocitos T cooperadores (CD4+)
Los linfocitos T cooperadores no pueden destruir células infectadas ni microorganismos. Estos linfocitos tienen un papel regulador, activan a otras células como a los linfocitos B. El proceso de activación es particular y merece ser detallado.
Además de su función fagotizadora, los macrófagos también son células presentadoras de antígenos. Los macrófagos no solo engullen al patógeno, sino que además colocan trocitos de éste (proteínas) en su superficie, como si fueran una especie de banderines. Estas proteínas, que se colocan en la membrana de los macrófagos, son lo que conocemos como antígenos, una molécula que el cuerpo reconoce como extraña.
Los macrófagos presentan los antígenos a los linfocitos T colaboradores o TCD4+. Estos activarán a los linfocitos B, amplificando así la respuesta del sistema inmunitario. Ya sabemos que cuantos más anticuerpos, mayor respuesta.