El ser humano es un animal increíble por el simple hecho de tener el poder de conversar; gracias al habla podemos tanto cooperar como persuadir o incluso defender nuestra percepción del mundo, o simplemente conocer gente y seducir. Sin embargo, y a pesar de que el abanico de posibilidades que nos ofrece el arte de la palabra es casi ilimitado, hay situaciones en las que nada de eso importa, porque nos bloqueamos al intentar charlar con alguien.
Los silencios incómodos son situaciones que muchos quieren evitar pero que, de manera incomprensible, aparecen una y otra vez en el día a día de muchas personas. Sin embargo, mediante el entrenamiento en ciertas habilidades sociales, es posible llegar a dominar algunos simples trucos para evitar esos silencios incómodos. Veamos cómo hacerlo.
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Habilidades sociales para evitar los silencios incómodos
Estás hablando con una persona con la que antes apenas habías cruzado unas pocas palabras, y todo va perfecto: durante el primer minuto, te das cuenta de que has podido superar fácilmente esa fase de incertidumbre en la que debes decidir cómo empezar la conversación, y de momento todo parece ir sobre ruedas. Sin embargo, llega un punto en el que el tema del que habláis aparentemente ya no da más de sí, y aparece ese odioso silencio incómodo. ¿Qué ha fallado?
Tal y como veremos, existen diferentes respuestas a la pregunta anterior. Para explicarlo, veremos varias estrategias que ayudan a prevenir estos pequeños problemas relacionales. Eso sí, en todos ellos se da por supuesto que la conversación ya ha sido iniciada. Si también te interesa saber cómo empezar a hablar con alguien con quien no hay mucha confianza, es mejor que acudas a este otro artículo: "Cómo empezar una conversación con quien quieras, en 6 pasos"
Sin más, veamos cuáles son los pasos a seguir para tener conversaciones fluidas y en las que prime la naturalidad.
1. Enfatizar aspectos positivos del otro
Puede parecer extraño, pero los halagos tienen una relación con los silencios incómodos o, mejor dicho, con la ausencia de silencios incómodos. Y es que muchas veces estos “puntos muertos” de la conversación se deben ni más ni menos a que o nosotros o nuestros interlocutores han adoptado una actitud a la defensiva, algo que por otro lado es frecuente cuando no se conoce mucho a la persona con la que se habla. Ante la incertidumbre, inconscientemente pensamos que lo mejor es no exponer vulnerabilidades a través de lo que decimos.
Así pues, los halagos son una manera simple y fácil para hacer que se desmoronen buena parte de esas defensas. La consecuencia de esto es que la persona que reciba estas valoraciones positivas pronunciadas en voz alta se abrirá más, se explicará de manera más extensa, y a la vez nos hará sentir más cómodos.
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2. Inicia conversaciones sobre algo que le interese al otro
Es una manera fácil de evitar los silencios incómodos. Por un lado, permite saltarse esas fases de la conversación formal compuesta por temas que no tienen por qué ser de interés (el tiempo, el trabajo en general, etc.), y por el otro, hace que nuestros interlocutores se sientan cómodos hablando sobre algo que les entusiasma y sobre lo que tienen muchas ideas. Por ejemplo, se puede hablar sobre aficiones, sobre novedades en un ámbito de noticias interesantes, etc. Así, es poco probable que las respuestas sean cortas.
3. No hables temiendo las pausas
Uno de los aspectos clave de los silencios incómodos es que, para que lleguen a existir, casi cualquier pausa en la conversación debe ser interpretada como un “fallo” un síntoma de que las personas involucradas en el diálogo no están conectando. Sin embargo, esto no tiene por qué darse; una pausa puede significar otras muchas cosas.
Por ejemplo, es posible que para dar énfasis a una afirmación, esta sea acompañada por una pausa puesta ahí adrede, de manera que quede realzada la contundencia de la respuesta y, por consiguiente, que tenemos una opinión muy clara al respecto de lo que se está hablando.
Muchas veces, el silencio incómodo aparece cuando esto ocurre y no somos capaces de llamar la atención sobre el poder expresivo de este hecho: simplemente, decimos una frase y nos callamos porque no llegamos a concebir otra respuesta posible. Sin embargo, en ciertos temas en los que cabría esperar opiniones diferentes a la nuestra, el simple hecho de haber creado ese silencio es en sí otro tema de conversación, ya que da pie a explicar por qué estamos tan seguros de lo que decimos.
En otros casos, el silencio incómodo podría darse porque la otra persona responde de manera breve y escueta. En estos casos, podemos darle la vuelta a la situación para que emerja la interpretación de que eso es un signo que es el interlocutor quien está nervioso y no sabe cómo seguir hablando.
Ante estas situaciones, es bueno adoptar una actitud afable y reconducir la conversación dando a entender que le quitamos la responsabilidad de seguir hablando a la otra persona; un signo de buena voluntad: “bueno, si te he entendido bien parece que no estás de acuerdo con las reformas propuestas…”. Eso sí, esto debe hacerse si realmente hay motivos para pensar que el silencio se debe en parte a los nervios del otro, y no simplemente porque no quiere seguir hablando.
4. Acostúmbrate a opinar sin miedo
Cualquier persona estará deseando terminar con una conversación si todo lo que aportamos al diálogo es una pregunta tras otra. Los interrogatorios no son del agrado de nadie, y son el contexto más propicio para que parezcan silencios incómodos. La solución a esto es sencilla: evita estar haciendo preguntas todo el rato.
A la práctica, si lo que dices es interesante o expresa un punto de vista original, el efecto de estas aportaciones al diálogo será muy parecido al de una pregunta que está pidiendo a gritos ser contestada. Por ejemplo, si la otra persona habla sobre una de sus aficiones y tú hablas acerca de lo que sabes acerca de esa actividad añadiéndole una opinión, la otra persona se sentirá llamada a posicionarse ante esa clase de afirmaciones.
En definitiva, hay que tener en mente que las preguntas no son la única herramienta para conseguir que la otra persona hable y, en ocasiones, son justamente lo contrario: algo que lleva a que nuestros interlocutores decidan dejar de hablar.