No siempre tenemos lo que merecemos, pero sí tenemos lo que construimos

Una reflexión sobre los efectos de obsesionarnos con la duda de si tenemos lo que merecemos.

No siempre tenemos lo que merecemos, pero sí tenemos lo que construimos

Al hablar sobre todos aquellos elementos que afectan a la salud mental, muchas veces se pone el foco exclusivamente en los eventos objetivos que les ocurren a las personas: un despido del trabajo, un accidente de coche, el nacimiento del primer hijo, el traslado a vivir a otro país…

Esta manera de ver las cosas, aunque puede ayudar a identificar muchos aspectos relevantes que influyen en el bienestar emocional del individuo, ofrece una imagen incompleta de las cosas. ¿Por qué? Porque la salud mental está estrechamente vinculada al modo en el que interpretamos lo que pasa a nuestro alrededor o lo que nos pasa a nosotros. Así, un mismo hecho puede generar un fuerte sentimiento de culpa que llega a paralizarnos, o, por el contrario, una fuente de motivación extra para seguir mejorando en algo.

Y este hecho entronca con una de las cuestiones más relevantes al comprender la manera de pensar (y de sentir) de alguien: ¿cree esa persona que lo bueno o lo malo que le pasa ocurre por algo que ella ha hecho? Esta es la pregunta en la que profundizaremos en este artículo.

¿Tengo lo que me merezco?

Hay quienes, mediante su manera de analizar lo que les ocurre durante el día a día, sufren problemas de autoestima porque se centran en la pregunta: ¿tengo lo que realmente me merezco? Esta manera de pensar nos lleva a interpretar el resultado de nuestras acciones de una manera profundamente emocional, ya que el concepto “merecer” pertenece al ámbito de la valoración moral, algo capaz de avivar en nosotros sentimientos muy intensos.

En ese contexto, ese “tengo” tan genérico nos invita a intentar abarcar toda nuestra vida y nuestra identidad hasta el presente, como si nuestra historia pudiera ser resumida en un elemento que poseemos o no poseemos: un número en la cuenta bancaria, una casa en propiedad, un cierto modelo de familia…

En definitiva, los intentos de llegar a una conclusión sobre si tenemos lo que nos merecemos resultan demasiado limitantes para resultarnos útil y hacer un bien a nuestra salud mental: al invitarnos a adoptar respuestas tan extremas y sesgadas, es muy fácil que nos martirizamos con este tema, sobre todo teniendo en cuenta que:

  • No existe una correspondencia directa entre los esfuerzos que ponemos en un proyecto y los resultados de este, la suerte es un elemento relevante.
  • La idea de merecer o no merecer algo nos lleva a gestionar mal la frustración: en forma de culpa o en forma de ira hacia la sociedad o la vida en general.

Así pues, desde el punto de vista de una correcta gestión de las emociones, lo mejor es asumir que o bien la respuesta al “tengo lo que me merezco” es siempre un “no” porque la mala suerte existe, o bien la pregunta es, en primer lugar, demasiado sesgada y predispuesta a conducirnos hacia la falacia del Nirvana, comparando nuestra ida actual con la de un universo alternativo en el que todo nos hubiera salido como lo habíamos planeado o incluso mejor.

¿Significa esto que no merece la pena esforzarnos ni responsabilizarnos de nuestros actos? En absoluto, pero debemos hacerlo partiendo de una perspectiva algo diferente.

Tienes lo que construyes

La idea de que lo que obtenemos mediante nuestros esfuerzos es una serie de situaciones que nos aportan oportunidades es mucho más útil que pretender valorar si nos merecemos o no nos merecemos todo lo que nos pasa. Así, lo recomendable es asumir con naturaleza que no tenemos lo que merecemos, pero sí tenemos lo que hemos construido. Mediante la adopción de hábitos y rutinas para tomar el control (en la medida de lo posible) de nuestros proyectos vitales y profesionales, creamos una base desde la que podemos hacer un buen uso tanto de nuestra capacidad de aprender de nuestros errores, como de las pequeñas muestras de buena suerte que nos llegan de vez en cuando sin que lo esperásemos.

¿En qué consiste esto? En primer lugar, de responsabilizarnos de lo que hacemos, para que de ese modo seamos capaces de detectar en qué fallamos y cómo lo podemos remediar para prevenir futuros problemas parecidos.

En segundo lugar, hay que saber distinguir entre renunciar a cosas, por un lado, y procrastinar, por el otro. Mientras que lo primero nos puede servir para cuidar de nosotros a la vez que nos esforzamos por alcanzar metas que consideramos más relevantes que lo que dejamos atrás, lo segundo es una manera de no afrontar algo que nos hace sentir mal y que pretendemos dejar pospuesto una y otra vez para no pensar en ello.

En tercer lugar, detectar a tiempo los pensamientos-trampa y las excusas que nos ponemos a nosotros mismos para no dar el paso de ir de los deseos a los hechos, experimentando y asumiendo un cierto grado de riesgo; para esto, es necesario desarrollar autoconocimiento.

Y en cierto lugar, no valorar nuestro Yo del pasado desde la perspectiva y los valores del Yo del presente; es muy fácil juzgarnos cruelmente en la etapa en la que no tomábamos grandes riesgos si, por ejemplo, no disponíamos de la estabilidad económica de la que gozamos hoy en día. Ver nuestra situación presente como el fruto de una construcción nos invita a interpretar nuestro pasado como una parte de un proceso, en vez de como una versión incompleta del presente.

Responsabilizarnos de lo que hacemos… ¿Y de lo que sentimos?

Como hemos visto, el sentido de responsabilidad es clave. Pero… ¿Debe este incluir lo que sentimos, o solamente aquello que hacemos deliberadamente?

Lo cierto es que aunque nuestras emociones y sentimientos no suelen ser el fruto de decisiones tomadas conscientemente, deberíamos responsabilizarnos también de nuestro lado emocional, aunque de una manera algo distinta. Nos se trata de sentir culpa por sentir algo que está socialmente mal visto o consideramos que choca con nuestros valores, pero tampoco podemos negar esa realidad ni hacer ver que no está ahí, influyendo en mayor o menor medida en nuestras acciones.

Debemos evitar restarles importancia como si fueran el resultado directo de lo que los demás nos hacen, o del incumplimiento de ciertas normas: si hay algo que nos preocupa acerca del modo en el que reaccionamos emocionalmente ante determinadas situaciones, hay que tomar medidas ante ello.

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  • Biggs, M. (2013). Prophecy, Self-Fulfilling/Self-Defeating. Encyclopedia of Philosophy and the Social Sciences, SAGE Publications, Inc.
  • Downey, G.; Freitas, A.L.; Michaelis, B.; Khouri, Hala (1998). The self-fulfilling prophecy in close relationships: Rejection sensitivity and rejection by romantic partners. Journal of Personality and Social Psychology, 75 (2): pp. 545 - 560.
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