Cuando nos miramos en un espejo, lo que estamos viendo no somos nosotros, sino nuestro reflejo. Este reflejo puede estar distorsionado, sujeto a diferentes sesgos e interpretaciones subjetivas de lo que estamos viendo.
Este mismo efecto sucede cuando interactuamos con los demás. Nuestros padres, amigos y conocidos actúan como si fueran espejos, reflejando la imagen que creemos dar. La imagen que tenemos de nosotros mismos se ve condicionada por lo que creemos que los demás perciben y opinan de nosotros.
La teoría del Yo espejo de Cooley nos habla de cómo nuestro autoconcepto, autoestima y autoimagen se ven condicionadas por lo que creemos que los demás ven y piensan de nosotros. Profundicemos un poco para ver de qué va.
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¿Qué es la teoría del Yo espejo de Cooley?
La teoría del Yo espejo es un concepto originalmente planteado por el sociólogo estadounidense Charles Horton Cooley (1864-1929). Esta propuesta afirma que el yo de una persona crece a partir de las interacciones sociales que mantiene ese individuo con las personas que lo rodean. Todos nos proyectamos en la sociedad de una u otra forma, pero ese reflejo viene definido por las propias percepciones sobre cómo suponemos que nos ven los demás.
Cooley explicó que es como verse en un espejo. En su superficie reflectora observamos una cara, una figura, unas prendas… En su teoría, en este caso nos vemos desde la mente de otros, no desde la nuestra.
Al igual que nunca podremos vernos a nosotros mismos físicamente sin usar un espejo, tampoco podemos vernos a nosotros mismos en lo psicológico si no es a través de la mente de los demás. La imagen que vemos nos parecerá atractiva o desagradable en función de cómo evaluemos las percepciones ajenas sobre nosotros mismos.
La interacción con otras personas, sobre todo familia, amigos y conocidos actúa como ese espejo social, que nos ayuda a tener una percepción de nuestra imagen e, incluso, nuestra valía. Nuestro autoconcepto se forma basándose en la comprensión de cómo los otros nos perciben y creemos que nos perciben. La idea que tenemos de cómo es nuestra propia imagen es en realidad el producto de las creencias y reflexiones sobre cómo creemos que nos evalúan quienes nos rodean.
Por ejemplo, imaginémonos a unos padres que creen que su hijo es muy inteligente. Estos adultos tenderán a tener ciertas expectativas sobre el niño. Como consecuencia de ellas, el niño creerá que es realmente una persona inteligente, al margen de su desempeño académico o CI, lo cual influirá en su propio comportamiento, autoestima y autoconcepto.
Si, por el contrario, estos mismos padres creen que su hijo es “tonto”, el niño asumirá que en efecto es poco inteligente, pues así se lo han “reflejado” los demás.
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¿Cómo se forma nuestro Yo espejo?
De acuerdo con Cooley, la formación del Yo espejo implica tres pasos.
1. La persona imagina cómo la ven las demás
En primer lugar, nos imaginamos qué apariencia mostramos ante los demás. A veces esta imagen es bastante cercana a la realidad, pero otras está totalmente distorsionada con respecto a cuál es nuestra apariencia real frente a las otras personas. La imagen que nos formamos de cómo creemos que los demás nos ven no deja de ser algo marcadamente subjetivo.
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2. La persona imagina cómo la juzgan las demás
Una vez nos hemos formado una imagen de cómo creemos que nos ven los demás, imaginamos qué es lo que opinan de ella. En este paso nos imaginamos qué juicios hace la gente de nosotros en base a nuestra apariencia, juicios que pueden ser positivos o negativos.
3. La persona siente a partir de cómo cree que es percibida
El tercer y último paso en el proceso de formación del Yo espejo es que nos sentimos de una u otra forma en función de cuáles juicios tienen los demás sobre la imagen que creemos dar. Es en este paso que podemos sentir diferentes emociones, desde alegría y orgullo al pensar que somos valorados por los demás, hasta tristeza y vergüenza si percibimos nuestro reflejo en los demás como negativo.
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Los niños y la teoría del yo del espejo
Cooley destacó que los niños están especialmente orientados a usar el Yo del espejo. Los niños y adolescentes son muy sensibles a las opiniones de los demás sobre sus yos.
Si ya desde pequeños recibimos una interacción positiva, nuestras emociones son validadas y se nos valora por cómo somos, la imagen que veremos en nuestros espejos sociales será saludable, bonita y agradable.
La imagen personal de niños y adolescentes depende de cómo sea su entorno social, se alimenta mucho de las críticas y recompensas de padres, amigos, compañeros de la escuela y profesores.
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El Yo espejo y las redes sociales
Aunque la teoría del Yo espejo fue postulada en 1902, es perfectamente aplicable al mundo actual. Vivimos en una sociedad en la que prácticamente todo el mundo se preocupa por cómo lo ven los demás y qué opinan sobre lo que piensa. Prueba de ello la tenemos en las redes sociales, plataformas que son la viva demostración de cómo el Yo espejo funciona. La autoestima, autoconcepto y autoimagen de la mayoría de los usuarios de estas redes se ve fuertemente condicionada por el feedback que reciben de sus seguidores.
Las redes sociales son el espejo en el que nos reflejamos del mundo contemporáneo, ese espejo en el que construimos nuestra autoimagen en función de los juicios ajenos. Cuando publicamos una foto en Instagram o un vídeo en TikTok, generarán interacciones en forma de refuerzos o críticas. La interacción positiva permite a día de hoy construir una autoimagen positiva. En cambio, la negativa boicotea por completo la percepción que tenemos sobre nosotros mismos.
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¿Quiénes somos?
Al comprender la teoría del Yo espejo de Cooley es inevitable hacerse la siguiente pregunta: ¿quiénes somos realmente? Teniendo en cuenta que nuestro autoconcepto depende de lo que creemos que los demás ven en nosotros, nuestra percepción sobre nosotros mismos no es del todo genuina.
¿Cómo podemos saber quiénes somos en realidad? ¿Podemos estar seguros de nuestro “verdadero yo”, separado de todas las cosas del mundo social exterior? Realmente, es muy complicado. Se necesita un profundo autoconocimiento e ignorar la opinión ajena para conocerse uno mismo.
Todo el mundo desea ser querido y apreciado por cómo es, por su talento y personalidad. No obstante, si tenemos una imagen débil de nosotros mismos o le damos demasiada importancia a la opinión de los demás por encima de la nuestra, haremos que nuestras vidas dependan de las expectativas que tienen los demás sobre nosotros.
Añadido a esto, debemos entender que la realidad no deja de ser algo que pasa por los filtros de nuestra mente, sesgos y distorsiones que nos imposibilitan conocerla sin tergiversación. El mundo social real tal y cómo lo percibimos no deja de ser una mera ilusión.