Vivir en pareja es una experiencia que puede ser extremadamente gratificante. Sin embargo, el amor y las relaciones de pareja también son algo complejo, y es probable que en más de una ocasión las cosas no funcionen y la relación finalmente llegue a su fin.
El fin de una relación de pareja es algo que por lo general genera gran dolor y tristeza, hasta el punto de que a menudo las personas indican tener depresión por la ruptura. Pero, aunque evidentemente la experiencia no es (por norma general) gratificante y es habitual que existan síntomas parecidos… ¿realmente existe una depresión por ruptura? ¿por qué suele considerarse como tal? ¿Puede surgir una depresión por este motivo? ¿Cómo intentar combatirla? Veámoslo a lo largo de este artículo.
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La depresión mayor
Antes de entrar a valorar las posibles reacciones afectivas que pueden surgir tras sufrir una ruptura amorosa, cabe comentar en primer lugar de qué estamos hablando cuando nos referimos a una depresión. Esto es necesario, dado que a menudo se toman por depresiones reacciones normativas o incluso estados de ánimo en que abunda la tristeza pero que no cumplen los criterios para llegar a ser una verdadera depresión.
Recibe el nombre de depresión mayor uno de los trastornos mentales más frecuentes y prevalentes a nivel mundial, el cual se caracteriza por la presencia de un estado de ánimo tristes y/o de la falta de capacidad de percibir gratificación o placer, incluso de aquellas actividades que anteriormente nos entusiasmaban.
Además de estos síntomas, es habitual la presencia de una fuerte desesperanza con respecto al futuro, sensación de culpa e inutilidad (que incluso pueden llegar a ser de tipo delirante), pasividad extrema, tendencia al aislamiento, problemas de sueño, pérdida de apetito y peso, pérdida de energía y fatiga, enlentecimiento físico y mental, problemas de concentración, agitación psicomotora y pensamientos de muerte y suicidio.
Estos síntomas, y especialmente los dos primeros, se encuentran presentes durante la mayor parte del día de casi todos los días a lo largo de como mínimo dos semanas y no pueden deberse al consumo de sustancias o a otras alteraciones como la presencia de problemas psicóticos.
Parte de estos síntomas pueden surgir como respuesta a situaciones concretas, concretamente la tristeza, problemas de concentración o pérdidas de peso, apetito y sueño. Pero por norma general no se consideran parte de una depresión mayor a menos que excedan la reacción normal para la pérdida que supone, en este caso el cese de la relación.
La depresión por ruptura sentimental
No cabe duda que una ruptura sentimental es una experiencia que puede ser dolorosa e incluso traumática dependiendo de las circunstancias que la rodeen. Especialmente si no es de mútuo acuerdo y una de ellas quiere seguir con la relación. Y aunque por lo general la situación resulta muy dolorosa para la persona dejada, también puede ser difícil para quien deja. En la mayoría de los casos genera una gran tristeza, sufrimiento y dudas, así como una pérdida de ganas de hacer cosas y un aumento de la tendencia a aislarse.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que no existe una “depresión por ruptura” como etiqueta diagnóstica. De hecho, aunque sí que existen depresiones reactivas a determinados sucesos y una ruptura sentimental puede llegar a ser un desencadenante de una depresión mayor, en la mayoría de casos lo que experimentamos es un proceso de duelo.
Es decir, mayoritariamente estamos ante algo normal y no patológico, ya que acabamos de sufrir una pérdida de algo con lo que hasta el momento contábamos y que era en principio importante para nosotros. Y dicho duelo puede requerir de un largo proceso para alcanzar la aceptación de dicha ruptura, en las que se puede pasar por diferentes fases.
En este sentido, es habitual que tras la ruptura se pase en primer lugar por una etapa de negación de la nueva situación, en la que no experimentemos ninguna reacción emocional a la ruptura porque no acabamos de procesarla como algo real.
Posteriormente es posible que aparezca una fase de ira surgida de la frustración, en la que puede que aparezca rabia y culpabilización hacia uno mismo o hacia la otra persona, o incluso puede dirigirse hacia el resto del mundo aunque no tenga nada que ver con la situación.
Puede aparecer una fase de negociación, de búsqueda de alternativas a nivel mental, de pensar qué podría haberse cambiado la situación para que no ocurriera la ruptura o incluso de intentos de recuperar a la persona.
Tras ello vendría la fase depresiva, que sería la que más habitualmente la población suele considerar como “depresión por ruptura”: en esta fase es posible que experimentemos tristeza, falta de ganas de hacer cosas, fatiga y apatía, pensamientos rumiativos respecto a la otra persona, problemas de sueño o falta de apetito.
Finalmente, la última fase sería la de aceptación: en ella poco a poco se termina por procesar y aceptar que tendremos que vivir nuestra vida sin que la otra persona esté en ella como pareja. Con el tiempo el dolor de la ruptura va remitiendo y con ello se recuperan las energías y se supera el duelo.
Es conveniente dejar pasar un tiempo antes de volver a verse con nuestra expareja, de cara a que podamos separar lo que significa esta persona para nosotros (si la ruptura fue positiva, es posible mantener cierta relación e incluso volver a ser amigos, si bien se recomienda que esto no se intente hasta mucho después) de lo que una vez fue.
¿Cuándo aparece este trastorno?
Aunque como hemos dicho en la mayor parte de casos estamos ante un proceso normativo de duelo, propio de la pérdida del tipo de relación que teníamos con esa persona, lo cierto es que existen ocasiones en los que podemos pasar a desarrollar una auténtica depresión. Ello ocurre cuando el proceso de duelo no termina de cerrarse, de manera que quien lo sufre no consigue llegar a la fase de aceptación y superar su malestar.
Concretamente, estaríamos hablando de una depresión reactiva o situacional, o de un trastorno adaptativo con características depresivas (si bien también puede presentarse con ansiedad o de manera mixta), en el que se manifiesta sintomatología depresiva y/o ansiosa derivada de una vivencia concreta que no somos capaces de superar y sin la cual el problema no existiría.
Esta alteración genera una gran disfuncionalidad en diferentes ámbitos. De hecho, el cuadro podría acabar convirtiéndose en una depresión mayor, volviéndose un desencadenante de esta.
Aunque determinar una fecha aproximada para superar un duelo es un tanto artificial (cada uno tenemos nuestro ritmo para superar las cosas), podemos sospechar de la existencia de una depresión causada por la ruptura cuando después de este evento nuestro estado de ánimo es triste la mayor parte del día de la mayoría de días, sufrimos alteraciones del sueño severas (insomnio o somnolencia excesiva), discurso y pensamiento enlentecidos, baja autoestima, y desesperanza con respecto al futuro.
También es habitual la presencia de distorsiones cognitivas que perpetúan el malestar y que incluyen una visión aversiva respecto a uno mismo, el mundo y el futuro, sentimientos de inutilidad, incapacidad para tomar decisiones o ejercer las actividades del día a día, evitación del malestar y el dolor que genera la ruptura (en ocasiones con conductas extremas o compulsivas, como por ejemplo búsqueda compulsiva de relaciones sexuales o consumo de drogas), aislamiento extremo y/o pensamientos de muerte y suicidio, entre otros.
Aunque muchas de estas alteraciones también ocurren durante el duelo, será en la depresión cuando más extremos, intensos y acentuados sean. Además en la depresión estos síntomas no se calman con el tiempo sino que permanecen, o incluso se puede llegar a ver cómo van intensificándose según pasa el tiempo.
¿Qué hacer? Pautas para superar la tristeza
Superar el dolor de la ruptura tiene su proceso y hay que respetarlo, pero en dicho desarrollo podemos incorporar diferentes tipos de estrategias para evitar que el dolor psicológico se cronifique o que el duelo se convierta en algo más serio e incluso una depresión.
Intenta practicar actividades agradables
Cuando estamos deprimidos o incluso durante periodos de duelo, es normal que puedan llegar a reducirse las ganas de hacer cosas. Ahora bien, aunque nos cueste debemos forzarnos a buscar gratificaciones y cosas que nos motiven. Si es necesario, algo en apariencia tan simple como dar un paseo buscando un solo estímulo o elemento positivo que recordar.
También podemos intentar explorar y descubrir actividades y lugares nuevos. Que la otra persona no esté en nuestra vida no quiere decir que no podamos disfrutarla.
Apóyate en los tuyos y evita aislarte
Otro elemento habitual cuando estamos tristes o deprimidos es que surja la tendencia a aislarse o a querer estar solo. Lo cierto es que ello puede ser bastante perjudicial, ya que perpetúa la sensación de abandono y soledad y dificulta la superación de la ruptura. Es mucho más recomendable permitirse apoyarse en quienes nos rodean. También es importante poder desahogarse y expresar nuestros sentimientos, dudas y miedos (ahora bien, sin hacerlo de manera constante o de lo contrario puede llegar a generar rechazo).
Come y duerme
La falta de sueño y de suficientes nutrientes hace mucho más difícil la recuperación, tanto en la depresión por ruptura sentimental como en cualquier otra alteración psicológica del estado de ánimo.
Aunque no tengamos apetito debemos intentar forzarnos a comer de manera sana y equilibrada. En lo que respecta a dormir, es recomendable intentar planificar los momentos de sueño y preparar un escenario que nos permita relajarnos. También resulta recomendable la práctica de técnicas de relajación
Valora tus pensamientos, creencias y exigencias
Cuando una relación se rompe pueden surgir diferentes tipos de creencias y pensamientos. Resulta recomendable intentar revisarlos de forma objetiva, sin valorarlos y sin juzgarlos. También resulta útil plantearse si hay alguna interpretación alternativa.
Aspectos como lo que implica tener pareja, lo que exigimos a los demás y a nosotros mismos (en ocasiones tenemos autoexigencias o demandas excesivas y poco realistas) y qué autoimagen tenemos son elementos a analizar.
No evites el dolor
Un error frecuente que casi todos cometemos en este tipo de situaciones es el de intentar evitar el dolor que sentimos, a menudo de forma activa.
Si bien la distracción puede ser útil en determinados momentos, lo cierto es que en realidad resulta mucho más eficiente permitirse sentir el dolor y el malestar de tal manera que la situación pueda llegar a procesarse tanto cognitiva como emocionalmente. No se trata por otro lado de recrearse y congratularse en el dolor (algo que también sería perjudicial), sino de permitirse sentir el sufrimiento y no negarlo.
Haz deporte
El deporte es una práctica muy saludable, que además se ha visto de utilidad para ayudar a combatir sintomatología anímica. Una estrategia útil pasaría por intentar incrementar el nivel de ejercicio que hacemos, algo que a la larga genera un aumento de endorfinas que puede ayudarnos a salir del malestar.
Acude a ayuda profesional
Si bien generalmente un duelo no necesita de un tratamiento a nivel profesional, si este se cronifica y especialmente si se transforma en una depresión puede ser necesario pedir ayuda a algún especialista en psicoterapia.
Puede ser beneficioso el seguimiento de algún tipo de terapia o tratamiento psicológico en el que se trabajen aspectos como la autoestima, la práctica de actividades agradables o la modificación de sesgos cognitivos y creencias disfuncionales, entre otros. En ocasiones también puede ser necesaria la prescripción por parte de un psiquiatra de algún tipo de antidepresivo o ansiolítico, si bien más bien como apoyo en el proceso y no como tratamiento único en sí.
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