Disociación: qué es y cómo funciona

Veamos las características de la disociación, sus causas y trastornos asociados, y cómo nos afecta.

Disociación

¿Qué es la disociación? Podemos definirla como un mecanismo de defensa o protección que tiene nuestro cerebro para desconectarnos de la realidad. Se activa en momentos en los que la realidad supera nuestros recursos para afrontar una situación estresante: nuestro cerebro consigue desconectar de aquello que nos desborda.

Como he dicho, es un mecanismo de defensa; es decir, se va a activar de una manera instintiva para protegernos del miedo, del dolor o de emociones inmensamente negativas. Este fenómeno sucede, principalmente, cuando nos hemos encontrado ante situaciones traumáticas, sobre todo aquellas relacionadas con la infancia (abusos y/o negligencia en el cuidado). No obstante, se da también en personas que hayan vivido otro tipo de situaciones como una guerra, accidentes, atentados (situaciones altamente estresantes)… Además, podemos ver la disociación en otro tipo de cuadros, como la ansiedad o la depresión.

Cabe señalar que todos podemos experimentar o hemos experimentado alguna vez síntomas de disociación, como por ejemplo, cuando vivimos en modo automático, ignorando lo que sucede a nuestro alrededor.

¿Qué ocurre a nivel cerebral?

Se trata de una falta de conexión emocional, es decir, el cerebro desconecta las emociones, además de manera literal: lo que ocurre es que el cerebro apaga la corteza cingulada anterior (responsable de las reacciones autonómicas de la emoción y almacenaje de la memoria), por lo que perdemos la regulación consciente de nuestros actos.

Por otro lado, la amígdala (centro de las emociones) produce cortisol, hormona que inhibe la función del hipocampo (responsable de dar significado a las experiencias y de ubicarlas temporalmente).

Por último, se producen opioides, que son unos neurotransmisores que actúan como analgésicos.

Con todo esto, se explica que una persona disociada, al hablarle del acontecimiento, no exprese emociones intensas y/o, incluso no recuerde nada.

Trastornos disociativos

Como sintomatología de la disociación, podemos ver:

  • Pérdidas de memoria de periodos, eventos, personas o información personal.
  • Embotamiento emocional, es decir, la ausencia de sentimientos al respecto de la situación traumática.
  • Aparición repentina de emociones intensas sin motivo aparente.
  • Pesadillas durante el sueño o flashes durante la vigilia.
  • Somatización, siendo lo más frecuente molestias intestinales o dolor muscular.

A pesar de que la disociación puede tener una función de protección, también puede convertirse en patológica cuando la persona termina viviendo alejada de la realidad como mecanismo para afrontarla. Las patologías o la sintomatología relacionada con este mecanismo es la siguiente.

1. Amnesia disociativa

Se trata de una pérdida de memoria más grave que un olvido ordinario. Se olvida información personal relevante o de personas importantes, normalmente relacionadas con el momento traumático. Puede darse, a su vez, fuga disociativa (viaje repentino fuera del hogar, con imposibilidad de recordar tu pasado y con confusión de identidad).

2. Trastorno de identidad disociativo (conocido antes como personalidad múltiple)

En este trastorno la persona alterna distintas identidades, las cuales pueden tener su propia historia y características. Este trastorno a menudo cursa con amnesia disociativa.

Qué es la disociación

3. Despersonalización

Desconexión en la que sientes que estás fuera de tu cuerpo, como observador de lo que sucede. Este síntoma no necesariamente implica patología, ya que puede suceder en picos elevados de estrés, de manera puntual.

4. Desrealización

En este caso hablamos de sentir que la realidad está distorsionada, sientes como que no fuera real o como si estuvieras viendo una película. Al igual que la despersonalización, este síntoma puede darse en picos altos de estrés sin ser patológico.

¿Cómo se puede tratar la disociación?

Como hemos dicho antes, la disociación se asocia a experiencias traumáticas, evitando que sintamos o recordemos lo sucedido, permitiéndonos “sobrevivir”. Pero no es el mecanismo que permite la sanación del malestar que nos genera dicha experiencia.

Por esto, el fin del tratamiento en estos casos, es que la persona consiga integrar esa experiencia cambiando el significado, en el sentido de que es algo que a día de hoy no es peligroso, puesto que ya no está presente la circunstancia. Se trata de que la persona consiga mecanismos de regulación más adaptativos.

Hemos de tener en cuenta que la persona tiene una historia traumática detrás y no ha tenido recursos para afrontarla, con lo cual, volver a esa experiencia le genera un estado emocional muy intenso (que probablemente aún le desborde) del que tendremos que salir y entrar constantemente, en función de lo que nos permita la persona: es fundamental ir a su ritmo.

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