Muchas personas que parecen desenvolverse perfectamente en sus relaciones sociales pueden llegar a revelar, si se dan ciertas circunstancias, una serie de inseguridades personales muy intensas. En casos así llama la atención ver cómo gente que incluso puede disfrutar de cierto nivel de carisma y popularidad muestra un miedo irracional a revelar aspectos de sí mismos que perciben como imperfecciones.
En muchos casos, este tipo de fenómenos psicológico, que pueden darse en personas de toda clase (y no solamente en las que tienen don de gentes) son el producto de experiencias emocionalmente dolorosas ocurridas en la infancia. Se trata de una muestra de hasta qué punto nuestro pasado puede condicionarnos “irrumpiendo” en nuestra identidad adulta. En este artículo veremos cómo esas vivencias de la niñez o la adolescencia dan lugar a complejos e inseguridades en la adultez.
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Cómo las experiencias en la infancia pueden generarnos complejos e inseguridades
La infancia no es solo una etapa de la vida clave porque en los primeros años de nuestro desarrollo somos físicamente muy vulnerables y dependientes; además, en esta fase somos especialmente proclives a que lo que nos ocurre deje en nosotros una profunda huella psicológica, para bien o para mal.
Por ejemplo, en estos primeros años, una breve interacción con alguien puede llevarnos a sentir fascinación por un ámbito del saber muy específico, de manera que empezamos a aprender sobre él a una edad muy temprana y eso condicione nuestro concepto de ocio, nuestros intereses profesionales y nuestra manera de hacer amigos.
Y del mismo modo, una mala experiencia puede predisponernos a sentir mucho miedo ante ciertas situaciones, o incluso a desarrollar un trauma psicológico facilitado por nuestra falta de recursos para gestionar las emociones a esa edad (aunque los traumas pueden aparecer en cualquier momento de la vida).
En este sentido, el miedo y la ansiedad son elementos psicológicos que, siendo similares entre sí, están detrás de muchos de los problemas psicológicos basados en experiencias de la infancia y que pueden mantenerse en funcionamiento hasta bien entrada la adultez.
En estos casos, el hecho de sabernos vulnerables ante determinadas situaciones que disparan en nosotros sentimientos muy desagradables o que nos llevan a perder el control de lo que hacemos generan en nosotros inseguridades y complejos personales: partes de nosotros mismos que intentamos ocultar o mantener lejos de nuestra consciencia (y de la del resto de personas) porque sencillamente no sabemos cómo afrontarlas. Nuestra toma de contacto con esa clase de experiencias ocurrió a una edad en la que no podíamos gestionarlas, y ese mal trago nos impidió aprender de ello y madurar psicológicamente en ese frente.
De este modo, la ansiedad inicial ante una experiencia emocionalmente dolorosa suele dar lugar a patrones de conducta evitativos: queremos mantener fuera de nuestra consciencia experiencias similares a la que sufrimos en la infancia, y eso pasa por adoptar una actitud hiper-vigilante en determinados contextos y por perder oportunidades ante la posibilidad de que una vivencia similar se repita.
A su vez, como durante años renunciamos a intentar afrontar lo ocurrido en nuestro pasado, es posible que parte de nuestra personalidad se exprese y/o se desarrolle de manera disfuncional a causa de ese vacío o área de la vida desatendida por miedo o ansiedad.
Como consecuencia de lo anterior, esta clase de vulnerabilidades basadas en la sensación de que las experiencias del día a día nos desbordan (emocional e intelectualmente) nos predisponen a sentirnos incapaces de hacer frente a las dificultades de la vida. Estamos a la defensiva, pero a la vez, asumimos que lo máximo a lo que podemos aspirar es a hacer un control de los daños que nos genera nuestro entorno: intentar amortiguar los golpes.
Eso hace surgir problemas de baja autoestima que refuerzan aún más esa predisposición a sentir ansiedad. De este modo se crea un círculo vicioso de inseguridades, evitación y baja autoestima.
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¿Qué se puede hacer al respecto?
Por lo que hemos visto hasta ahora, algunos podrían pensar que dado que el pasado no puede ser cambiado, los problemas psicológicos cuyas raíces está en las experiencias de la infancia no pueden ser solucionados; que quienes los sufren están destinados a ver su calidad de vida desgastada por esas formas de malestar para siempre. Sin embargo, esto no es así.
Por mucho que los orígenes de una alteración psicológica puedan haberse originado en los primeros hace muchos años (o incluso hace décadas), si siguen existiendo es porque se apoyan en elementos del presente. Y sobre estos sí es posible intervenir.
El ejemplo más claro de esto lo tenemos en el propio funcionamiento de la memoria. Lo que recordamos acerca de nuestra infancia surge a partir de experiencias ocurridas durante los primeros años de vida; sin embargo, el modo en el que evocamos esos recuerdos y los interpretamos depende en gran parte de elementos de nuestra vida actual.
Es más, aquello en lo que pensamos y el modo en el que nos sentimos en el presente influye en nuestros recuerdos, e incluso puede modificarlos ligeramente. Es por eso que ningún recuerdo es una copia exacta de lo que sentimos en el momento en el que vivimos la experiencia que evoca; se trata más bien de un eco que se va transformando, seamos conscientes de ello o no.
Del mismo modo, los seres humanos tenemos una significativa capacidad para modular el modo en el que nuestra infancia nos influye en el presente. Por ejemplo, no es lo mismo verla como un lastre que no tenemos más remedio que arrastrar, que verla como una fuente de aprendizajes. Y tampoco es lo mismo verla únicamente como una fuente de malestar que verla como una muestra de que, incluso cuando éramos niños, fuimos capaces de sobrevivir a situaciones muy complicadas.
Es por ello que en terapia, los profesionales de la psicología y los pacientes sacamos partido de esa bi-direccionalidad de los recuerdos: del mismo modo en el que se pueden manifestar a través de lo que hacemos en el presente, lo que hacemos en el presente puede ser usado para hacer que adoptemos una relación más sana y funcional con nuestro pasado, llegando a superar problemas de inseguridad, dependencia y miedos infundados.
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Paloma Rey Cardona
Paloma Rey Cardona
Psicóloga General Sanitaria
Soy Psicóloga General Sanitaria y atiendo a adultos, niños y adolescentes ante todo tipo de problemas emocionales o comportamentales. Las sesiones pueden ser hechas de manera presencial o a través de la modalidad de terapia online por videollamada.