El vampirismo o hematodipsia es una de las parafilias más retorcidas: quienes la padecen sienten una necesidad imperiosa de ingerir, realizar tratamientos o rituales con sangre (generalmente humana), motivada en muchas ocasiones por la creencia de que este líquido contiene propiedades mágicas rejuvenecedoras o que alargan la vida.
¿Qué es el vampirismo? Causas y síntomas
Una primera posible explicación ante este desorden yace en la posibilidad de que quienes ingieren sangre lo hacen por puro fetichismo: en ella encuentran el placer sexual necesario para llevar a cabo sus más maquiavélicas fantasías en las que el líquido rojo es el protagonista.
Otra de las causas comúnmente expuestas es algún tipo de experiencia traumática durante la infancia que de adultos vinculan al estímulo sexual. Los psicólogos coinciden en señalar que se trata de un trastorno mental vinculado con el sadismo, que empuja a los afectados a herir y agredir a los demás para conseguir algún fin en concreto. Algunos expertos han llegado a trazar un paralelismo entre el vampirismo y la necrofilia.
Desde luego, cabe desprenderse del ideario colectivo que nos han dejado las obras literarias y las películas de vampiros. Los afectados de hematodipsia no usan la sangre que extraen de sus víctimas “para sobrevivir” ni nada parecido. Es un trastorno más vinculado a la satisfacción de un placer resultante del sufrimiento ajeno.
Sea como sea, las causas del vampirismo están en discusión, sobre todo por los pocos casos descritos históricamente.
Breve recorrido histórico por casos de hematodipsia
Varios casos han marcado el inconsciente colectivo en torno a esta enfermedad. Aunque muchas de estas historias son reales, el cine y la literatura nos ha llevado a comprender de forma sesgada este fenómeno. De todos modos, estos casos que relataremos a continuación hacen referencia a personas de carne y hueso que padecieron vampirismo.
El Empalador
El culto por la sangre y sus supuestas cualidades hunde sus raíces en la historia y ha dado fama a personajes célebres como Vlad Tepes “el Empalador” (S.XV).
Este príncipe de Rumanía recibió su mote por utilizar el empalamiento como castigo tanto a traidores como a los caídos en batalla de los ejércitos enemigos; y luego beber su sangre, convencido de poder alcanzar así a la invencibilidad. Esta figura inspiró al irlandés Bram Stoker su celebérrima historia de amor eterno “Drácula” (1897), así como múltiples adaptaciones tanto literarias como cinematográficas posteriores.
La Condesa Sangrienta
Nos trasladamos a la Baja Edad Media, a finales del siglo XVI y principios del XVII. En Hungría, Erzsébet Báthory, conocida también como la “Condesa Sangrienta”, pasaría a la historia por su devoción por el líquido rojo y por lo que fue capaz con el pretexto de mantenerse siempre hermosa.
Cuando llegó a la adolescencia, esta mujer de noble cuna se comenzó a obsesionar con la idea de querer conservar su belleza para siempre. Por ello, contactó con brujos y hechiceras para ver cómo podía conseguir hacer realidad su deseo. Éstos la iniciaron en ceremonias en las que debía beber sangre, preferiblemente extraída de chicas jóvenes y “vírgenes de alma”, es decir, que no hubieran conocido el amor. Con el tiempo, su descenso a los infiernos fue aumentando, puesto que, no contenta con asesinar para beber sangre humana, comenzó a bañarse en ella: pasaba horas metida en litros de este líquido, creyendo de que así mantendría su aspecto joven para siempre.
Después de años de desapariciones de las lugareñas que vivían en las poblaciones aledañas, la condesa y sus cómplices fueron descubiertos. A las hechiceras y brujos que la habían ayudado a cometer los crímenes y que ejecutaban las ceremonias sangrientas les cortaron los dedos con un hierro al rojo vivo, luego los decapitaron y arrojaron sus cuerpos a una hoguera. La condesa fue condenada a ser emparedada en vida en un habitáculo que tenía una pequeña claraboya en lo alto por donde se filtraba la luz del sol.
A pesar de lo horrible de la penitencia impuesta y de ser alimentada una vez al día, la condesa aguantó cuatro años emparedada y nunca mostró signos de arrepentimiento por lo que hizo. ¿Tuvieron algo que ver la ingesta y los baños en sangre para postergar su agonía tanto tiempo? O, por el contrario, ¿habría muerto víctima de alguna enfermedad (como la neumonía) de no haberse sometido a semejantes procesos?
La vampira de Barcelona
Durante los inicios del siglo XX, Barcelona, ciudad hoy mundialmente conocida por ser uno de los principales reclamos turísticos a nivel mundial, fue testigo de uno de los sucesos más terribles que impregnan la crónica negra española. La desaparición de varios niños en el distrito conocido como “El Raval” pusieron en alerta a las gentes que vivían en este barrio depauperado.
La culpable era Enriqueta Martí, que se ganaría el apodo de “La vampira de Barcelona” o “La vampira del Raval”, una mujer de vida ermitaña y costumbres oscuras: cuentan que se dedicaba a raptar a niños de familias humildes o que habían sido abandonados en la calle para asesinarlos, extraerles la sangre y las grasas para así utilizarlos como base de productos cosméticos, ungüentos y pócimas que posteriormente vendía a personalidades de las altas esferas con las que se codeaba.
Esta mujer tenía su domicilio en el bajo de una conocida calle de la ciudad Condal y fue gracias al buen ojo de una vecina que pudo ponerse fin a su reinado de terror. Tras raptar el 10 de febrero de 1912 a una niña de apenas cinco años; el 27 del mismo mes, una vecina que vivía enfrente de la guarida de ‘la vampira’ pudo ver por uno de los cristales a alguien de corta edad y con la cabeza rapada. Al principio no pensó que pudiera relacionarse con la desaparición de la pequeña, pero le extrañó verla allí, pues desde hacía más de un año Enriqueta vivía sola en aquel lugar. Tras comentarlo con algunos de los tenderos y comerciantes, decidieron alertar a la policía, que por fin obtuvo una pista fehaciente sobre el misterioso caso.
Al personarse los agentes en el lugar, no hallaron ninguna señal alarmante que apuntase a que aquella mujer vestida con harapos andrajosos era la causante de tanta confusión… Hasta que dieron con una habitación que la dueña guardaba recelosamente bajo llave: había varios libros de brujería, ropas ensangrentadas de niños y niñas, grandes cantidades de grasa humana guardadas en frascos de cristal, un gran cuchillo desollador y los huesos de, al menos, doce niños y niñas guardados en un gran saco.
Tal y como confesó en comisaría, su forma de proceder era la siguiente: vestida con harapos andrajosos como si se tratara de una mendiga, acechaba a sus víctimas y las raptaba en plena calle. Una vez en su guarida, las asesinaba, drenaba su sangre y sus sebos. Luego, por la noche, vestida con sus mejores galas, se dirigía a las zonas céntricas de la ciudad donde se concentraba la gente pudiente y allí contactaba con ellos para comerciar con sus productos, que se decía que tenían tanto propiedades rejuvenecedoras como curativas de algunas enfermedades propias de la época (por ejemplo, la tuberculosis). También admitió que hubo una época en la que no tuvo suerte en sus abducciones de niños, por lo que optó por extraer la grasa de animales callejeros como perros y gatos.
Tras su declaración, fue enviada a una prisión de mujeres, donde intentaría quitarse la vida dos veces, una de ellas tratando de arrancarse las venas de su muñeca a mordiscos. Desde ese momento, estuvo bajo la vigilancia de tres de las reclusas más peligrosas y respetadas del centro, para evitar que otras compañeras la lesionaran o que se lo volviera a hacer ella misma.
Se cree que su intento de suicidio fue para evitar ceder ante las presiones de las autoridades para que confesara los nombres de las personalidades para las que trabajaba, ya que siempre se sospechó que pudieron haber implicadas importantes familias de la época. Tal vez eso explica las causas de su muerte, en 1913, cuando a pesar de la supervisión a la que estuvo sometida, un grupo de reclusas la lincharon hasta acabar con su vida. Los más suspicaces siempre han considerado la posibilidad de que, alguien, desde fuera o dentro de prisión, encargase su ejecución inmediata. Lamentablemente, el caso se encontraba en fase de instrucción, por lo que no llegó a ser juzgada ni pudo conocerse toda la verdad.
El Hombre del Saco
¿Quién no ha oído hablar de “El Hombre del Saco”? En el folclore español, antiguamente se hablaba de este personaje que, según cuentan, vagaba por los pueblos en busca de aquellos niños que no se portaban bien, a quienes metía en el gran costal que portaba consigo y nunca más se les volvía a ver.
Si bien se podría pensar que es una simple invención que surgió para aterrorizar a los más pequeños y lograr que obedeciesen, lo cierto es que esta leyenda tiene su origen en los llamados “sacamantecas” o “sacauntos” que, a comienzos del siglo XX, asesinaron a varios niños en diferentes zonas de la geografía española. En una época en que el hambre azotaba severamente las zonas rurales, muchos vieron la oportunidad de hacer dinero fácilmente asesinando y extrayendo los untos de los niños pequeños, para a continuación venderlos a la gente acomodada en forma de cataplasmas o ungüentos.
Juan Díaz de Garayo, en Vitoria; o José González Tovar, en Málaga, son algunos ejemplos que ocupan sendos puestos de dudoso honor en la historia oscura de España y que, sin duda, nos encargaremos de abordar en futuras publicaciones.