El Renacimiento es una época muy conocida. Sus artistas son mundialmente famosos, y a buen seguro aparecerían en cualquier lista de artistas célebres que nos pusiéramos a barruntar. Pero ¿qué hay de las mujeres?
En los últimos tiempos, afortunadamente, se ha empezado a rescatar la obra y la vida de las insignes mujeres que se dedicaron con maestría al arte, y que no son, precisamente, pocas. En el artículo de hoy os traemos a 5 artistas renacentistas importantes, que fueron admiradas y muy solicitadas en su día pero que, por desgracia, fueron olvidadas con el tiempo. Nuestra (de todos) es la tarea de resucitar sus nombres y devolverlos al lugar a donde pertenecen.
Las 5 mujeres artistas renacentistas más importantes
La mayoría son pintoras, pues se formaron en el taller de sus respectivos padres, que también se dedicaron a la pintura. Una de ellas, sin embargo, consiguió hacerse un hueco en la escultura, algo más raro en el contexto de la época. A casi todas ellas las recoge Giorgio Vasari en sus Vidas, lo que nos da una idea de lo admiradas que fueron en su tiempo. Si quieres conocerlas, no dejes de leer.
1. Plautilla Nelli (1524-1588)
De verdadero nombre Pulisena Margherita Nelli, era hija de un rico comerciante de telas afincado en Florencia, que también se dedicaba a la pintura. A los catorce años, Pulisena Margherita entra en el convento de Santa Catalina de Siena, gestionado por los frailes dominicos de San Marcos, y recibe el nombre de Sor Plautilla. Llegará a ser priora del convento en varias ocasiones y será una excelente pintora, absolutamente autodidacta.
Sus principales modelos fueron las obras de Andrea del Sarto (1486-1531) y, sobre todo, Fray Bartolomeo (1472-1517). Plautilla se dedicó a la elaboración de miniaturas y cuadros de gran formato, como su última obra, La última cena, un colosal lienzo ejecutado hacia 1568 y que actualmente se exhibe en el Museo de Santa María Novella, en Florencia. Se trata de la primera vez en la historia que una mujer acomete plásticamente (al menos, que se sepa) esta escena bíblica, que es tratada con una gran contención y una bellísima monumentalidad clásica.
Plautilla ejerció también de maestra de sus hermanas de cenobio, a las que enseñó las técnicas pictóricas. Su fama y su maestría la llevaron a ser solicitada por muchos nobles y mercaderes de la ciudad. De hecho, es una de las pocas mujeres que Giorgio Vasari menciona en sus Vidas.
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2. Sofonisba Anguissola (1530-1626)
Probablemente, Sofonisba Anguissola (en portada) sea una de las artistas femeninas del Renacimiento más recordadas, a pesar de que, durante numerosos siglos, gran parte de su obra fue atribuida a pintores masculinos del círculo de Felipe II, como Juan Pantoja de la Cruz o Alonso Sánchez Coello. Afortunadamente, la exposición que le dedicó el Museo del Prado en la década de 1990 recuperó la autoría de gran parte de las pinturas de esta artista excepcional, como por ejemplo el famoso retrato de Felipe II que se conserva en dicha pinacoteca, anteriormente atribuido a Coello.
El gran talento natural de Sofonisba es admirado por Giorgio Vasari, que visita a la familia Anguissola y descubre los dibujos de la joven. El padre, Amilcare Anguissola, un noble empobrecido, ha facilitado a todas sus hijas la enseñanza de la pintura; sin embargo, solo se conocen obras de Sofonisba y de su hermana menor, Lucía (1537-1565). De larga y dinámica vida (murió ya pasados los noventa años), Sofonisba pasa a formar parte en 1559 de la corte del rey Felipe II, gracias a los contactos que su talento le ha garantizado en las cortes italianas (dicen que hasta el mismísimo Miguel Ángel vio y valoró sus dibujos). Así, ese año se instala en Madrid como dama de compañía de la reina Isabel de Valois, de la que también realiza un espléndido retrato, conservado igualmente en el Prado, que ejerce de pendant o pareja del de su marido.
En 1560, el monarca la dota para que pueda contraer matrimonio con Fabrizio de Moncada, el hermano del virrey de Sicilia. Sin embargo, el matrimonio dura poco; una vez viuda, Sofonisba regresa a su Cremona natal. En el viaje de regreso se enamora del capitán del barco, Orazio Lomellino, que se convierte en su gran amor y su segundo marido. La pareja se instala en Génova y Sofonisba establece su estudio en la ciudad.
La larga vida de la pintora garantizó que muchos de los artistas noveles conocieran su obra. Anton van Dyck, uno de sus más apasionados admiradores, llegó a visitarla en su casa de Génova, unos años antes de la muerte de la artista. Y, por supuesto, Giorgio Vasari la recuerda en sus Vidas, donde menciona con admiración su gran talento y su bellísima obra.
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3. Lavinia Fontana (1552-1614)
Lavinia fue, junto a Sofonisba, la pintora más reconocida y solicitada del siglo XVI. Se educó, como era usual en las mujeres artistas, en el taller de su padre, el también pintor Prospero Fontana. De él tomó la influencia del manierismo, aunque su obra también está notablemente inspirada en la de su colega Anguissola. La primera obra firmada de Lavinia es el famoso autorretrato de 1575, en el que aparece elegantemente ataviada tocando la espineta.
A los veinticinco años contrae matrimonio con un ayudante del taller de su padre, Giovani Paolo Zappi. A partir de entonces, el marido abandona su propia carrera artística para dedicarse de pleno a la de su mujer, a la que ayuda en el taller que ella misma dirige (se trata, por cierto, de una de las primeras mujeres en hacerlo). El matrimonio fue fecundo, pues llegaron a tener nada menos que once vástagos, pero la situación económica holgada, debida al gran reconocimiento de la obra de Lavinia, les permitió vivir cómodamente.
Lavinia fue pintora oficial del papa Clemente VIII y, a la muerte de este, de su sucesor Paulo V. Se instaló con su familia en Roma y allí ejerció una notable actividad profesional, que la llevó a ser reconocida y solicitada por las altas esferas de la ciudad. Su fama fue tal que ingresó en la Academia de San Lucas de Roma, algo realmente extraño para una mujer de la época. Además de obra religiosa, Lavinia se atrevió con un género totalmente vetado para las manos femeninas: los desnudos mitológicos. En este sentido, uno de los mejores ejemplos es su Minerva vistiéndose, de 1613, conservada en la Galería Borghese de Roma.
4. Catharina van Hemessen (1528-1587)
Esta espléndida retratista es especialmente famosa por haber realizado el primer autorretrato de la historia en que la pintora se retrata trabajando ante el caballete; se trata, por supuesto, de una forma de reivindicar su trabajo como artista.
En el lienzo aparece una firma, que reza lo siguiente: Ego Caterina de Hemessen me pinxi 1548 etatis SVA 20; es decir, “Catharina van Hemessen me pintó en 1548 a la edad de 20 años”.
Sabemos que, como muchas pintoras, Catharina se formó en el taller de su padre, el pintor Jan Sanders van Hemessen, de Amberes. Siendo muy joven se traslada a la corte de María de Hungría y se convierte en retratista oficial. Sin embargo, tras su matrimonio con el organista de la catedral de Amberes, Christian de Morien, los cuadros firmados desaparecen, lo que nos lleva a pensar que, lamentablemente, Catharina abandonó su profesión al casarse.
5. Properzia de Rossi (1490-1530)
Si bien las mujeres pintoras no eran tan infrecuentes en el Renacimiento como podemos pensar, en el caso de las escultoras el número disminuye drásticamente. Uno de los casos excepcionales es el de Properzia de Rossi, una de las primeras mujeres escultoras del Renacimiento y la primera en firmar una obra suya para una iglesia. Se trata del famoso bajorrelieve de José y la esposa de Putifar, destinado a la iglesia de San Petronio de Bolonia y que actualmente se conserva en el Museo de la iglesia.
Properzia fue hija de un notario boloñés, pero desde muy joven inicia estudios con el grabador Marcantonio Raimondi, responsable de algunos de los grabados sobre copias de Rafael que circulaban entonces. La primera fama de Properzia le vino por sus pequeñas esculturas realizadas con huesos de fruta, un auténtico prodigio del arte que la pusieron en boca de todos los círculos de Bolonia. Especialmente destacable de este periodo es la hermosa Crucifixión que la talentosa artista talla en un hueso de melocotón.
Hacia 1520, Properzia es llamada por las familias pudientes boloñesas para que trabaje para ellas. También recibe encargos eclesiásticos, como el ya mencionado relieve de la iglesia de San Petronio, así como el encargo de un programa decorativo destinado al altar de Santa María del Baraccano de Bolonia. Tristemente, a pesar del éxito y el reconocimiento que obtuvo (Vasari también la cita en sus Vidas), Properzia falleció antes de cumplir los cuarenta años, olvidada y en la más absoluta de las miserias.
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