Una época oscura. Escasa erudición. Un arte tosco y desmañado. Seres muy religiosos que siempre estaban rezando… Esas son las ideas preconcebidas que tenemos de la época medieval, en parte espoleadas por películas y novelas. La realidad, sin embargo, era muy diferente.
Los seres humanos de la Edad Media tenían sensibilidad artística, y poseían sus propios cánones en relación con la belleza. De hecho, en muchos aspectos estos no difieren demasiado de la antigüedad, aunque los tópicos se hayan entestado en enseñarnos lo contrario.
¿Cómo eran los cánones de belleza en la Edad Media?
Así pues, ¿cuáles son los principales cánones de belleza del arte medieval? ¿Qué se consideraba bello en la Edad Media? En el siguiente artículo, y apoyándonos en autores tan ilustres como Umberto Eco, intentaremos esbozar una breve semblanza de la belleza en el Medievo y cómo se plasmaba en sus obras artísticas.
Un universo simbólico
Antes que nada, es importante hacer hincapié en que no podemos comparar el arte medieval, eminentemente simbólico, con el arte de otras épocas, mucho más naturalista. ¿Qué queremos decir con esto? Pues, sencillamente, lo que primaba para los artistas medievales a la hora de crear no era el cómo se representaba algo, sino qué se representaba.
Por ello, resulta francamente absurdo discutir si los medievales sabían o no de perspectiva, o de proporción, o de simetría. ¿Acaso nos planteamos esto cuando nos hallamos ante un fresco egipcio? Probablemente no, y eso es porque estamos habituados a ver en el Antiguo Egipto una civilización dogmática, para nada naturalista.
Entonces, si tenemos muy claro que Egipto era un mundo religioso y que la única intención que poseían a la hora de crear era plasmar ese universo espiritual, ¿por qué somos tan injustos con la plástica medieval? ¿Por qué comparamos las pinturas de la Edad Media con el arte clásico, y arrugamos el ceño y decimos que “no sabían pintar”, pero no hacemos lo propio con el arte de los egipcios?
En realidad, el mundo egipcio y el medieval no distan tanto entre sí. Nos explicamos. Para el hombre y la mujer medieval, el cosmos era creación de Dios, la obra perfecta del arquitecto perfecto y, por tanto, todo estaba imbuido de su divinidad.
Ello quería decir que cada elemento de la creación estaba interconectado y todo poseía un significado más profundo del que tenía a primera vista. Para los medievales, un animal no era sólo un animal, sino que se revestía de una simbología: el pelícano, del que se creía que se abría el pecho para alimentar a sus crías con su sangre, era símbolo de Cristo y de su sacrificio. El avestruz era la encarnación de la idea de justicia, puesto que sus plumas eran estrictamente simétricas. El armiño era la pureza, por su color blanco inmaculado. Y así con un largo etcétera.
En la creación divina, nada se encontraba en el mundo por puro azar. La mentalidad medieval no creía en la casualidad, como más tarde sí lo hará la mentalidad científica moderna. Cada elemento estaba sujeto a una causa, establecida por Dios, por lo que, a veces, la existencia de algo solo podía ser comprendida por el Creador.
Era el caso de la fealdad, la deformidad, el monstruo, que por cierto plagan la plástica medieval, especialmente en capiteles y columnas. Si existían, era porque Dios les había dado una misión, un sentido. En la Edad Media, nada sobraba ni nada faltaba en el mundo.
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Un arte “antinaturalista”
Este universo simbólico se plasmaba constantemente en la pintura y la escultura. Obviamente, no podemos buscar en la plástica medieval elementos naturalistas. Ya hemos dicho que la intención no era el cómo, sino el qué. El artista medieval no plasma, pues, lo que ve, sino lo que significa la realidad. Para ello, se prescinde de volúmenes, de proporciones y de cualquier otra regla “académica” y, de esta forma, se adquiere una mayor libertad expresiva. Imaginemos que el artista medieval intentara representar el Cielo y la tierra de forma estrictamente naturalista. Imposible. ¿Cómo plasmar conceptos como la salvación, la condena, Dios, Cristo, la inmortalidad, la resurrección…? Para plasmar ideas semejantes, es necesario un lenguaje simbólico, y el lenguaje simbólico no puede estar supeditado a reglas físicas o matemáticas, puesto que, de hacerlo, vería recortada su capacidad expresiva.
Con todo, ello no quiere decir que en la Edad Media no existiera cierta idea de proporción y simetría. Recordemos que los medievales conocían muchos de los escritos clásicos y no estaban tan lejos del mundo antiguo como para no verse reflejados en él. Incluso en el arte románico, tan poco naturalista, encontramos ejemplos claros en los que el artista ha intentado representar la realidad con cierta exactitud.
Es el caso de los relieves y esculturas de la abadía de Moissac, en Francia, donde encontramos a un San Pablo y un San Jeremías asombrosamente naturalistas para la época, con sus ropas pegadas al cuerpo y cayendo en pliegues que recuerdan inevitablemente a la técnica clásica. Por otro lado, la Eva de Soulliac, también en Francia, es un excelente desnudo recostado que reproduce de forma bastante naturalista los senos y el cuerpo de la mujer, lo que, por cierto, destruye otro tópico bastante manido: el de que en la Edad Media “no había desnudos”.
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La adaptación al espacio y la simetría
Lo que es característico de la plástica medieval es la adaptación de las figuras al espacio. En este sentido, la Edad Media es bastante estricta: el que manda es el edificio o el lugar donde va destinada la obra, y esta debe adaptarse a sus características. Por ello es bastante frecuente que, para ubicar correctamente a los personajes en un tímpano, arquivolta o capitel, se supriman o se alteren escenas.
Por otro lado, el criterio de la simetría está bastante presente en la plástica medieval. Umberto Eco, en su magnífico ensayo Arte y belleza en la estética medieval, recoge algunos ejemplos interesantes, como el de Soisson, donde se “elimina” a uno de los reyes magos para ejercer una simetría perfecta con la escena yuxtapuesta. Vemos aquí un claro ejemplo de la rigidez con que los medievales contemplaban la disposición y la simetría de las figuras, pues la totalidad de la representación debía conformar un todo absolutamente perfecto.
En la Edad Media no había lugar para la innovación, al menos, durante los primeros siglos. Los artesanos medievales repiten cánones y formas y adaptan su obra al espacio siguiendo unos preceptos claros que se transmiten de generación en generación. Un Pantocrátor siempre seguirá unos modelos parecidos, así como una Virgen Theotokos o una Anunciación. Tendremos que esperar hasta finales del gótico para que empiece a despuntar una expresión nueva, que naturaliza las figuras y las expresiones e intenta amagos de perspectiva y recreación de espacios reales.
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Luz y color
Otro de los aspectos importantes para entender en qué basaba el ser humano medieval el concepto de belleza es la luz y el color. La Edad Media no se puede entender sin estos dos elementos, puesto que, para sus protagonistas, Dios es luz, y la luz es color.
Así, todo se convierte en expresión cromática: las paredes y los techos de las iglesias y las catedrales, las esculturas, la ropa, los estandartes, las miniaturas, las joyas. A pesar de su convicción de que la belleza es supraterrenal y que existe más allá de lo visible, el ser humano medieval no es indiferente a la atracción que la belleza sensible ejerce sobre él. El mismo Suger, abad de Saint-Denis, se mostraba maravillado por el estruendo de color y luz que albergab su iglesia, puesto que la vinculaba directamente con la belleza divina. Algo que, por cierto, Bernardo de Claraval y los cistercienses van a considerar peligroso para la virtud e intentarán erradicar de sus construcciones.
En la pintura medieval, el color es puro, precisamente porque es luz. El ser humano de la Edad Media no concibe el color “a medias”; las tonalidades son puras, brillantes, claras. El uso de dorado adquiere su auge durante el llamado gótico internacional, en el que los fondos se decoran con esta tonalidad, que representa a Dios. Las gemas y las piedras preciosas son igualmente muy apreciadas, no sólo por su valía económica, sino también porque “atrapan” el color y la luz. En las novelas y la poesía trovadoresca, se exaltan las mejillas rojas de la amada, su tez blanca y sus cabellos rubios, y los nobles visten con combinaciones imposibles que incluyen azules con verdes y encarnados con amarillos o violetas. En suma, en contra de lo que la gente (todavía) cree, la Edad Media es una época que irradia luz.
La nueva belleza “gótica”
El románico expresa la belleza a través de figuras contundentes y “macizas”, inspiradas en iconografías del Oriente bizantino, como los iconos de la Virgen y los Cristos en Majestad. Hacia finales del siglo XIII, el estilo muestra claros signos de agotamiento, y sobreviene un ideal de belleza mucho más “estilizado”, el característico del gótico.
Ello no quiere decir que en el románico la verticalidad no existiera. Otro tópico que se repite de la Edad Media es que las iglesias románicas son sólo horizontales, cuando existen numerosos ejemplos de catedrales de la época que atestiguan el amor por la verticalidad (el ascenso hacia Dios). Sin embargo, sí es cierto que, durante el gótico, las figuras de las representaciones plásticas se “alargan”, obedeciendo de esta forma al canon de belleza humano bajomedieval, que corresponde a diez cabezas. Como podemos ver, la figura resultante es excesivamente esbelta, si tenemos en cuenta que, en la época clásica, el canon se reducía a siete y ocho.
La verticalidad, pues, es belleza durante el gótico. Las catedrales se elevan hasta el infinito, los vitrales cada vez ocupan más espacio (especialmente, en el norte de Europa), e incluso las modas plasman esta fascinación por lo “alargado”: tocados picudos para las damas y jubones estrechos en la cintura para los varones que, complementados con medias y largos zapatos, contribuyen a crear la belleza masculina ideal del bajo medievo: un hombre alto y estilizado como la torre de una catedral gótica.
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