Homo economicus: qué es y cómo explica el comportamiento humano

Veamos en qué consiste la concepción del ser humano y su racionalidad conocida como homo economicus.

Homo economicus

Aunque nuestra especie es Homo Sapiens, en determinados contextos se ha comenzado a utilizar una expresión diferente.

Vamos a conocer lo que implica el término de homo economicus, en qué campo se desarrolló este concepto y cuál es el sentido de utilizarlo para referirse a nuestra especie y el momento evolutivo en el que nos encontramos. Para ello repasaremos todo lo referente a este nombre.

¿Qué significa homo economicus? Historia del concepto

El concepto de homo economicus, originalmente escrito como homo œconomicus, significa, en latín, hombre económico. Obviamente, se trata de una expresión que unifica el género de nuestra propia especie, homo, de Homo sapiens, incluyendo también el término referente a la economía, pues surge de contextos como la teoría de juegos, donde este homo economicus sería un ser totalmente racional, que con sus acciones busca siempre el máximo beneficio a través del mínimo esfuerzo.

Se trata de un término acuñado en el siglo XIX por John Stuart Mill, uno de los referentes de la escuela económica clásica. Mill habla de homo economicus dentro del contexto de la economía política y cómo el hombre toma sus decisiones de manera que evalúa los costes y los beneficios de los mismos para que estos últimos sean siempre lo mayor posibles. Sin embargo, aunque él le pusiera nombre, en realidad este concepto ya existía antes.

El primer economista en hablar sobre esta cuestión fue nada menos que Adam Smith, quien en su obra cumbre, La riqueza de las naciones, ya menciona la racionalidad del ser humano en las cuestiones que atañen a nuestro comportamiento de una manera económica y cómo así tratamos de lograr el resultado más satisfactorio a cambio de la menor pérdida de recursos. Con lo cual podríamos afirmar que el concepto de homo economicus en realidad nació en el año 1776.

Ahondando en esa cuestión y volviendo a J. S. Mill, este autor plantea que no debemos confundir las acciones de las personas que, en el ejercicio de su profesión, dan la posibilidad a otras personas de obtener productos o servicios, con un mero acto de bondad. En ese sentido, el que un artesano nos provea de ropa o que un médico nos atienda y nos cure no quiere decir que sean buenos por naturaleza, sino que están buscando un beneficio.

De hecho, esta afirmación conecta con los escritos de un autor mucho más antiguo, uno de los filósofos más importantes de la historia: Aristóteles. Casi 4 siglos antes de Cristo, este filósofo griego ya se había dado cuenta de que era natural que los hombres tuvieran interés por conseguir dinero, entre otras cosas, porque gracias a él y a la propiedad individual derivada de este, tenían la capacidad de ayudar a sus seres queridos, como su propia familia o sus amigos.

Como vemos, la idea del concepto de homo economicus ya existía desde hacía mucho tiempo, pero fue con la llegada del siglo XIX cuando los economistas de corte neoclásico lo plasmaron de manera científica, es decir, a través de modelos matemáticos que permitiesen explicar y predecir esta forma de comportamiento tan humana. Destacan autores como William Stanley Jevons, Marie-Esprit-Léon Walras, Francis Ysidro Edgeworth o Vilfredo Federico Damaso Pareto.

Ya en el siglo XX, el economista Lionel Charles Robbins creó la teoría de la elección racional, un planteamiento que terminaba de cristalizar la esencia del homo economicus y le proporciona la definición final: el hombre cuya conducta está movida por el raciocinio teniendo en cuenta sus propios intereses, entre los que se encuentran el deseo de obtener beneficios (dinero o ganancias de algún tipo).

El modelo del homo economicus

Tras el recorrido histórico realizado, ya conocemos en profundidad el significado de homo economicus. Hemos visto que la esencia que subyace a este término ya había sido objeto de pensamiento desde la antigüedad. Sin embargo, ha sido en la historia reciente (siglos XIX y XX) cuando finalmente se ha plasmado en modelos matemáticos y más concretamente económicos.

Según los planteamientos de los autores que trabajan con el término, siempre establecen la premisa de que el homo economicus tratará de conseguir un bienestar lo más alto posible, siempre calibrando tanto las oportunidades de las que dispone como aquellas dificultades que vienen dadas por el ambiente en el que se encuentra, incluyendo las administraciones que rigen económicamente el sistema.

Como anticipábamos en el punto anterior, este comportamiento ha de ser racional, ya que es así como el individuo logra optimizar esa obtención de bienestar (conseguirá el máximo y al mismo tiempo tratará de gastar la menor parte de los recursos de los que dispone). La racionalidad, por lo tanto, se limitará a la función de lograr el mejor resultado, pero no quiere decir que el fin que se busca sea racional en sí mismo.

Es importante realizar esa distinción, ya que de lo contrario estaríamos afirmando que el homo economicus siempre va a conocer de alguna manera cuáles son los objetivos que debe perseguir en función de lo beneficiosos que van a ser para él a largo plazo, cuando es evidente que en muchas ocasiones no hay forma racional de llegar a esa conclusión porque no tenemos la información suficiente.

Limitaciones de este concepto

Aunque el concepto de homo economicus ha tenido un largo recorrido e incluso hemos visto que a nivel histórico se hablaba de esta idea hace ya muchos siglos, se trata de un modelo que tiene ciertas limitaciones y eso le ha valido ser el blanco de diferentes críticas por parte de autores que rechazan los fundamentos de este modelo, ya sea de forma total o parcial. Veamos algunas de ellas.

1. Crítica desde la antropología

Una de las más importantes proviene del campo de la antropología. Autores que estudian tanto esa disciplina como la economía, están en posición de hacer una importante crítica al concepto de homo economicus. Para ellos, una cuestión fundamental que no se ha tenido en cuenta es que las decisiones del individuo varían significativamente en función de la sociedad en la que viva y por lo tanto según los valores (también económicos y sociales) en los que se haya criado y que considere como propios.

Es la posición de autores como Karl Polanyi, Maurice Godelier, Marshall Sahlins o Marcel Mauss, todos ellos antropólogos y economistas que ponen el ejemplo de culturas de corte más tradicional en las que todas las decisiones de carácter económico se toman, no según el beneficio que el individuo obtenga, sino bajo el principio de la reciprocidad entre ambas partes. Es decir, se busca que ambos logren un beneficio equivalente.

2. Crítica desde la escuela austríaca

Otra de las principales críticas al modelo del homo economicus viene en este caso de otra escuela económica, la austriaca. Ellos ponen sobre la mesa la cuestión de la supuesta omnisciencia del individuo, que según el planteamiento que veíamos anteriormente, siempre sabría cuál era la opción que le iba a proporcionar el mayor beneficio.

Es evidente que esto no siempre es así y que en pocas ocasiones contamos con un conocimiento completo sobre todas las repercusiones de una acción. Por lo tanto, afirmar que el sujeto siempre va a tomar la decisión que le proporcione mayores ganancias sería algo demasiado ingenuo y además tendría un sesgo importante.

Por lo tanto, es fundamental valorar en todo momento la información de la que dispone el individuo para saber en qué ha fundamentado su comportamiento.

3. Críticas desde la psicología

Igualmente, desde el terreno de la psicología han surgido pensamientos que cuestionan la validez del modelo del homo economicus. Por ejemplo, los autores israelíes, Daniel Kahneman y Amos Tversky, expertos en economía del comportamiento, afirman que dicho modelo deja fuera una cuestión clave para toda toma de decisiones: la forma en la que esta se le plantea al individuo.

Para Tversky y Kahneman, casi tan importante como el beneficio a obtener, es la percepción que el sujeto tiene acerca de las posibles pérdidas y ganancias que tendrá en la operación. Ellos parten de la base de que las personas, por regla general, prefieren no perder a ganar. Por lo tanto, simplemente el enunciado que planteemos a una persona para que elija entre dos opciones, puede hacer que se incline por una o por otra, según nuestras palabras.

Por lo tanto, si planteamos a una persona la elección entre la opción A o la opción B, pero en un caso lo hacemos poniendo el énfasis sobre la posibilidad de perder si escoge A y en otro sobre la opción de no ganar si escoge B, podemos hacer que cambie radicalmente su elección, siendo las opciones idénticas en ambos supuestos.

Esta sería, por lo tanto, la tercera gran crítica que ha recibido el modelo del homo economicus y por la cual se han propuesto otra serie de modelos para tratar de suplir estas carencias y contemplar así más variables.

Referencias bibliográficas:

  • Kahneman, D., Tversky, A. (2013). Prospect theory: An analysis of decision under risk. Handbook of the fundamentals of financial decision Making.
  • Henrich, J., Boyd, R., Bowles, S., Camerer, C., Fehr, E., Gintis, H., McElreath, R. (2001). In search of homo economicus: behavioral experiments in 15 small-scale societies. American Economic Association.
  • Persky, J. (1995). The ethology of homo economicus. Journal of Economic Perspectives.
  • Thaler, R.H. (2000). From homo economicus to homo sapiens. Journal of economic perspectives.

Luis Martínez-Casasola (Madrid, 1988) se licenció en Psicología en la UAM y cuenta con un máster en Psicología Forense por la URJC y el COP de Madrid, así como con una especialización en recursos humanos. Tras varios años de experiencia en la redacción de contenidos web, ahora colabora como divulgador para medios especializados en el ámbito de la Psicología y la salud.

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