El racismo es un fenómeno multidimensional que tiene como consecuencia la exclusión y la restricción en el acceso a distintas esferas de la vida pública de una persona o un grupo de personas, por motivos basados en el color o en el origen nacional o étnico.
Nos dice José Martín (2003) que, aunque las razas biogenéticamente no existen, el racismo como ideología sí. Y para esto, ha tenido que ocurrir un largo proceso donde la historia y la producción de conocimiento científico se han mezclado e impactado las distintas formas de organización social. De ahí que el racismo se ha instalado también como una manera de conocer el mundo y de relacionarnos.
En este artículo haremos un breve repaso por el concepto de racismo científico, entendido como un proceso que tiene que ver, por un lado, con cómo la ciencia ha participado en la producción y reproducción del racismo, y por otro, tiene que ver con la prácticas científicas que están atravesadas por sesgos raciales. En otras palabras, nos referimos tanto a cómo la ciencia ha generado racismo, como al proceso por medio del cual el racismo ha generado ciencia.
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¿Dónde está el racismo?
Cuando hablamos de racismo solemos caer en un sesgo racista, y pensamos de inmediato que es un problema cuya existencia y definición tienen lugar en norteamérica o en sudáfrica, y se nos olvidan o incluso negamos procesos raciales de otros lugares, por ejemplo, en américa latina, en algunos lugares de europa o en nosotros y nosotras mismas. No solo se niegan dichos procesos, sino que se ocultan también los elementos históricos y socioculturales que los han hecho emerger.
En consecuencia, se anulan o malinterpretan las causas que realmente han producido los fenómenos asociados a la desigualdad (como los económicos, los políticos o los sociales), en beneficio de una interpretación hecha directa o indirectamente por las clases dominantes.
Si hacemos un recorrido con mirada histórica, que ponga en relación las distintas transformaciones sociales, políticas y económicas, podemos pensar que el racismo es un fenómeno estructural e histórico. Es decir, se trata de un sistema de elementos que se distribuyen de manera determinada para delimitar la función y las partes de un todo; y que se ha establecido con base en trayectorias concretas.
En la estructura social y en las relaciones interpersonales
Al ser un fenómeno estructural, el racismo se traduce en formas de relaciones sociales y culturales, mediadas por la discriminación y la subordinación de unos sobre otros, con base en una diferencia supuestamente fija de posibilidades y de oportunidades por motivos biológicos o socioculturales del propio grupo subordinado. Diferencias que además se articulan y reproducen estereotipos, no solo de de raza, sino de clase y de género.
Es decir, nos permiten evocar ciertas imágenes en conexión con ciertas palabras, y no con otras, en relación con quien nos han enseñado que son seres “inferiores”, “primitivos”, “débiles”, o quienes son “fuertes”, “civilizados”, “superiores”. En otras palabras, asociamos ciertos actos con determinadas personas o conjuntos de personas, y no con otras; lo que además nos ofrece un marco de identificación y de relaciones determinado.
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¿De dónde viene? Alterización y colonialismo
Los grupos racializados son con frecuencia instrumentalizados para beneficio de quienes defienden las diferencias desde la supuesta inferioridad-superioridad, y en este sentido, son despojados de su condición de “persona” y entendidos en términos de distanciamiento.
En la base de todo esto hay una creencia y una práctica fundamental: la existencia de una unidad (en resumidas cuentas, el hombre adulto-blanco-occidental) a partir de la cual se valoran e incluso se “encauzan” las formas de vida “otras”.
A este proceso se le conoce como “alterización” y consiste en nombrar en términos de diferenciación antagónica a algunas personas desde un punto de vista hegemónico, asentado en una determinada idea de “nosotros/as”.
El problema es que al presentarse en términos de diferencia antagónica desde el grupo hegemónico, los grupos “otros” son también fácilmente “cosificados”, y sus modos de vida fácilmente desestimados o sustituidos por los que se consideran “mejores”. Por eso mismo, el racismo está directamente relacionado con la violencia. Violencia que además ha sido una de las constantes en el proceso históricos de expansión de las formas de vida occidentales y sus determinados modos de producción.
Así pues, en el trasfondo del racismo se encuentra la expansión de la cosmovisión y los “modos de vida occidentales”, donde se establecen y legitiman formas de contacto fundamentalmente racistas. Siendo así, el racismo es algo que ha formado parte, no solo de la historia de nuestras sociedades, sino de sus formas de producción económica y también de creación de conocimiento.
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El racismo científico: entre el conocimiento y la ideología
A partir de que el discurso científico se posicionó como aquel que nos ofrece las respuestas verdaderas y válidas sobre el mundo, y sobre nosotros y nosotras mismas, sus conocimientos se han ubicado paulatinamente en el fondo de muchas teorías, así como en el fondo de distintas formas de identificación y de relación.
Específicamente en la reproducción del racismo, la ciencia ha participado directa e indirectamente a través de supuestos hallazgos que legitimaron visiones marcadas por sesgos raciales invisibilizados. Segos que quedaron invisibilizados, entre otras cosas, porque las personas que se han reconocido mayoritariamente como sujetos competentes para hacer ciencia, han sido precisamente hombres adultos blancos y occidentales.
En este contexto fueron especialmente importantes las investigaciones que surgieron en el siglo XIX y que marcaron la producción científica en la biología y en la historia como disciplinas científicas. Esto último a partir del auge de las teorías evolucionistas, en donde se defendió que la especie humana ha cambiado luego de un complejo proceso genético y biológico, donde cabe la posibilidad de que unas personas hayan evolucionado “más” o “menos” que otras. Lo que así mismo valida el principio de selección natural aplicado a los seres humanos, junto con la idea de que entre unos y otros hay una competición permanente por la sobrevivencia.
Se despliega entonces una serie de supuestas demostraciones sobre la existencia de jerarquías raciales dentro de la especie humana; demostraciones que pronto se asientan en el imaginario social, tanto a nivel micro como macro-político. Es decir que no solo impacta el cómo nos pensamos cotidianamente a “nosotros” mismos, cómo vemos a “los otros” y qué modos de vida son los “deseables”; sino que que se han hecho también visibles en las guerras de expansión colonial, donde queda justificado el exterminio de los más bajos eslabones de dicha jerarquía.
No solo eso sino que la confirmación científica de inferioridad por raza terminó por impactar directamente en las formas de construir e impartir la educación formal, de organizar política y legalmente la participación social, la gestión económica y las oportunidades destinadas a cada grupo, etcétera.
Determinismo biológico y Coeficiente Intelectual
El determinismo biológico se posicionó de esta manera como filosofía social. Y uno de los procesos más contemporáneos donde esto se hace visible, es en la investigación sobre las características intelectuales innatas, basadas en el constructo del Cociente Intelectual, entendido como número capaz de clasificar linealmente a las personas, cuya base es principalmente genética e inmutable.
Entre otras cosas, esto repercutió en la reducción de posibilidades de participación social y en desigualdad de oportunidades para quienes se ubican fuera de la media. Cuestión en la cual quedaron también invisibilizados los sesgos de clase y de género.
Fue así porque se tomó como modelo al sujeto blanco occidental bajo argumentos de heredabilidad. Muchos estudios hacían ver que, por ejemplo, la población negra tenía un CI supuestamente inferior a los de la población blanca.
En estos estudios y bajo los argumentos del determinismo biológico, se omitieron cuestiones como la diferencia de oportunidades que existen para cada población en un contexto sociopolítico concreto, y por lo mismo, las diferencias no se atienden como un problema que es estructural, sino como si fuera una característica propia e inmutable de cierto grupo de personas.
La ciencia: una práctica de saber y de poder
Menéndez (1972) habla de racismo científico en términos de relaciones falseadas entre la ciencia y la ideología racista, donde además, si seguimos a Foucault, podemos ver que la práctica científica no sólo ha sido solo una práctica de “saber”, sino de “poder”, lo que quiere decir que tiene efectos directos en aquello que estudia y valida.
Lo anterior se vuelve aún más complejo si le añadimos la siguiente paradoja: aunque sus efectos son concretos y visibles, la ciencia ha estado tradicionalmente dividida entre la producción de conocimiento en los laboratorios y las revistas especializadas, y lo que ocurre en el día a día, en la realidad social.
A partir de reconocer dicha paradoja, los sesgos raciales en la producción de conocimiento, y sus consecuencias, han sido especialmente asumidas y criticadas después de la Segunda Guerra Mundial. Fue específicamente cuando el exterminio ocurrió de un grupo geopolíticamente europeo a otro grupo geopolíticamente europeo, con base en justificaciones de superioridad-inferioridad biológica.
No obstante, aún cuando fueron muchos los científicos que hicieron saber que las teorías estaban fuertemente marcadas por sesgos raciales, en muchos casos no hubo posibilidad de frenar las relaciones de violencia que se estaban legitimando. Es así porque la vida cotidiana se escapa muchas veces de la ciencia, y el valor político de los resultados de las investigaciones que cuestionan los postulados racistas se ha quedado corto.
En suma el racismo como sistema, ideología y forma de relación ofrece una visión coherente para el modo de producción (tanto económica como de conocimiento) en el que se asienta nuestro sistema social a nivel global. Forma parte de la concepción del mundo donde se incorpora una racionalidad de la violencia, y que como tal, ofrece una serie de planificaciones y de técnicas donde la actividad científica no ha tenido una participación menor.
Referencias bibliográficas
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- Sánchez-Arteaga, J.M., Sepúlveda, C. y El-Hani, C. (2013). Racismo científico, procesos de alterización y enseñanza de ciencias. Revista Internacional de Investigación en Educación. 6(12): 55-67. Tabula Rasa. 19: 31-58.
- Sánchez-Arteaga, J.M (2007). La racionalidad delirante: el racismo científico en la segunda mitad del siglo XIX. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. 27: 112-126.
- Martín, J. (2003). Las “razas” biogenéticamente, no existen, pero el racismo sí, como ideología. Revista Diálogo Educacional, 4(9): 1-7.
- Jay, S. (1984). La falsa medida del hombre. Grijalbo: Barcelona.
- Menéndez, E. (1972). Racismo, colonialismo y violencia científica. Recuperado 25 de junio de 2018. Disponible en https://s3.amazonaws.com/academia.edu.documents/46912407/Menendez__Eduardo_-_Racismo__colonialismo_y_violencia_cientifica.pdf.pdf?AWSAccessKeyId=AKIAIWOWYYGZ2Y53UL3A&Expires=1529925569&Signature=9NcK78LRRa0IhpfNNgRnC%2FPnXQ4%3D&response-content-disposition=inline%3B%20filename%3DRacismo_colonialismo_y_violencia_cientif.pdf.
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